miércoles, 22 de julio de 2009

Jorge Luis Borges


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R. Piglia analiza vida y obra de J.L. Borges





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Jorge Luis Borges Gran Entrevista. Buen audio y dicción.



Entrevistado por Roberto Alfano (amigo de él, quien luego escribe un libro sobre el Humor de Borges). Ulises Barrera, Enrique Bugatti, Enrique Llamas de Madariaga. Lo curioso, y refrescante, es que a pesar de ser varios io dejan hablar sin interrumpirlo ni guiarlo mucho con preguntas.

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Jorge Luis Borges entrevistado en la televisión norteamericana


Esta entrevista fue realizada en febrero del año 1977 para la cadena norteamericana PBS./>

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Canta y diserta sobre el tango


Las grabaciones con la voz del escritor, que forman parte de una conferencia, fueron halladas luego de 50 años.

               Publicado por el diario La Nación el 5/11/2013



"El tango fue un símbolo, hay algo en el alma argentina, algo salvado por esos humildes y a veces anónimos compositores, algo que volverá, creo que estudiar el tango no es inútil, es estudiar las diversas vicisitudes del alma argentina".

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Borges cantando tangos




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Milonga de Manuel Flores (Borges - Troilo)




Letra Jorge Luis Borges y música Anibal Troilo (fragmento de la película "Invasión" del año 1969 dirigida por Hugo Santiago).
Guión de Hugo Santiago, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Reparto: Olga Zubarry, Lautaro Murúa, Juan Carlos Paz...
Género: Ciencia ficción. Drama | Política


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Borgeanas


En 1983, un periodista de La Nación pide a Borges su opinión sobre la Guerra de Malvinas.
—Absurda, define Borges. Estoy triste, muy triste. Mandaron a esos pobres muchachos de veinte años a morir al sur. Tener veinte años y pelear contra soldados veteranos es algo atroz, inconcebible. Solamente en el crucero General Belgrano murieron cientos. Claro que los militares dirán que al lado de los desaparecidos esa cifra no es nada, pero no creo que les convenga ese argumento. No, no les va a convenir...

El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro, Borges se cruza con un escritor al que quiere y respeta: Manuel Mujica Lainez. Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los cazadores compulsivos de firmas.
-A veces, se queja Borges, pienso que cuando me muera mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.

En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor. En el velorio, una mujer da el pésame a Borges y comenta:
—Peeero... pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más...
—Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal, le dijo Borges.

Borges y un escritor joven debatiendo sobre literatura y otros temas. El escritor joven le dice:
—Y bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista.
—Cómo que no? Yo tambièn soy ciego. Contestó Borges.

Parte de una entrevista Borges-Sábato, a instancias del periodista Orlando Barone.
—La noticia cotidiana, en general, se la lleva el viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente. Comenta Sábato.
—Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido. Por eso yo jamás he leído un diario, siguiendo el consejo de Emerson. Contestó Borges.

A principios de la década de los setenta, el escritor y psicoanalista Germán García invita a la Argentina a Daniel Sibony, matemático y psicoanalista francés. Sibony quiere conocer a Borges.
Al encontrarse, el francés le pregunta en qué idioma desea hablar.
—Hablemos en francés, propone Borges, y justifica: Dicen que la lengua francesa es tan perfecta que no necesita escritores. A la inversa, dicen que el castellano es una lengua que se desespera de su propia debilidad y necesita producir cada tanto un Góngora, un Quevedo, un Cervantes.

Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
—Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo, comenta Borges más tarde.

Menotti cuenta a su vez una anécdota con Borges: "Me hizo reír mucho, fue increíble. ‘Usted debe ser muy famoso’, me dijo. ‘¡Bah!, no sé. Sólo fui campeón del mundo’. ‘Porque mire que acá ha venido gente importante, eh. Y mi empleada es la primera vez que me pide un autógrafo suyo’", relató entre risas.
Y continuó: "Hubo un momento en el que le pregunté sobre los poetas populares. Y él me dijo: ‘¿A qué se refiere con ‘poetas populares’? Dígame uno’. Le dije: Homero Manzi, un autor de tangos y milongas. Y él me contestó: ‘no me gustan mucho los poetas que utilizan la palabra arrabal’. ‘Pero usted la usa mucho’, le dije. ‘Ah, ¿usted me lee a mí? ¡qué manera de perder el tiempo!’. ¡Me dejó muerto!, no sabía qué decirle".

En 1963, en París, Mario Vargas Llosa tuvo la ocasión de entrevistarlo:
—En los últimos años, su obra ha alcanzado una audiencia excepcional aquí, en Francia...
—Una impresión de sorpresa. Una gran sorpresa. Imagínese, yo soy un hombre de 65 años, y he publicado muchos libros, pero al principio esos libros fueron escritos para mí, y para un pequeño grupo de amigos. Recuerdo mi sorpresa y mi alegría cuando supe, hace muchos años, que de mi libro "Historia de la eternidad" se habían vendido en un año hasta 37 ejemplares. Yo hubiera querido agradecer personalmente a cada uno de los compradores, o presentarle mis excusas. También es verdad que 37 compradores son imaginables, es decir son 37 personas que tienen rasgos personales, y biografía, domicilio, estado civil, etc. En cambio, sí uno llega a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto que es como si uno no hubiera vendido ninguno. Ahora, el hecho es que en Francia han sido extraordinariamente generosos, generosos hasta la injusticia conmigo...

El poeta Eduardo González Lanuza, uno de los introductores del ultraísmo en la Argentina y gran amigo de Borges, descubre a éste en Florida y Corrientes, solo, con su bastón, esperando para poder cruzar. Lo toca y le dice: "Borges, soy González Lanuza".
Él vuelve la cabeza y, después de unos segundos, contesta: "Es probable".

Borges espera el ascensor en la Biblioteca Nacional. Después de un largo rato, impaciente, le dice a la persona que lo acompañaba: "¿No prefiere que subamos por la escalera, que ya está totalmente inventada?"

En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo. Al ingresar en su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.
—Medio desorientado, manifiesta. Se me acercó una mujer vociferando: ¡Inculto! ¡Ignorante!"

Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. "Con la patria adentro", responde el joven
—Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad.

En una entrevista, sobre la televisión, dice:
—Antes se soñaba más, ahora, con tanta televisión... Lo que sucede es que cuando ocurre algo se lo anuncia inmediatamente y no se da tiempo a que se cree una leyenda al respecto. Yo, por ejemplo, alcancé a ver por televisión la llegada del hombre a la Luna. Esa inmediatez ayudó a que se formara parte de la noticia del día y se olvidara después con tantos nuevos Apolo. En cambio, hubiese sido distinto si se anunciara que el hombre había llegado a la Luna y después cada uno soñara cómo había ocurrido. Sin embargo, nos acosan con tantas noticias.

El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente: Ocurre en París, en un estudio de televisión.
—¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?, lo interrogan.
—Es que éste, evalúa Borges, ha sido un siglo muy mediocre.

Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa.
Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. Clima tenso. El estudiante insiste:
—Tiene que ser ahora y usted se va.
Borges no se resigna y grita:
—No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.
El estudiante amenaza con cortar la luz.
—He tomado la precaución, retruca Borges, de ser ciego esperando este momento.

Sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, inquirió a los gritos:
—¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?
Desde el fondo llegó otro grito, éste de Borges:
—¡Disuadirlos!

En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, situado en un primer piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó:
—¿No deberíamos ir más despacio?
—Pero no soy yo, aclaró Borges, es Newton.

Borges charla con Antonio Carrizo, en un bar. Por la radio del local se anuncia un tango con letra de León Benarós, amigo de Borges. El locutor propone escucharlo y el escritor acepta. Cuando el tango termina, Carrizo le pregunta qué le pareció. Borges mueve la cabeza y dictamina, muy preocupado:
—Esto le pasa a Benarós por juntarse con peronistas.

Con respecto a los reportajes, opinaba:
—Generalmente siempre son las mismas preguntas. La primera es si soy argentino. Les digo que sí, que al fin y al cabo no es tan raro ser argentino, puesto que estamos en Buenos Aires y en esa ciudad habrá seis o siete millones de argentinos y que en el país habrá 20 o 25 millones. Raro sería ser argentino en Groenlandia o en Pakistán. Otra pregunta repetida es si todo lo que escribo lo hago primero en inglés y luego lo traduzco al español. Yo les digo que sí, que, por ejemplo, los versos: "Siempre el coraje es mejor,/ nunca la esperanza es vana,/ vaya pues esta milonga,/ para Jacinto Chiclana" se ve en seguida que han sido pensados en inglés; se notan, inclusive, las vacilaciones del traductor. Pensemos que si escribir es difícil, mucho más difícil es escribir primero en un idioma extranjero y luego traducirlo. No creo que nadie haga eso. Creo que yo sería en la historia de la literatura el primer caso si procediera de una manera tan tortuosa. Otra pregunta es: "¿Cuál ha sido el momento más importante de su vida?" Son preguntas que no tienen contestación, porque los momentos más importantes... uno generalmente se da cuenta de cuáles son mucho tiempo después (si es que se da cuenta. Además, ¿qué quiere decir más importante? ¿Más importante emocionalmente? ¿Intelectualmente?

