sábado, 9 de mayo de 2009

Jiddu Krishnamurti

La verdadera religión

En la mañana de hoy quisiera dilucidar qué es la verdadera religión. Mas para descubrir lo que ella es, debemos primero encaminar nuestra vida y no sobreponerle algo que creemos espiritual, romántico, sentimental. Examinemos, pues, nuestra vida para saber qué entendemos por religión, y si hay algún modo de descubrir qué es la verdadera religión.

En primer lugar, la vida de la mayoría de nosotros está llena de conflictos; estamos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, Nuestra vida es aburrida, vacía; la muerte nos espera, y hay explicaciones a granel. La vida es principalmente una repetición constante de cosas habituales. Considerada en su totalidad, es penosa y cansadora, pesada y dolorosa; y ésa es la suerte que corre la mayoría de nosotros. Para escapar a eso recurrimos a las creencias, a los rituales, al saber, a las distracciones, a la política, a la actividad: nos acogemos gustosos a cualquier medio de evitar nuestra diaria rutina, tediosa y pesada. Estos escapes, ya sean políticos o religiosos, tienen por su propia naturaleza que volverse igualmente cansadores, rutinarios, habituales. Nos movemos de una sensación a otra; y toda sensación termina por ser tediosa, aburrida. Como nuestra vida es principalmente una reacción de nuestros centros físicos, y como ella causa perturbación y dolor, tratamos de huir hacia lo que llamamos religión, hacia el reino del espíritu.

Ahora bien, mientras busquemos la sensación en alguna forma, ésta ha de conducir eventualmente al fastidio; porque uno se harta, se cansa de ello, lo cual es asimismo un hecho evidente. Mientras más sensaciones experimentáis, más fatigosas se vuelven ellas al final; más tediosas, más habituales. ¿Y acaso la religión es cosa de sensación? Por religión entendemos la búsqueda de la realidad, el descubrimiento, la comprensión o vivencia de lo supremo. ¿Es todo esto asunto de sensación, de sentimiento, de simpatía? Para la mayoría de nosotros, la religión es una serie de creencias, dogmas, rituales, una constante repetición de fórmulas organizadas, etc. Si examináis estas cosas, veréis que ellas también son resultado del deseo de sensación. Concurrís a iglesias, a templos o a mezquitas, repetís ciertas frases y os entregáis a ciertas ceremonias. Todas ellas son estímulos, os producen cierta clase de sensación; y vosotros al sentiros satisfechos con esa sensación, le dais un nombre altisonante, no obstante lo cual ella es esencialmente sensación. Sois prisioneros de la sensación, os agradan las impresiones, la emoción de ser buenos, la repetición de ciertas plegarias, etc. Pero si esto se analiza de un modo profundo e inteligente, descúbrese que en el fondo esas cosas son mera sensación; y aunque varíen en la forma de expresarse y os den una impresión de novedad, ellas son esencialmente sensación, y, por lo tanto, al final de cuentas, resultan pesadas, tediosas, creadoras de hábito.

Así, pues, la religión no es evidentemente ceremonia. La religión no es dogma. La religión no es la continuación de ciertos principios o creencias inculcadas desde la niñez. Que creáis en Dios o no creáis en Dios, ello no os convierte en personas religiosas. La creencia, por cierto, no os torna religiosos. El hombre que lanza una bomba atómica y destruye en pocos minutos a miles y miles de personas, puede que crea en Dios; y ni el que lleva una vida estúpida y también cree en Dios, ni la persona que no cree en Dios, son sin duda personas religiosas. El creer o el no creer, nada tiene que ver con la búsqueda de la realidad o con el descubrimiento y vivencia de esa realidad, lo cual es religión. La vivencia de la realidad es religión; y esa vivencia no se alcanza mediante ninguna creencia organizada, ninguna iglesia, ningún conocimiento, sea de Oriente o de Occidente. Religión es la capacidad de experimentar directamente aquello que es inconmensurable, que no pueden expresarse en palabras; pero eso no puede experimentarse mientras huyamos de la vida, de esa vida que hemos convertido en algo tan torpe, tan vacío, tan rutinario. La vida, que es interrelación, ha llegado a ser cuestión de rutina porque en lo íntimo no hay intensidad creadora, porque interiormente somos pobres; y es por eso que exteriormente tratamos de llenar ese vacío con creencias, con diversiones y conocimientos, con diversas formas de excitación.

