domingo, 24 de mayo de 2009

Portogalo José

Dicen que fue...

Dicen que fue en las calles
de la Boca, o en Palermo;
otros, que en los corrales,
la Batería o San telmo.
Pero, amigo, a mí se me hace
que el tango nació en el mismo
corazón de Buenos Aires.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿De qué sitio?
No le hace; deje que digan
cualquier cosa; pero sepa
que nació pisando ortigas,
echando pecho, aplomado,
con una estrella en la frente
y un silbo como de pájaro.

Lo adivino en una esquina
o en el “Barrio de las Ranas”;
salir de la noche al alba
y entrar, sin pedir permiso,
hasta el patio de mi casa
y aclarar su melodía
de aluvión, en mi garganta.

Lo acunaron los galpones
-puñalito en la cintura-;
lo bailó el “Misto” de Flores,
y Rosaura, “La Ricura”;
un guapo de Balvanera
fermentó su levadura;
lo acarició en sus polleras
la “tanita” Carmelucha;
el “Vasco” Aín, en Europa,
deshilvanó sus costuras;
peinó su melena al medio
el estulero “Pavura”
y “El Mosquito”, en mi vereda,
lo ajazminó con la luna.
Le iniciaron su hilacha
“Chacarita”, “La Maleva”,
“La Lora”, Méndez, “El Tarta”
y hasta yo, en mi adolescencia,
cuando apenas su apellido
en mi barrio deletreaba.

Ahora con él converso
para darle gusto al alma
y llevarlo entre mis huesos
tuteándolo en mi palabra,
en el silbido, el silencio
y en el paso de mi infancia.

Amigo, vaya sabiendo;
su presencia está enterita
sin acta de nacimiento
y sin bautismo, en la vida;
camina, respira hondo
alza los hombros, delira;
tiene del pueblo su nombre,
su amargura, su alegría
y aquel cielo de baldío
que da fulgor a sus días
vividos entre los sapos
y los juncos de la orilla.

Con Celedonio Flores subió al cielo;
a un Papa rezongón le guiñó un ojo
y lo dejó de cama chupándose los dedos,
soñando con los ángeles del barro
de mi andurrial porteño.


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