Roma, 1981. Conferencia de prensa en un hotel de la Via Veneto.
Además de periodistas, están presentes Bernardo Bertolucci y Franco María Ricci. Borges, inspirado, destila ingenio. Llega la última pregunta.
—¿A qué atribuye que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura?.
—A la sabiduría sueca.

Sentenciaba en una entrevista de 1979:
—No darme el Premio Nobel se ha convertido ya en una antigua tradición escandinava. Cada año me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito.

En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
—¿En su país todavía hay caníbales?.
—Ya no, contestó, nos los comimos a todos.

En plena Guerra de las Malvinas, opinó:
—la Argentina e Inglaterra parecen dos pelados peleándose por un peine, y que las islas habría que regalárselas a Bolivia para que tenga salida al mar.

Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él.
—¡Caramba!, interrumpe Borges, es imposible imaginarse una aspiración más modesta.

Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con Ficciones y le dice:
—Maestro, usted es inmortal.
—Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista. Contesta Borges.

En 1983 Borges fue invitado a visitar la escuela normal Mariano Acosta, que cumplía 109 años. Los alumnos le preguntaron sobre su obra durante una hora y media y, cuando se fue, formaron una doble fila de más de cien metros. Borges caminaba por el medio y los alumnos lo vivaban y lo aplaudían con entusiasmo. Antes de que se fuera, le leyeron una décima anónima de un payador desconocido. Claro que todos sabían que el payador desconocido era Elías Carpena, que con sus ochenta y cinco años, resucita el viejo oficio de los gauchos. La décima decia asi: "De inspiración celestial / los buenos versos que forjes / glorien a Jorge Luis Borges, un escritor de verdad, / que hoy en la escuela normal su presencia requerida / le va dando feliz vida / literaria al alumnado, / que en gozo manifestado, / celebra su bienvenida".
Cuando acabó la décima, Borges le palmeó el hombro al payador y le dijo.
—Discúlpeme, Carpena, que me hayan traído en auto, yo, la verdad, quería venir montado en un overo rosao.

Mariángeles Fernández:
—Usted tiene muchos lectores que lo siguen a través de los diarios.
—Entonces no son lectores míos, son lectores de lo que me hacen decir los periodistas, que son muy inventivos; son más inventivos que yo, ciertamente. Sobre todo me inventan toda clase de epigramas y de ocurrencias que no se me han ocurrido a mí, sino a ellos, me los regalan y yo me los atribuyo generosamente...

—¿Últimamente usted ha cambiado su idea de la democracia, no?
—Sí, actualmente descreo de ella. Descreo de ella porque usted ve que la democracia elige a tiranos, o elige a demagogos. Sin duda Hitler... contaba con la mayoría de su país. Aquí la democracia nos dio dos veces a Perón. En Estados Unidos la democracia ha producido un muy mediocre como este Carter. Por ejemplo, yo creo que soy indigno de votar, o sea, que no entiendo de política. Permitir que yo vote es un error, y también es un error permitir que un analfabeto vote, o que vote yo, que soy un mero escritor.
Yo soy un hombre ético, pero no sé si sabría elegir un buen candidato. Mas, ya la idea de un candidato, de una persona que se dedica a la política, me es antipática. Porque, después de todo ¿qué es un político? Una persona que se dedica a prometer, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar, a ser popular. Es una especie de impostor, es un personaje histriónico".
—Usted dijo hace poco tiempo que se consideraba anarquista...
—En el sentido terrorista, no, sino en el sentido de Spencer: el individuo contra el Estado. Creo que el individuo existe y los Estados son convenciones, como los países son convenciones también y la humanidad también es una convención, porque es una organización demasiado vasta.. ¿Qué piensa usted de la humanidad? Bueno ¿qué pienso yo de muchos millones de personas cada uno bastante distinto del otro...?

En 1977 Borges escribió un cuento para La Nación: "24 de agosto de 1983", donde el propio Borges se soñaba a sí mismo suicidándose en esa preciso fecha, el día en que cumplía 84 años. A medida que se acercaba la fecha de su cumpleaños, apareció mucha gente preocupada por el posible traslado de la ficción a la realidad. Borges entonces comentó:
—¿Qué hago? ¿Me comporto como un caballero y convierto en realidad esa ficción para no defraudar a esa gente? ¿O me hago el distraído y dejo pasar las cosas?

—La afición es hipócrita. El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice: "qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi, claro que perdió mi equipo". No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego. El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así".

—He tomado mucho mate cuando era joven. Tomar mate, para mi, era la forma de sentirme criollo viejo. Me lo cebaba yo mismo y creo que lo hacía muy mal porque siempre había flotando unos palitos sospechosos. Tenía dos mates, uno común, y otro de los que se llaman galleta. Y ahora, caramba, he perdido el hábito.

—En el Cairo uno entra en una tienda y le ofrecen, inmediatamente, café, vino, frutas... Luego le dicen: "Bienvenido a Egipto". Después cuando uno pregunta el precio de algo, con toda cortesia le advierten. "¡No, señor! ¡Es un regalo!" Pero se sobreentiende que esto es una convención y que no es un regalo que se deba aceptar. En seguida viene el regateo, que puede durar media hora o tres cuartos de hora. Uno ofrece cinco y ellos piden veinticinco y todo eso para que, finalmente, el precio quede en diez. Y es una maravilla porque si uno no compra nada, igual son muy corteses. Ellos no han descubierto el mate, pero igual han encontrado una manera, casi más simpática, de perder el tiempo.

—Yo me acuerdo que hace años, cuando todavía existían los bares automáticos, ibamos con Xul Solar a uno que quedaba en Córdoba y Callao. A Xul le gustaba experimentar y como era un inventor nato, y habíá inventado cosas espléndidas, trataba de hallar combinaciones posibles entre los alimentos. Asi, llegó a mezclar café negro con salsa de tomate (verdaderamente repugnante) o sardinas con chocolate (atroz). Probábamos juntos esas mezclas y él mismo comprendía que eran incompatibles los elementos mezclados. Yo creo que las buenas combinaciones ya fueron inventadas y que nada podrá superar al café con leche, (su inventor debe haber sido un ser excepcional) que es riquisimo y que es la combinación por excelencia.

La Real Academia.
—Los individuos de la Real Academia quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas: nos aconsejan el empleo de formas rústicas: neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos hablar de la obra de Kiplingo.

Desde que empezó a quedarse ciego, dejaron de gustarle los disfraces. Lo confundían aún más y lo enojaban. Cuenta su gran amiga Silvina Ocampo que una tarde, en casa de Victoria, ella y Nora Langhe, disfrazadas las dos, sorprendieron a Georgie paseando por los jardines, y lo asustaron. Borges se molestó, refunfuñó algo en voz baja, y siguió caminando solo hasta que se chocó con un árbol, y allí, palpando la corteza con sus manos, le dijo con la cara contra el tronco: —¿Vos también te disfrazaste?

Amó tanto a Buenos Aires, que reconoció haber ido por el mundo diciéndole a todo el mundo que Buenos Aires era una ciudad horrible.
—Temí que se llenara de turistas. La quería sólo para mi.

Contaba Marco Denevi:
—Un amigo mío conducía del brazo por la calle a un Borges ya ciego, y a su pedido, le lee lo que dice un afiche con consignas nacionalistas: "Dios, familia y propiedad". Borges entonces murmura: —Caramba, que tres incomodidades".

Y como el mundo del fútbol le era ajeno por inasible, él abolió el fútbol de su mundo. Sin embargo, aún así, se confesaba hincha de San Lorenzo de Almagro. Tan sorprendente adhesión de su parte, la había tomado en aquella misma biblioteca del barrio de Almagro, ya casi Boedo.
—Cierta vez me preguntaron a mí qué cuadro prefería, y yo pensé que se referían a telas o a óleos,y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. Pero parece que no: se referían al cuadro de fútbol. Entonces yo les dije que no sabía absolutamente nada de fútbol, y ellos me dijeron que ya que estábamos en ese barrio de Boedo y San Juan, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo, para no ofender a mis compañeros. Pero pronto noté que San Lorenzo de Almagro, casi nunca ganaba. Entonces yo hablé con ellos, y me dijeron que no, que el hecho de ganar o perder era secundario, en lo que tenían razón, pero que San Lorenzo era el cuadro más científico de todos. Eso me dijeron, sí.. Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente.

Su buen amigo de juventud, cofundador con él del "ultraísmo argentino", Guillermo de Torre, con los años, se convirtió en su cuñado. Luego el tiempo los fue distanciando, y la relación entre los dos se enfrió cada vez más. Después, de Torre quedó sordo. Desde entonces, cuando le preguntaban a Borges cómo se llevaba con su cuñado, él enseguida respondía: —Muy bien: yo no lo veo y él no me oye.

"¡Borges y Perón, un solo corazón!". La proclama no está tomada de una novela de ciencia-ficción. Se escuchó en plena calle Florida, cuando Jorge Luis Borges y Roberto Alifano, por entonces su secretario, se toparon con una manifestación de estudiantes peronistas.
—No parecen hostiles, le comentó a Alifano jocosamente el escritor, que no salía de su asombro.