Ese vacío, esa pobreza interior, sólo podrá cesar cuando dejemos de escaparnos; y dejamos de escaparnos cuando ya no buscamos sensación. Entonces podemos enfrentar ese vacío. Ese vacío no es distinto de nosotros: somos ese vacío. Como lo dilucidábamos ayer, el pensamiento no es distinto del pensador. El vacío no es distinto del observador que siente dicho vacío. El observador y lo observado son un fenómeno conjunto. Y cuando eso lo experimentéis directamente encontraréis que esa cosa que habéis temido como vacío -y que os hace buscar escapatorias en diversas formas de sensación, la religión, inclusive- cesa; y podéis hacerle frente y ser ese vacío. No habiendo comprendido lo que significan y cómo han surgido los escapes, y dado que no los hemos examinado ni ahondado plenamente, ellos han llegado a ser mucho más importantes, más significativos, que aquello que es. Los escapes nos han condicionado; y, por haber escapado, no somos creadores en nosotros mismos. Hay "creatividad" en nosotros cuando experimentamos la realidad constantemente pero no de un modo continuo; porque hay una diferencia entre la continuidad y el experimentar de instante en instante. Lo que continúa decae. Aquello que se experimenta de instante en instante, ni muere ni decae. Si podemos experimentar algo de instante en instante, ello tiene vitalidad, posee vida; si podemos enfrentar la vida en todo momento de un modo nuevo, en ello hay "creatividad". Pero tener una experiencia cuya continuidad deseáis, es algo en que hay decadencia.

Muchas personas que han tenido alguna clase de experiencia placentera, quieren que esa experiencia continúe. Vuelven, pues, a ella, la reviven, la buscan la añoran y son infelices porque ella no continúa; y así se produce un constante proceso de decadencia. Por el contrario, si hay vivencia de instante en instante, hay renovación. Esa es la renovación creadora; y no podéis tener esa renovación, ese impulso creador, si vuestra mente se ocupa en escapar y se ve atrapada en todas esas cosas que damos por sabidas. Por eso tenemos que examinar de nuevo todos los valores que hemos acumulado; y uno de los principales valores de nuestra vida es la religión, la cual se halla muy organizada. Pertenecemos a una u otra de las varias religiones, sectas, sociedades o grupos organizados, porque ello nos da cierto sentido de seguridad. El estar identificados con la organización más vasta, o con la más pequeña, o con la más exclusiva, nos brinda satisfacción. Sólo cuando seamos capaces de reexaminar todas esas influencias que nos condicionan, que nos ayudan a huir de nuestro fastidio, de nuestra vacuidad, de nuestra falta de responsabilidad creadora y de júbilo creador; sólo cuando las hayamos examinado y estemos de vuelta después de desecharlas y de haber encarado lo que es -sólo entonces, sin duda, seremos capaces de penetrar realmente en la totalidad del problema de lo que es la verdad. Porque, al hacer esto hay una posibilidad de conocimiento propio; y sólo cuando existe el conocimiento de ese proceso, hay una posibilidad de pensar, sentir y actuar rectamente. No podemos practicar el recto pensar a fin de liberarnos del proceso de pensamiento; para ser libre, uno debe conocerse a sí mismo. El conocimiento propio es el principio de la sabiduría; y sin conocimiento propio no puede haber sabiduría. Puede haber conocimiento, sensación; pero la sensación es tediosa y pesada, mientras que la sabiduría, que es eterna, nunca decae ni puede tener fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario