viernes, 12 de junio de 2009

Charles Baudelaire

El alma del vino

Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»

Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal.

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.

¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás;

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»



A una transeúnte

La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,

Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.

Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?

¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!



El Heotontimorumenos


Yo te golpearé sin cólera
Y sin odio, como un leñador,
¡Como Moisés la roca!
Y haré de tus párpados,

Para abrevar mi Sahara,
Brotar las aguas del sufrimiento.
Mi deseo preñado de esperanza
Sobre tus lágrimas saladas flotará

Como un navío que zarpa,
Y en mi corazón que embriagarán
¡Tus queridos sollozos resonarán
Como un tambor que bate a la carga!

¿No soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me sacude y me muerde?

¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
¡Yo soy el siniestro espejo
Donde la furia se contempla!

¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!

Yo soy de mí corazón el vampiro,
—Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
¡Y que no pueden más sonreír!



El enemigo

Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta,
por rutilantes soles cruzada acá y allá;
relámpagos y lluvias la hicieron tan violenta,
que en mi jardín hay pocos frutos dorados ya.

De las ideas hoy al otoño he llegado,
y rastrillos y pala ahora debo emplear
para igualar de nuevo el terreno inundado,
donde el agua agujeros cual tumbas fue a cavar.

¿Quién sabe si las flores nuevas que en sueño anhelo
hallarán como playas en el regado suelo
el místico alimento que les diera vigor?

-¡Dolor!, ¡dolor! ¡El Tiempo, ay, devora la vida,
y el oscuro Enemigo que roe nuestro interior
con nuestra propia sangre crece y se consolida!



El hombre y el mar

Hombre libre, ¡tú siempre preferirás la mar!
es tu espejo la mar; y contemplas tu alma
en el vaivén sin fin de su lámina inmensa,
y tu espíritu no es menos amargo abismo.

Y gozas sumergiéndote al fondo de tu imagen;
tus miembros la acarician y hasta tu corazón
se olvida por momentos de su propio rumor
ante el hondo quejido indomable y salvaje.

Ambos sois tenebrosos a la vez que discretos:
Hombre, nadie ha explorado tus abísmales fondos,
¡oh mar, nadie conoce tus íntimas riquezas,
Tanto guardáis, celosos, vuestros propios secretos!

Y entretanto han pasado innumerables siglos
desde que os combatís sin tregua ni piedad,
hasta tal punto amáis la muerte y la matanza
¡oh eternos gladiadores, oh implacables hermanos!



Himno a la belleza

¿Qué abismos te condenan, qué cielos te redimen,
Belleza? - Tu mirar infernal y divino
derrama confundidos la caridad y el crimen:
- yo, que lo vi de cerca, lo he comparado al vino.

Un resplandor de aurora tus dos pupilas toca,
te envuelven los perfumes del poniente brumoso,
tus besos son un filtro y una ánfora tu boca
que hacen cobarde al héroe y al niño valeroso.

¿ Asciendes del abismo o bajas de los astros?
El Demonio te sigue rendido a tu mirada;
sangre o risa, al azar, vas dejando tus rastros
y lo gobiernas todo, sin responder de nada.

Pisoteas los muertos que te han sido sujetos;
el Horror es la más triunfante de tus joyas,
y el Crimen, por la larga cadena de amuletos
cuelga de tu cintura y en el vientre lo apoyas.

Lo efímero, pasmado en tu luz ardorosa,
crepita, estalla y dice: ¡bendigamos su llama!,
el amante, rendido a los pies de su dama,
parece un moribundo que acaricie su fosa.

Que tus gracias el cielo o los infiernos labren,
¿qué me importa, Belleza, monstruo ingenuo y maldito,
si tus ojos, tus pies y tu sonrisa me abren
las deseadas puertas del ignoto Infinito?