—Resulta curioso, pero me suele ocurrir cuando tomo un taxi en Buenos Aires: el taxista se vuelve y me dice: —¿Es usted, casualmente, Borges? Yo le respondo: —No sé si casualmente, pero soy Borges. Me aprieta la mano y no quiere cobrarme el trayecto. Estas personas ven en mí algo que no pueden alcanzar: la literatura.

En charla con Abel Posse.
Borges: —Qué raro que yo que soy uno de los pocos que escribió sobre Escandinavia, me sienta rechazado por ella. Me interesó esa región desde que mi padre me regaló una versión inglesa de las Volksunga Saga. Me gustó tanto que después le pedí una Mitología Escandinava. Usted mismo me trajo de un viaje a Islandia la Saga de Grete, en idioma original, cuando yo estudiaba islandés antiguo.... Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?
Posse: Pinochet.
Borges: —Sí, Pinochet, me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la Nación chilena, mis lectores chilenos, no los generales.

En una de las entrevistas en España, Borges le pide a Peicovich que lo acompañe al baño. Peicovich no apaga el grabador. Mientras Borges está en el baño, pregunta:
—Dígame Peicovich, ¿usted sabe algo de John Birch?
—Y yo, seducido, tratando de no mostrar una grieta ante el padre eterno, hago "la gran argentina". Respondo: Algo he visto por ahí, pero todavía no lo leí… Creo que es alguien que... ¿qué escribió?
—No, m´hijo. John Birch es como le dicen los ingleses a la pija. Y Lady Jane a la concha. Mi carcajada se escuchó en Portugal.

En un café de Buenos Aires, Estela Canto, ex pareja de Borges y poseedora del manuscrito de "El Aleph" (cuento que,además, le está dedicado), le confiesa al escritor que piensa vender ese original. Borges no se opone. "Pero voy a esperar a que te mueras, agrega ella, para que valga más.
Herido, Borges responde con una frase ambigua:
—Si yo fuera un caballero, en este momento iría al baño y se escucharía un tiro.

Un día un joven periodista uruguayo le preguntó a Borges la razón de su amor incondicional a la Banda Oriental y él le comentó que su padre, desde muy pequeño, le había dicho que el lugar de nacimiento de un hombre era no sólo donde éste nacía, sino donde había sido concebido. Borges fue engendrado en el departamento de Paysandú, en Uruguay. "Desde ese punto de vista puedo considerarme oriental", comentó.

María Kodama, cuenta, por ejemplo, que Borges escuchaba a Pink Floyd, a los Beatles y a los Stones. Más aún, aborrecía a Beethoven, y a Gardel no le perdonaba haber convertido el tango en algo llorón y sentimental. No es exclusiva de él esa afirmación con respecto a Gardel y al tango, pero es el primer argentino famoso que pudo decirlo sin que le caigan los fanáticos del gardelismo.
Eso sí, aclaró que a Borges le gustaban Brahms, Bach, la música antigua, medieval, la música folclórica, la milonga y los tangos de la "guardia vieja" como los llamaba, porque eran como milongas: tenían letras divertidas, en doble sentido.
Se consideraba un sordo musical que tenía sólo oído para la música de la palabra.
Borges tenía pasión por la comida japonesa y dejó de tomar vino cuando un amigo de su padre vaticinó que se volvería un "borracho perdido".

Harold Macoco Salomón, un nonagenario artista plástico amigo de Borges, cuenta desde un geriátrico:
—Yo y otros intelectuales decidimos enfrentarnos a unos cuchilleros de Boedo. El partido de fútbol, deporte por el cual Borges era un apasionado, recuerda Salomón, sería jugado en dos tiempos de cuarenta minutos. Y Georgie menudito como era, tenía un despliegue como N° 8, que impresionaba. Con una gran actuación de nuestro arquero, Bustos Domec, el primer tiempo concluyó sin que se abriera el marcador, rememora Salomón. Ese día, "Bustos Domec; Arlt, Echeverría y Carriego; el Georgie, Petit de Murat, Güiraldes y Quiroga; Xul Solar, Bioy Casares y el joven Cortázar", fuimos quienes salimos a la cancha de Palermo. Sábato quedó en El Túnel, rememora babeándose.
En un córner, en nuestra área, el Georgie saltó a cabecear, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de caer al suelo su frente se topó con la rodilla de 'el Flequillo Soraire', un fornido moreno, que jugaba de wing izquierdo de los cuchilleros.
El golpe fue tremendo. Borges cayó al césped fulminado. No se movía. Petit de Murat, Bioy, Carriego, Horacio Quiroga y yo corrimos de inmediato a su lado. Roberto Arlt, Güiraldes y Bustos Domec aún no salían de su asombro. Soraire y su trouppe maloliente se reían de lo que a ellos les parecía 'una mariconeada': —Estos escritores cajetillas ya se cagaron, refunfuñó, presuntuoso.
Lo cargamos en el auto de Bioy. Pasamos por el Hospital de Clínicas y lo revisó el Dr. Click Here, un neurólogo de vasta experiencia. La frente, los arcos superciliares y la nariz eran de color morado negro. La inflamación, sin exagerarle, era impresionante. Cuando 'el Georgie' volvió en sí afirmaba que veía mal, borroso. Nos preguntó si le habíamos visto el número de matrícula al auto que lo había atropellado. Xul Solar lo calmó. El galeno tomó del brazo a Bioy Casares y comenzó a caminar por un pasillo del Hospital y le dijo: —El muchacho nunca más verá bien. Por los signos y los síntomas que presenta se le desprendieron ambas retinas producto del golpe y con el tiempo quedará ciego. No existió más el fútbol, ni su amado Newell´s Old Boys. Me acota Salomón que sólo un equipo con un nombre inglés podría haber subyugado a Borges, y después, cuando se fue haciendo viejo hasta se refería irónicamente a este deporte. Pobre el 'Georgie'. Doña Leonor, su madre, le leía libros de Literatura escandinava en la semipenumbra durante horas y horas.
A su muerte no le quedó otra opción para vivir, que aprender a escribir. Sus amigos nunca lo quisimos contrariar en nada a partir de entonces. Con decirle mi amigo que hasta el fin de sus días el Georgie en la intimidad la llamaba 'mi uruguayita' a la Kodama, porque nosotros siempre le dijimos que María era oriental. Menos mal que ya no veía nada. Si hubiera encontrado a su lado a una flaca, amarilla, de ojos rasgados y feíta, para colmo, mi amigo 'el Georgie' no lo hubiera soportado. Lo habría salido a buscar al cuchillero Soraire para hacerse patear la cabeza, terminó su relato Harold Macoco Salomón.

"...El fútbol es popular porque la estupidez es popular, es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Es fundamentalmente agresivo, desagradable y comercial. La idea que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".

"...La afición es hipócrita. El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice 'qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi; claro que perdió mi equipo'. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego. El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así".

Una tarde, cuenta Alifano, una mujer lo detuvo mientras cruzaba una calle para preguntarle si él era Borges, a lo que el escritor contestó: "Sí, pero si no nos movemos, dejaré de serlo".

En una entrevisa le preguntan: ¿Qué idea tiene de la fama?
—Es incómoda, por eso yo admiro tanto a Ginebra, cada vez que voy a Europa paso por Ginebra, allí nadie me conoce, yo camino por la calle y nadie me saluda. En cambio aquí me piden autógrafos, seguro que los pierden inmediatamente, ¿qué van a hacer con esos papeles?...

—Un señor me dijo: traigo una noticia bomba: eso no auguraba nada bueno. ¿Cuál? dije yo.
—Usted se va a hacer famoso, se va a hacer rico, y yo también.
—¿De qué se trata le dije yo, de la piedra fi1osofal?
—No, no es eso: se trata de un libro de Borges sobre Perón, si usted no tiene ganas lo firma simplemete, lo importante es eso: un libro de Borges sobre Perón.
—Yo le dije que en realidad el tema no me interesaba, pero dijo:
—No importa, ponemos en la tapa un retrato de Perón y ponemos un título destacado: Jorge Luis Borges-Perón, después amainó un poco y me dijo: —¿Por qué no escribe un libro sobre Maquiavelo?
—No, porque no me interesa el tema.
—No importa, yo le traigo el temario sobre temas que usted no ha tratado nunca y va a escribir sobre Maquiavelo, sobre Marx, sobre Hegel.
—Yo le dije que no me interesaba y me dejó muy nervioso.

—¿Alguna vez sintió pasión por la política?
—No, sufrí la pasión por la política. Mi madre estuvo presa, mi hermana también y un sobrino mío.

—¿Usted piensa que un escritor tiene que estar comprometido con su tiempo?
—Claramente lo está. Creo que no podemos dejar de ser modernos o contemporáneos. Sería muy raro que un escritor lograra vivir en el pasado o en el porvenir...

...Yo siempre fui antifascista; en los tiempos del nazismo, cuando había tantos fascistas y nazis en Buenos Aires, yo condené a Mussolini y a Hitler cuando muchos no hablaban.

—¿Y con el peronismo?
—Yo estuve en contra del peronismo justamente porque era liberticida y de raíz fascista. Fíjese que Perón me persiguió porque yo era "democrático", como se decía entonces. Jamás porque yo hubiese sido antiobrero o cosa parecida. No me pudo perdonar que cuando estaba en Norteamérica y me preguntaron por Perón, yo hubiese contestado: "No me interesan los millonarios". Ni que cuando me preguntaron por su mujer yo hubiese respondido: "Tampoco me interesan las prostitutas".

...Nunca ataqué al sindicalismo sino a los sindicalistas ladrones (y nadie duda que lo eran).

—¿Usted se considera democrático?
—No sé.
—Digo democrático tal como se entiende en la sociedad liberal.
—En ese sentido sí, creo firmemente. En cuanto a la democracia estricta, como simple legitimación de las mayorías, puede llegar al desastre: vea el caso de Hitler. Un escritor francés decía: "Una minoría puede tener razón; una mayoría nunca la tiene". Creo que fue Ferrer que dijo "La democracia es el caos provisto de urnas electorales".

En otra entrevista le preguntan:
—¿Cuándo votó por primera vez y por quién?
—Yo no recuerdo. Ni siquiera recuerdo por qué partido voté... No sé si en aquella época era radical o conservador. Una de las dos cosas tiene que haber sido. Sé que me desafilié del Partido Conservador una vez, lo cual prueba que estuve afiliado, ¿no es cierto?
—¿Y cómo habrá vivido Borges, el ciudadano, la política de Yrigoyen?
—Recuerdo una discusión que tuve con Roberto Arlt, porque él estaba muy entusiasmado con Uriburu y yo no. Yo era radical.
—Finalmente sabemos que fue radical. De manera que podemos volver a preguntarle sobre Yrigoyen.
—Pero me parece que hablar de Yrigoyen ahora no tiene mayor sentido… Sé que Alfonsín ha dicho: "Voy a seguir la política de Hipólito Yrigoyen". Pero decir eso en 1983 es como decir: "Voy a seguir la política del día de los tres gobernadores", por ejemplo. Todo anacrónico. Estamos en un mundo tan distinto. Aunque yo no sé muy bien cuál era la política de Yrigoyen, tampoco.
—Es la oportunidad de recordarle que Alfonsín ha hablado de continuar no sólo a Yrigoyen sino también a Perón.
—Eso se parece menos a una promesa que a una amenaza.

—Yo nunca negué ser antiperonista. Además de razones generales, tengo razones particulares: mi madre estuvo presa. Sí, al principio participó en una manifestación que hubo para que no se modificara el Himno Nacional. Y entonces tomaron presas a algunas personas. A mi madre le dieron, como prisión, esta casa. Y la casa se llenó de gente que venía a saludarla. Y uno de los que llegaron, curiosamente, fue el almirante Rojas. Y luego mi hermana estuvo presa, en el Buen Pastor. Era una cárcel para prostitutas. Y a un grupo de señoras las destinaron allí, bueno, para insultarlas deliberadamente. Y cumplieron sus 30 días. Salvo que ellas no sabían que iban a ser 30 días, de modo que para ellas fue indefinido aquello. Estaban, con mi hermana, una señora Alvear, Raquel Pueyrredón, las señoritas Grondona y dos señoras montevideanas cuyos nombres no recuerdo. Todas en la misma pieza. Y los domingos íbamos a verlas. Y me parecía tan raro ver la cara de mi hermana detrás de la ventanilla con rejas. Y le llevábamos... bueno, lo que se lleva a los presos: dulce de membrillo, dulce de leche...

—¿Qué opinión le merecerá a Borges, entonces, la que dio en llamarse "Revolución Libertadora?".
—Estábamos todos engañados, creímos que todo iba a cambiar, que era como una suerte de aurora. Estábamos muy entusiasmados todos por la Revolución Libertadora. A mí personalmente me benefició, ya que me hicieron director de la Biblioteca Nacional. Puedo decirle esto: recuerdo aquella gran manifestación que hubo cuando supimos que Perón se había fugado y que la revolución había triunfado, era un día del mes de septiembre, había grandes lluvias. Yo recuerdo que con una amiga salimos a la esquina de Santa Fe y Libertad y fuimos gritando: ¡Viva la Patria! ¡Viva Córdoba! ¡Viva la libertad! Cuando llegamos a la calle Callao me di cuenta de que me había quedado sin voz de tanto gritar, que había perdido a mi compañera y que no habíamos dicho una sola vez la palabra "muera". Creo que si lo hubiéramos encontrado a Perón, lo hubiéramos abrazado... tan contentos estábamos de librarnos de él.

—Más de una vez se definió anarquista.
—Sí. Yo diría aquello de Spencer: "The man versus the State", el individuo contra el Estado. Creo que ahora estamos realmente dominados por el Estado. Voy a dar un ejemplo personal: en el año 1914, en el mes de marzo, creo, fuimos a Europa. No teníamos pasaporte. Se podía recorrer el mundo y era como pasar de esta habitación al comedor, al escritorio, o al dormitorio. Y ahora usted no puede salir a la calle sin una cédula.

"...Todo acusado tiene derecho, al menos, a un fiscal para no hablar de un abogado defensor. Todo acusado tiene derecho a ser juzgado. Cuando me enteré de todo este asunto de los desaparecidos me sentí terriblemente mal. Me dijeron que un general había comentado que si entre cien personas secuestradas, cinco eran culpables, estaba justificada la matanza de las noventa y cinco restantes. ¡Debió ofrecerse él para ser secuestrado, torturado y muerto para probar esa teoría, para dar validez a su argumento!".

"Quizás debería aconsejar a los aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad de que recibirán toda mi ayuda y mi apoyo. Hasta he deseado secretamente escribir, con seudónimo, una larga invectiva contra mí mismo. ¡Ay, las crudas verdades que guardo!".

—Usted, desde el punto de vista religioso, no tiene necesidad de agregarle ninguna metafísica al hecho de la muerte, ¿no?
—Claro que no. Sólo espero cesar. Yo no soy importante: no merezco ni el cielo ni el infierno. Mejor pasar desapercibido. ¡Imagínese si después de todo esto hay encima un juicio!

*

La autobiografía perdida


       Publicado en el diario La Nación Domingo 11 de abril de 1999

Aunque parezca mentira, el libro en el que el máximo escritor argentino del siglo cuenta su vida -escrito en inglés- nunca se había publicado completo en nuestro medio. Sucederá ahora, y tal vez se constituya en el acontecimiento central de los festejos por los cien años de su nacimiento

Aunque los homenajes y los recordatorios le parecían superfluos, Jorge Luis Borges hubiese aceptado, con ironía y resignación, la multitud de actos culturales en su memoria que depara 1999, año en el que se cumple el centenario de su nacimiento.

Los hubiera aceptado por gentileza, por consideración, porque era un hombre bueno y también porque en sus últimos años llegó a emocionarse con algunos de los numerosos tributos que recibió. Pero el mejor homenaje es que la gente lo lea.

Por suerte, el fárrago de hechos recordatorios incluye la edición de algunos libros -reseñas, selecciones- y, también, la llegada al mercado argentino de un texto que es la única autobiografía del escritor.

A fines de los años 60, Borges le dictó su autobiografía, en inglés, a Norman Thomas Di Giovanni, que puso énfasis en respetar el estilo y el tono del escritor. Rápidamente, el texto fue traducido al portugués, al italiano y al alemán, pero no al castellano. La revista norteamericana The New Yorker lo publicó, y en 1974 apareció en el diario argentino La Opinión.

Pero el texto de La Opinión no estaba bien traducido y, además, era incompleto; debido probablemente a las circunstancias políticas de la época, se eliminaron todas las menciones al peronismo y, entre otras cosas, se quitaron anécdotas de su relación con Macedonio Fernández. Por cuestiones vinculadas con los derechos de autor, la obra sólo será publicada ahora en la Argentina, por El Ateneo.

Este no es, en realidad, un libro de Borges, pues Di Giovanni fue el coautor. Tampoco es un dechado de datos novedosos, pues buena parte de lo que se cuenta en sus páginas apareció en algunos de los tantos libros publicados acerca de Borges. Pero el texto no deja de ser una felicidad; contiene anécdotas e ideas que, quizá por su apariencia pequeña, no han sido reproducidas en la mayoría de esos libros.

Aunque prefería hablar de literatura, propia o ajena, Borges nunca fue reacio a hablar de su vida. Los ejemplos de esta predisposición se pueden hallar en esos libros sobre su figura -desde la excelente biografía literaria de Emir Rodríguez Monegal hasta los ricos diálogos con Antonio Carrizo- que han brotado en abundancia, muchos de ellos después de su muerte. Algunos de esos libros, cuyos nombres no se mencionarán aquí, son vergonzosos por el oportunismo y por la avidez de sus autores.

Por más que ésta sea la autobiografía oficial, no hay que creer, de acuerdo con un parámetro de verdad objetiva, todo lo que en ella se dice. Borges no era mentiroso, pero sí propenso a la ficción; la verdad era sacrificable con tal de agregarle potencia literaria a una historia.

Creía que la literatura era tan real como la realidad. Y su memoria era, sobre todo, literaria. "Mi memoria se compone, más que nada, de libros. Recuerdo con dificultad mi propia vida. No puedo dar fechas. Sé que he visitado 17 o 18 países, pero no sé en qué orden. No sabría decir cuánto tiempo estuve en un lugar o en otro. Todo es un revoltijo de imágenes", dijo Borges en 1982.