¡Satánica o divina, ven! Angel o Sirena
¿qué me importa, si me haces - hada de ojos cambiantes,
ritmo, perfume, luz, diosa mía serena, -
más tolerable al mundo, más cortos los instantes?



Bendición

Cuando por el mandato de un supremo poder,
Aparece el poeta en este mundo hastiado,
Aterrada y lanzando mil blasfemias, su madre
Alza su puño a Dios, el cual de ella se apiada:

—"¡Ah! que no haya parido un nido de reptiles,
Antes de alimentar esta cosa irrisoria!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que mi propio vientre concibió este castigo!

Puesto que me elegiste entre todas las hembras
Para ser la desdichada de mi triste marido,
Y no podría ahora arrojar a las llamas,
Como carta de amor, a este pequeño monstruo,

Haré yo que caiga el odio que me abruma
Sobre el útil maldito de tu perversidad,
Y tan bien torceré este árbol miserable
¡Que no brotaran de él sus apestadas yemas!"

Aplaca de este modo la espuma de su rabia
Y sin imaginar los eternos designios,
Ella misma prepara al fondo de la Gehena
Las llamas consagradas a los maternos crímenes.

Entretanto, cuidado por un Ángel oculto,
El niño abandonado se emborracha de sol
Y en todo lo que bebe y en todo lo que come
Vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía.

Y juega con el viento y con las nubes habla
Y se embriaga cantando camino de la cruz;
Y en su peregrinaje, el Espíritu amigo
Llora al verle contento como un ave del bosque.

Los que él quisiera amar, se muestran recelosos
O bien, exasperado con su tranquilidad,
Buscan a alguien que quiera causarle algún dolor
Y hacen en él ensayos de su temple feroz.

En el pan y el viento que ha de probar su boca
Mezclan, con la ceniza, impuro salivazos;
Farisaicamente, rechazan cuanto él toca
Y le acusan de haberse interpuesto en su vía.

Su mujer va gritando a través de las plazas:
"Pues tan bella me encuentra que me quiere adorar,
Adoptaré el oficio de los antiguos ídolos
Y de nuevo, como ellos, me haré cubrir de oro;

Y me emborracharé de nardo, incienso y mirra
Y de viandas y vinos y de genuflexiones,
Para ver si consigo de un corazón ferviente
Usurpar, entre burlas, divinos homenajes.

Cuando, al cabo, me aburran esas farsas impías,
Sobre él extenderé mi mano firme y frágil
Y mis uñas, parejas a las de las arpías,
Hasta su corazón sabrán encontrar brechas.

Como pájaro joven que tiembla y que palpita
Arrancaré de su pecho su rojo corazón
Y para que se nutra mi bestia favorita
Al suelo, desdeñosa, yo se lo arrojaré."

Al Cielo, en que sus ojos ven un sitial espléndido,
Sereno alza el Poeta sus brazos compasivos
Y los vivos relámpagos de su lúcido espíritu
Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

—"¡Bendito seáis, Señor, que dais el sufrimiento
Como divino bálsamo de nuestras impurezas
Y como la mejor y la más pura esencia
Que dispone a los fuertes a las delicias sacras!

Yo sé que reserváis un sitio a los Poetas
En las gozosas filas de las legiones santas
Y que les invitáis a las eternas fiestas
De tronos, de Virtudes y de Dominaciones.

Sé bien que le sufrimiento es la única nobleza
Donde no morderán la tierra y los infiernos,
Y que para trenzar mi mística corona
Los tiempos y los mundos contribuirán de grado.

Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira,
Los metales ignotos, las perlas del mar
No serán suficientes, aun por vos engarzadas,
A esa bella diadema clara y deslumbradora;

Pues estará formada sólo de pura luz,
Surgida del hogar de los rayos primeros,
De la que los mortales ojos, en su esplendor,
No son sino dolientes espejos empañados.



Embriagaos

Estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es la única cuestión.
Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.
Pero de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime,
a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán: ¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.

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