Durante este año, la vida y los libros de Borges son y serán celebrados en todo el mundo; desde Granada hasta Oslo, desde Londres hasta Nueva York, en varias ciudades importantes se han organizado actividades para recordarlo. Seminarios, charlas, festivales, reediciones, muestras y cortometrajes homenajean a Borges.

A su vez, la Fundación Internacional Jorge Luis Borges organizó una muestra -con libros, manuscritos, discos y otros objetos que pertenecieron al escritor- que fue inaugurada el 31 de marzo en Venecia, y que recorrerá varios países hasta llegar, el 24 de agosto, fecha del nacimiento de Borges, al Museo Nacional de Bellas Artes.

A Borges le hubiera gustado recibir el premio Nobel. Y hasta soltó lágrimas cuando alguna universidad lo nombró Doctor Honoris Causa. En cierto modo, recibía con placer determinados homenajes. Y puede ser agradable participar, junto con otros amantes de Borges, en uno de ellos, y recordar a ese hombre bromista que es el mejor escritor argentino. Pero lo más lindo es leerlo.

INFANCIA Y SUBURBIO

Nací en 1899 en pleno centro de Buenos Aires, en la calle Tucumán entre Suipacha y Esmeralda, en una casa modesta y pequeña que pertenecía a mis abuelos maternos. Como la mayoría de las casas de la época, tenía azotea, zaguán, dos patios y un aljibe de donde sacábamos el agua. Debemos habernos mudado pronto al suburbio de Palermo, porque tengo recuerdos tempranos de otra casa con dos patios, un jardín con un alto molino de viento y un baldío del otro lado del jardín (...) En Palermo vivía gente de familia bien venida a menos y otra no tan recomendable. Había también un Palermo de compadritos, famosos por las peleas a cuchillo, pero ese Palermo tardaría en interesarme, puesto que hacíamos todo lo posible, y con éxito, para ignorarlo.

Siempre fui miope y usé lentes, y era más bien débil. Como la mayoría de mis parientes habían sido soldados y yo sabía que nunca lo sería, desde muy joven me avergonzó ser una persona destinada a los libros y no a la vida de acción. Durante toda mi juventud pensé que el hecho de ser amado por mi familia equivalía a una injusticia. No me sentía digno de ningún amor en especial, y recuerdo que mis cumpleaños me llenaban de vergüenza, porque todo el mundo me llenaba de regalos y yo pensaba que no había hecho nada para merecerlos, que era una especie de impostor. Alrededor de los 30 años logré superar esa sensación.

PADRE INVISIBLE

Mi padre era muy inteligente y, como todos los hombres inteligentes, muy bondadoso. Una vez me dijo que me fijara bien en los soldados, en los uniformes, en los cuarteles, en las banderas, en las iglesias, en los sacerdotes y en las carnicerías, ya que todo eso iba a desaparecer y algún día podría contarles a mis hijos que había visto esas cosas. Hasta ahora, desgraciadamente, no se ha cumplido esa profecía.

Mi padre era un hombre tan modesto que hubiera preferido ser invisible (...) El me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación, sino símbolos mágicos y música. También me dio, sin que yo fuera consciente, las primeras lecciones de filosofía. Cuando yo era todavía muy joven, con la ayuda de un tablero de ajedrez, me explicó las paradojas de Zenón.

LA MADRE COMPAÑERA

Creo que heredé de mi madre la cualidad de pensar lo mejor de la gente, y su fuerte sentido de la amistad (...) Para mí siempre ha sido una compañera -sobre todo en los últimos tiempos, cuando quedé ciego- y una amiga comprensiva y tolerante.

Recuerdo que una vez, al regresar a casa, mi madre encontró a Norah escondida detrás de una cortina de felpa roja, gritando asustada: "Une mouche, une mouche!" Parece que había adoptado la idea francesa de que las moscas son peligrosas. "Salí de ahí", le dijo mi madre sin demasiado fervor patriótico. "¡Naciste y te criaste entre moscas!"

LA BIBLIOTECA

Si tuviera que señalar el hecho capital de mi vida, diría que fue la biblioteca de mi padre. En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo. Ocupaba toda una habitación, con estantes acristalados, y debe haber contenido varios miles de volúmenes.

DESTINO DE ESCRITOR

Desde mi niñez, cuando (a mi padre) le vino la ceguera, se consideraba de manera tácita que yo cumpliría el destino literario que las circunstancias habían negado a mi padre. Es algo que se daba por descontado.

Empecé a escribir cuando tenía 6 o 7 años. Trataba de imitar a clásicos españoles como Cervantes. Había compuesto en un inglés muy malo una especie de manual de mitología griega. Esa puede haber sido mi primera incursión literaria. Mi primer cuento fue una historia bastante absurda a la manera de Cervantes, un relato anacrónico llamado La visera fatal. Estas cosas las escribía prolijamente en cuadernos escolares. Mi padre nunca interfirió. Quería que yo cometiera mis propios errores, y una vez dijo: "Los hijos educan a sus padres, y no al revés". A los 9 años traduje El príncipe feliz, de Oscar Wilde, que fue publicado en El País, uno de los diarios de Buenos Aires.

ESCUELA CON MATONES

Recordar mis primeros años escolares no me produce ningún placer. (...) Como yo usaba lentes y llevaba cuello y corbata al estilo de Eton, padecía las burlas y bravuconadas de la mayoría de mis compañeros, que eran aprendices de matones.

BUENOS AIRES

Regresamos a Buenos Aires en el Reina Victoria hacia fines de marzo de 1921 (N. de la R: se habían ido a Europa en 1914). Fue para mí una sorpresa, después de vivir en tantas ciudades europeas -después de tantos recuerdos de Ginebra, Zurich, Nimes, Córdoba y Lisboa-, descubrir que el lugar donde nací se había transformado en una ciudad muy grande y muy extensa, casi infinita, poblada de edificios bajos con azotea, que se extendía por el Oeste hacia lo que los geógrafos y literatos llaman la pampa. Podía ver Buenos Aires con entusiasmo y con una mirada diferente porque me había alejado de ella un largo tiempo. Si nunca hubiese vivido en el extranjero, dudo que hubiese podido verla con esa mezcla rara de sorpresa y afecto. La ciudad -no toda la ciudad, claro, sino algunos lugares que adquirieron para mí una importancia emocional- me inspiró los poemas de Fervor de Buenos Aires, mi primer libro publicado.

Tengo la impresión de que todo lo que escribí después (de Fervor de Buenos Aires) no ha hecho más que desarrollar los temas presentados en sus páginas; siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo ese único libro.

MACEDONIO CONVERSADOR

Quizás el mayor acontecimiento de mi regreso fue Macedonio Fernández. De todas las personas que he conocido en mi vida -y he conocido a algunos hombres verdaderamente excepcionales- nadie me ha dejado una impresión tan profunda y duradera como Macedonio. (...) Macedonio, paradójicamente, era a la vez un extraordinario conversador y un hombre de largos silencios y pocas palabras. Nos reuníamos los sábados a la noche en el bar La Perla, en Plaza del Once. Allí conversábamos hasta el amanecer, en una mesa presidida por Macedonio. (...) En esa época yo era un gran lector y salía muy poco (casi todas las noches después de cenar me acostaba y leía), pero durante la semana me sostenía la idea de que el sábado vería y oiría a Macedonio. Vivía cerca de casa y yo hubiera podido ir a visitarlo en cualquier momento, pero pensaba que no tenía derecho a ese privilegio, y que para dar al sábado de Macedonio todo su valor tenía que abstenerme de verlo durante la semana. En esas reuniones, Macedonio hablaba quizá tres o cuatro veces, arriesgando sólo unos pocos comentarios que en apariencia iban dirigidos exclusivamente a las personas que tenía al lado. Esos comentarios nunca eran afirmativos. Macedonio era muy cortés y hablaba con voz muy suave, diciendo por ejemplo: "Bueno, supongo que habrás notado..." Y entonces soltaba alguna idea muy sorprendente y original. Pero invariablemente atribuía esa idea a quien lo escuchaba.

EL TRUCO DE FLORIDA Y BOEDO

(El grupo de) Florida representaba el Centro y Boedo el proletariado. Yo hubiera preferido pertenecer al grupo de Boedo, considerando que escribía sobre el viejo Barrio Norte y los conventillos, sobre la tristeza y los ocasos. Pero uno de los dos conjurados (eran Ernesto Palacio por Florida y Roberto Mariani por Boedo) me informó que yo era un guerrero de Florida y ya no quedaba tiempo para cambiar de bando. Todo aquello estuvo amañado. Algunos escritores -por ejemplo Roberto Arlt y Nicolás Olivari- pertenecían a los dos grupos. Actualmente algunas universidades crédulas toman en serio esa farsa. Pero en parte fue un truco publicitario y en parte una broma juvenil.

AMISTAD REDENTORA

Me siento en total desacuerdo con el joven pedante y un tanto dogmático que fui. Pero los amigos están todavía muy presentes, y muy próximos. De hecho, son una parte indispensable de mi vida. Creo que la amistad es la pasión que salva a los argentinos.

LECTURAS

En el transcurso de una vida consagrada a la literatura, he leído muy pocas novelas; y en la mayoría de los casos sólo he llegado a la última página por sentido del deber. Al mismo tiempo, siempre he sido un gran lector de cuentos. Stevenson, Kipling, James, Conrad, Poe, Chesterton, los cuentos de Las mil y una noches en la versión de Lane y ciertos relatos de Hawthorne forman parte de mis lecturas habituales desde que tengo memoria.

PERÓN, EL INNOMBRABLE

En 1950 me eligieron presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. La República Argentina era entonces, como ahora, un país sumiso, y la SADE uno de los pocos bastiones contra la dictadura. (...) La SADE fue finalmente clausurada. Recuerdo la última conferencia que se me permitió dar allí. El público, bastante escaso, incluía a un policía muy desconcertado que hacía con torpeza todo lo posible por anotar algunos de mis comentarios sobre el sufismo persa. Durante ese período gris y desesperanzado, mi madre, que andaba por los 70 años, estuvo bajo arresto domiciliario. Mi hermana y uno de mis sobrinos pasaron un mes en la cárcel. Yo mismo tenía un agente pisándome los talones; al principio lo llevaba a dar largos paseos sin rumbo fijo y finalmente me hice amigo suyo. Admitía que también odiaba a Perón y que sólo obedecía órdenes. Ernesto Palacio me ofreció una vez presentarme al innombrable, pero no quise conocerlo. ¿Para qué presentarme a un hombre a quien no le daría la mano?

EL AMIGO BIOY

Nos conocimos en 1930 o 1931, cuando él tenía 17 años y yo poco más de 30. En esos casos siempre se supone que el hombre mayor es el maestro y el menor el discípulo. Eso puede haber sido cierto al principio, pero algunos años más tarde, cuando empezamos a trabajar juntos, Bioy era el verdadero y secreto maestro. (...) Al contradecir mi gusto por lo patético, lo sentencioso y lo barroco, Bioy me hizo sentir que la discreción y el control son más convenientes. Si se me permite una afirmación tajante, diría que Bioy me fue llevando poco a poco hacia el clasicismo.

Ceguera La ceguera me fue alcanzando gradualmente desde la infancia. Fue como un lento atardecer de verano; no tuvo nada de patético ni de dramático. A partir de 1927 soporté ocho operaciones en los ojos, pero desde la década del cincuenta, cuando escribí el Poema de los dones, a efectos de la lectura y la escritura ya estaba ciego.

PASADO NÓRDICO

Siempre me atrajo la metáfora, y esa inclinación me llevó a estudiar las sencillas kenningar sajonas y las muy elaboradas kenningar escandinavas. (...) A su vez, la investigación de las kenningar me llevó al estudio del inglés y el escandinavo antiguos. Otro factor que me condujo en esa dirección fue mi ascendencia. Quizá no sea más que una superstición romántica, pero el hecho de que los Haslam (la abuela por vía paterna era Haslam) vivieran en Northumbria y Mercia -hoy se las llama Northumberland y Midlands- me liga a un pasado sajón y quizá danés. Mi cariño por ese pasado nórdico ha molestado a algunos de mis compatriotas nacionalistas, que me consideran inglés, pero no hace falta señalar que muchos hábitos ingleses me resultan del todo ajenos: el té, la familia real, los deportes varoniles, la devoción fanática por cada línea escrita por Shakespeare.

PALABRAS

Escribir de manera grandilocuente no sólo es un error sino un error que nace de la vanidad. Creo con firmeza que para escribir bien hay que ser discreto.

NORTEAMÉRICA

A consecuencia de ese premio (el Premio Formentor de 1961, que compartió con Samuel Beckett), de la noche a la mañana mis libros brotaron como hongos por todo el mundo occidental. Ese mismo año, bajo los auspicios de Edward Larocque Tinker, fui invitado como profesor visitante a la Universidad de Texas. Era mi primer encuentro físico con Norteamérica. En cierto sentido, debido a mis lecturas, siempre había estado allí, pero qué extraña sensación tuve en Austin al oír que los obreros que cavaban una zanja hablaban en inglés, idioma que hasta entonces siempre había creído negado a esa clase de gente. De hecho, Norteamérica había adquirido tales proporciones míticas en mi imaginación, que me asombraba sinceramente encontrar allí cosas tan comunes como yuyos, barro, charcos, caminos de tierra, moscas, perros y vagabundos. Aunque a veces sentíamos nostalgia, ahora sé que mi madre -que me acompañaba- y yo terminamos amando a Texas. Ella, que siempre había detestado el fútbol, hasta se alegró de nuestra victoria cuando los Longhorns derrotaron a los vecinos Bears.

Norteamérica me pareció la nación más amistosa, más indulgente y más generosa que había visitado. Los sudamericanos tendemos a pensar en términos de conveniencia, mientras que la gente en los Estados Unidos tiene una actitud ética. Como soy protestante aficionado, eso era lo que más admiraba. Hasta me ayudaba a pasar por alto los rascacielos, las bolsas de papel, la televisión, los plásticos y la horrible selva de aparatos.

CIUDADES

Estocolmo y Copenhague están entre las ciudades más inolvidables que he visto, al igual que San Francisco, Nueva York, Edimburgo, Santiago de Compostela y Ginebra.

LOS DEMÁS

La gente ha sido inexplicablemente bondadosa conmigo. No tengo enemigos, y si ciertas personas se han puesto ese disfraz, han sido tan bondadosas que ni siquiera me han lastimado. Cada vez que leo algo que han escrito contra mí, no sólo comparto el sentimiento, sino que pienso que yo mismo podría hacer mucho mejor el trabajo. Quizá debería aconsejar a los aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad de que recibirán toda mi ayuda y mi apoyo. Hasta he deseado secretamente escribir, con seudónimo, una larga invectiva contra mí mismo.

FELICIDAD CERCANA

A mi edad uno debería tener conciencia de los propios límites, y ese conocimiento quizá contribuya a la felicidad. De joven pensaba que la literatura era un juego de variaciones hábiles y sorprendentes; ahora que he encontrado mi propia voz, veo que tocar y retocar mis originales no los mejora ni los empeora. (...) Supongo que ya he escrito mis mejores libros. Eso me da una cierta satisfacción y tranquilidad. De algún modo, la juventud me resulta más cercana que cuando era joven. Ya no considero inalcanzable la felicidad, como me pasaba hace mucho tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes, y nunca me preocupan. Ahora lo que quiero es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad y, aunque sea demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado. .

Texto: Hernán Ameijeiras

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La vuelta de la democracia


Texto que Jorge Luis Borges escribió para Clarín el 22 de diciembre de 1983, con ilustración del maestro Hermenegildo Sábat.


Escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística; yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente. Espléndida y asombrosamente. Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la justicia, de los códigos y de los gobiernos. Por ahora son males necesarios.
Es casi una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella fecha es la victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba un caos que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie ignora las formas que asumió esa pesadilla obstinada. El horror público de las bombas, el horror clandestino de los secuestros, de las torturas y de las muertes, la ruina ética y económica, la corrupción, el hábito de la deshonra, las bravatas, la más misteriosa, ya que no la más larga de las guerras que registra la historia. Sé, harto bien, que este catálogo es incompleto. Tantos años de iniquidad o de complacencia nos han manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra esperanza no debe ser impaciente. Son muchos e intrincados los problemas que un gobierno puede ser incapaz de resolver. Nos enfrentan arduas empresas y duros tiempos.
Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. Habrá una oposición. Renacerá en esta república esa olvidada disciplina, la lógica. No estaremos a la merced de una bruma de generales.
La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber. Es un acto de fe que puede justificarnos. Si cada uno de nosotros obra éticamente, contribuiremos a la salvación de la patria.

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Borges y yo

Por Jorge Luis Borges

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición.
Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre.
Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
                                 No sé cuál de los dos escribe esta página.

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Nuestro pobre individualismo

Por Jorge Luis Borges

Las ilusiones de patriotismo no tienen término. En el primer siglo de nuestra era, Plutarco se burló de quienes declaran que la luna de Atenas es mejor que la luna de Corinto; Milton, en el siglo XVII notó que Dios tenía la costumbre de revelarse primero a Sus ingleses; Fitche, a principios del siglo XIX, declaró que tener carácter y ser alemán es, evidentemente, lo mismo. Aquí, los nacionalistas pululan; los mueve, según ellos, el atendible o inocente propósito de fomentar los mejores rasgos argentinos.

Ignoran, sin embargo, a los argentinos; en la polémica, prefieren definirlos en función de algún hecho externo; de los conquistadores españoles (digamos) o de una imaginaria tradición católica o del “Imperialismo Sajón”.

El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano.

Hegel diciendo: “El Estado es la realidad de la idea moral” le parecen bromas siniestras. Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese “héroe” es un incomprensible canalla (1).

Siente con Don Quijote que “Allá se lo haya cada uno con su pecado” y que “No es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Más de una vez, ante las vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el símbolo secreto y tranquilo de nuestra afinidad.

Profundamente lo confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro.

El mundo, para el europeo, es un cosmos, en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino, es un caos. El europeo y el americano del Norte juzgan que ha de ser bueno un libro que ha merecido un premio cualquiera, el argentino admite la posibilidad de que no sea malo, a pesar del premio. En general, el argentino descree de las circunstancias.

Puede ignorar la fábula de que la humanidad siempre incluye treinta y seis hombres justos -los Lamed Wufniks- que no se conocen entre ellos pero que secretamente sostienen el universo; si la oye, no le extrañará que esos beneméritos sean oscuros anónimos. Su héroe popular es el hombre solo que pelea con la partida, ya en acto (Fierro, Moreira, Hormiga Negra), ya en potencia (Segundo Sombra). Otras literaturas no registran hechos análogos.

Se dirá que los rasgos que señalo son meramente negativos o anárquicos; se añadirá que no son capaces de explicación política. Me atrevo a sugerir lo contrario.

El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrará justificación y deberes.

Sin esperanza y con nostalgia, pienso en la abstracta posibilidad de un partido que tuviera alguna afinidad con los argentinos; un partido que nos prometiera (digamos) un severo mínimo de gobierno.

El nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente poderoso; esa utopía, una vez lograda en la tierra, tendría la virtud providencial de hacer que todos anhelaran, y finalmente construyeran, su antítesis.

Buenos Aires, 1946

(1) El estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o excuso

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Julio 1976

Entrevista a J.L Borges en Tiempo Nuevo



Bernardo Neustadt: ¿Cómo quiere que lo llame: Borges, maestro, Jorge Luis?

Jorge Luis Borges: Borges, a secas, porque ése es mi nombre. Maestro no soy de nadie.

Neustadt: Usted ha dicho que el mundo sin negros no pierde nada. ¿Porqué piensa esto?

Borges: Vamos a imaginarnos el mundo sin vascos -yo tengo bastante sangre vasca-, vamos a imaginarnos el mundo sin negros -que yo sepa, no tengo sangre negra-. Sería exactamente igual. Hay países que han dado mucho, entre los países modernos, desde luego. Es evidente que Italia, Inglaterra y Francia, mientras que es evidente que hay otros países que han dado menos, o casi nada. Eso es lo que yo he dicho, nada más.

Neustadt: ¿Qué pasa si por ahí se le descubre que tiene sangre negra?

Borges: Y, nada. Posiblemente la tenga. Pienso que no hay un individuo en el mundo de sangre pura. Puede haber algún esquimal, algún africano. Pero en general, las sangres están muy mezcladas.

Neustadt: Me decía hoy que usted encuentra al hombre americano solo. ¿Borges también es solo?

Borges: Sí, muchas veces me siento solo. Pero tengo amigos, pocos pero buenos; tengo gente que me quiere. Y tengo además un refugio que no todos tienen y es el hecho de que esencialmente soy un escritor. Mal escritor, buen escritor, eso no importa. Lo importante es poder refugiarme en la literatura, eso es lo que más me ayuda a escapar de la soledad.

Neustadt: Pero usted sabe que es un gran escritor.

Borges: No. Yo no creo ser un gran escritor. Sin salir de este país hay escritores muy superiores a mí. Yo me considero siempre un chapucero. Mal escritor, pero buen lector. He pasado la mayor parte de mi vida leyendo en diversos idiomas.

Neustadt: Le quiero hacer un pequeño test, muy breve. ¿Qué es para usted la democracia?

Borges: Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales. Estos señores que van desparramando su retrato, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma. Para mí ser político es uno de los oficios más tristes del ser humano. Esto no lo digo contra ningún político en particular. Digo en general, que una persona que trate de hacerse popular a todos parece singularmente no tener vergüenza. El político en sí no me inspira ningún respeto. Como político.

Neustadt: Creo que hay casi una crueldad de su parte. El mundo está dirigido por políticos. Usted también es un político, es popular...

Borges: No. Yo no soy un hombre político. Si mañana me llamasen para ocupar un puesto político, porque me eligiesen o impusiesen, yo sé lo que haría: renunciaría inmediatamente. No entiendo de política, de igual modo que no entiendo de medicina, no entiendo de música, no entiendo de ingeniería, ni entiendo de cultura.

Neustadt: ¿Del amor entiende, Borges?

Borges: Sí. Desgraciadamente, sí.

Neustadt: ¿Cómo desgraciadamente?

Borges: Porque desgraciadamente pienso que trae más pesares que placeres. Ahora claro que la felicidad que da el amor es tan grande que más vale ser desdichado muchas veces para ser feliz algunas. ¡Es también una cuestión de estadística!

Neustadt: Vale la pena entonces ser desdichados muchas veces para ser felices un minuto?

Borges: Sí. Yo creo que sí. Yo creo que todos nosotros hemos sido muy felices con el amor alguna vez y también creo que todos hemos sido muy desdichados muchas veces. El amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad. Pienso que es una experiencia y uno no debe rehusar experiencias.

Neustadt: Usted ha dicho en unos de sus libros: "Mis convicciones en materia política son harto conocidas. Me he afiliado al Partido Conservador". Y más adelante agrega: "Creo que con el tiempo mereceremos que no haya más gobierno". ¿Sigue pensando lo mismo?

Borges: Bueno, creo que por el momento necesitamos unos 200 años de dictadura, y después, desde luego, bastante más civilizados, prescindir del gobierno. Ser conservador es una forma de ser escéptico.

Neustadt: Dígame, ¿la libertad cuenta algo para usted?

Borges: No. Yo creo que se le ha dado demasiada importancia. Sobre todo, ya que la mayoría de la gente no sabe ejercerla. La ejercen de un modo bobo.

Neustadt: ¿Qué piensa del estudiantado argentino?

Borges: Pienso que no se diferencia en nada al del resto del mundo. Además creo que son mejores los métodos que se siguen aquí, que son los europeos, que en los Estados Unidos. Allí parece que todo se apoya en una de las facultades humanas que me parece deleznable, y es la memoria. Para un gran místico sueco, la principal facultad del cerebro era el olvido. La verdad es que recordamos demasiadas cosas.

Neustadt: ¿No será que lo mejor que tiene la memoria es la capacidad de olvido?

Borges: Sí, pero en ese caso podemos decir que el mayor defecto del olvido es que a veces incluye a la memoria.

Neustadt: ¿Ve en los jóvenes la posibilidad de algún cambio, a tantos errores que ya se han cometido?

Borges: Creo que los jóvenes como los adultos estamos totalmente a la deriva. Yo no sé qué puedo hacer para ayudar al país. Tengo la máxima voluntad y la mayor incapacidad.

Neustadt: ¿Usted en qué cree más: en el perdón o en la penitencia?

Borges: Por lo pronto, no creo en el perdón. Si yo obro mal, y me perdonan, el perdón es ajeno y no puede mejorarme a mí. De modo que ser perdonado no tiene importancia. Ser castigado, puede sí servirme. Puede ayudarme a pensar en lo mal que he obrado. Creo que hay un solo don que se aplicaría igualmente al perdón o a la venganza y es el olvido.

Neustadt: ¿Cómo se ve como argentino, como escritor, como ser humano?

Borges: Como argentino, tengo mi conciencia tranquila. Fui nombrado director de la Biblioteca Nacional por la Revolución Libertadora, porque sabían que no era peronista. Cuando volvió el gobierno de cuyo nombre prefiero no acordarme, renuncié. Como escritor, trato de escribir lo mejor posible, lo cual no es mucho. Como ser humano soy una especie de antología de contradicciones y errores. Pero tengo sentido ético. En fin, no espero ni castigos ni recompensas. El cielo y el infierno me quedan grandes.

Neustadt: ¿Lo espera el purgatorio entonces?

Borges: No, ninguna de las tres cosas. Espero desaparecer definitivamente. Y espero además no ser recordado. ¿De qué me sirve morir si van a seguir pensando en mí?

Neustadt: ¡Pero usted es un nihilista entonces!

Borges: Sí, desde luego, pero tranquila y burguesamente nihilista.

Neustadt: ¿Nunca juzga al fútbol?

Borges: Me parece una forma del tedio. Además al argentino no le gusta el fútbol. Le gusta ver ganar tal o cual cuadro. Fútbol así, no. Yo nunca he oído decir a la gente: “¡Caramba, yo soy de San Lorenzo de Almagro, pero qué bien ha ganado Boca! ¡Qué contento estoy!" Entonces el fútbol no les interesa.

Neustadt: ¿Para usted qué es ser amigo?

Borges: Es algo muy misterioso. Contar con una persona. Saber que esa persona puede contar con uno. Pero la amistad no significa la frecuentación.

Neustadt: ¿Es una forma de amor?

Borges: Yo no estoy tan seguro. Yo diría que el amor no puede prescindir de la amistad. Si el amor prescinde de la amistad es una forma de locura. Una especie de frenesí, un error en suma. Que en la amistad haya algún elemento del amor puede ser; pero son dos cosas diferentes. El amor exige pruebas sobrenaturales, uno querría que la persona que está enamorada o enamorado de uno le diera pruebas milagrosas de ese amor. En cambio la amistad no necesita de pruebas.

Neustadt: Si uno amó mucho y dejó de amar, ¿se puede ser amigo?

Borges: Sí, quizá eso mejore la amistad. Quizás después del amor quede siempre algo de amor, algo sentimental, algo especialmente grande.

Neustadt: Le voy a leer una frase suya...

Borges: ¡Y me arrepiento de ella de antemano!

Neustadt: En el "Informe de Brodie" usted dice: "Soy decididamente monótono". ¿Sigue usted considerándose monótono?

Borges: Yo veo que estoy más o menos siempre escribiendo el mismo cuento. Tengo siempre tres o cuatro argumentos de cuentos y los voy sometiendo a tratamientos distintos. Los digo con una inflexión distinta, los sitúo en distintas épocas, distintas circunstancias, y ya son nuevos.

Neustadt: ¿Qué es un hombre inteligente?

Borges: Realmente, no sé. Muchas veces cuando uno dice que tal o cual persona es inteligente se refiere más a que es ocurrente, que tiene algo que decir de un tema inmediatamente. Esa persona puede no ser inteligente. La inteligencia puede ser lenta.

Neustadt: ¿Usted es inteligente?

Borges: Si me dan algunos años para pensar, soy inteligente. Si me hacen preguntas como las suyas, inmediatas, soy más bien estúpido.

Neustadt: Quisiéramos que nos hablase un poco de la honestidad.

Borges: La honestidad es tan rara que uno tiene pocas ocasiones de estudiarla. Pero creo que toda persona tiene algo de ejercicios honestos. Por ejemplo yo sé que mi vida ha sido una trama de errores. He pasado gran parte de ella comprobando que los demás tenían razón; sin embargo, he tratado de ser honesto, de no mentir más de lo necesario. Parece que no puede vivirse sin mentiras. No ignoro cínicamente, pero creo haber obrado bien. De modo que me considero una persona proba. He sido indiferente, he sido cruel, sí, pero por estupidez, por negligencia.

Neustadt: ¿Por qué los argentinos somos un fenómeno de a uno y un desastre en grupo? Lo tenemos a Borges, a Vilas...

Borges: Vilas es un hombre desconocido para mí, pero supongo que tiene méritos. Pero sí, es raro. Probablemente porque somos un país de individualistas, respondiendo a nuestra herencia española. Mi padre era un anarquista, individualista. Yo me crié bajo la misma línea.

Neustadt: ¿Qué es la patria?

Borges: La patria es algo que se siente, no puede definirse. Yo la siento muy profundamente.
Si la definimos, estamos diluyéndola en palabras.

Neustadt: Borges, ¿cuántos idiomas habla?

Borges: Yo creo que uno, el español. Ahora, yo puedo expresarme en inglés, en alemán. Luego la suerte me dio dos idiomas más: el latín que estudié cinco años en la Universidad y el francés, ya que me eduqué en Ginebra. Sé italiano y portugués como lo saben todos aquellos que hablan el español. Cuando perdí la vista, en 1955, pensé que eso tenía que ser el principio de algo; recordé que yo llevaba en la sangre un idioma que ya se dejó de hablar hace siglos, el Old English o inglés antiguo. Entonces estudié este idioma sajón. Ahora he pasado al estudio de islandés, afín al anglosajón, pero con una literatura más compleja.

Neustadt: ¿Por qué le gusta tanto Islandia?

Borges: Me gusta su literatura: es una de las más complejas y también de las más desconocidas. Además Islandia es un país admirable. Yo estuve dos veces y creo que me sentiría feliz viviendo allí.

Neustadt: Pero quédese aquí...

Borges: Sí, por el momento estoy aquí, pero soy islandés honorario o trato de serlo. En Islandia tuve una gran satisfacción: salió una noticia en los diarios donde se me nombraba como ”el gran trovador escandinavo”. Confieso que me llenó de orgullo.

Neustadt: ¿Le gusta ser trovador, no?

Borges: ¡Sí, pero además trovador escandinavo!

Neustadt: Esta pregunta puede parecer cruel, pero no lo es, y es cristiana. El día que usted pueda volver a ver bien, ¿qué es lo que le gustaría volver a ver?

Borges: Vacilo entre dos contestaciones: algunas caras, algunos libros. Quiero leer poesía, en alemán.

Neustadt: Las caras ¿le gustaría que fueran de mujer o de hombre?, ¿jóvenes o maduras?

Borges: ¡Por raro que parezca yo diría de mujeres, de mujeres jóvenes! (Y agregó en voz baja: si llego a decir que quisiera ver a un hombre ¿sabe lo que dirían de mí...?)

*


Parte del diálogo o entrevista que data de 1981 con Seamus Heaney (Premio Nobel de literatura de 1995).



Kearney: Usted habló de reir mientras escribe. Sus libros están llenos de diversión y picardía. ¿Escribir siempre ha sido para usted una tarea placentera o ha sido alguna vez una experiencia difícil o dolorosa?

Borges: Sabe, cuando todavía podía ver, me encantaba escribir, cada momento, cada frase. Las palabras eran como juguetes mágicos con los que yo jugaba y movía de toda clase de formas. Desde que perdí la vista a los cincuenta años, no he podido regocijarme con la escritura con esta naturalidad. He tenido que dictarlo todo, volverme un dictador más que un jugador de palabras. Es difícil divertirse con juguetes cuando uno está ciego.

Kearney: La sugerencia que usted hace aquí de que el psicoanálisis tiene valor como un estimulante imaginativo más que como un método científico me hace recordar la afirmación que usted hace en el sentido de que todo el pensamiento filosófico es "una rama de la literatura fantástica".

Borges: Sí, creo que la metafísica es un producto de la imaginación al mismo nivel que la poesía. Después de todo, la idea ontológica de Dios es el invento más espléndido de la imaginación.

Kearney: Pero ¿inventamos nosotros a Dios o es Dios quien nos inventa a nosotros? ¿Es divina o humana la imaginación creativa primaria?

Borges: Ah, ésa es la pregunta. Puede ser ambas.

Heaney: ¿Acaso su experiencia infantil de la religión católica alimentó su sensibilidad de alguna forma duradera? Me refiero más a sus ritos y misterios que a sus preceptos teológicos. ¿Existe algo llamado imaginación católica, que podría expresarse en obras literarias como, por ejemplo, en el caso de Dante?

Borges: Para el argentino, ser católico es más una cuestión social que espiritual. Significa que uno se alínea con la clase, el partido o el grupo social correcto. Nunca me interesó este aspecto de la religión. Sólo las mujeres parecían tomar la religión en serio. Cuando era niño, cuando mi madre me llevaba a misa, yo rara vez veía a un hombre en la iglesia. Mi madre tenía una gran fe. Creía en el paraíso; y quizá su creencia significa que ahora ella está allí. Aunque ahora ya no soy un católico practicante y no puedo compartir su fe, sigo entrando en su habitación todos los días a las cuatro de la mañana, la hora en que murió hace cuatro años (¡tenía 99 años y le aterraba cumplir cien años!) para rociar agua bendita y rezar el Padre Nuestro como ella lo pidió. ¿Por qué no? La inmortalidad no es más extraña ni increíble que la muerte. Como mi padre agnóstico solía decir: "Dado que la realidad es lo que es, el producto de nuestra percepción, todo es posible, incluso la Trinidad". Creo en la ética, que las cosas en nuestro universo son buenas o malas. Pero no puedo creer en un Dios personal. Como lo dice Shaw en Major Barbara: "He dejado atrás a la Desposada del Cielo". Me siguen fascinando los conceptos metafísicos y alquímicos de lo sagrado. Pero esta fascinación es más estética que teológica.
Heaney: ¿Diría usted que su capacidad o necesidad de habitar el mundo de la ficción y de los sueños aumentó de alguna manera por haber perdido la vista?
—Desde que me volví ciego lo único que me queda es la alegría de soñar, de imaginar que puedo ver. A veces mis sueños se extienden más allá del sueño y se adentran en mi mundo de vigilia. Con frecuencia, antes de dormir o al despertar, me descubro soñando, balbuciendo frases oscuras e inescrutables. Esta experiencia simplemente confirma mi convicción de que la mente creativa siempre está activa, siempre está más o menos soñando tenuemente. Dormir es como soñar la muerte. De la misma manera en que despertar es como soñar la vida. A veces ya no puedo distinguir cuál es cuál.

*


Frases borgeanas


"A mí también la vida me dio todo. A todos la vida les da todo, pero los más lo ignoran".

"Al cabo de los años, un hombre puede simular muchas cosas pero no la felicidad".

"Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso".

"A medida que transcurren los años, todo hombre está obligado a sobrellevar la creciente carga de su memoria".

"A mí se me hace cuento que nació Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua y el aire".

"A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores"

"Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo".

"A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: "Estoy modificando el Sahara".

"Biografías: Son el ejercicio de la minucia, un absurdo. Algunas constan exclusivamente de cambios de domicilio".

"Cada lenguaje es una tradición, cada palabra, un símbolo compartido".

"Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja algo de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es prueba evidente que dos almas no se encuentran por casualidad".

"Cada vez que leo algo que han escrito en contra de mí, no sólo estoy de acuerdo sino que siento que yo mismo podría hacer mucho mejor ese trabajo".

"Censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica".

"Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones".

"Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos".

"Creo que la República Argentina no puede ser explicada. Es tan misteriosa como el universo".

"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".

"Cuando era chico, un día duraba una semana y ahora una semana dura un día".

"Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras".

"¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad".

"De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación".

"Descreo de los métodos del realismo, género artificial si los hay".

"Después de una acción de guerra, nada es muy raro".

"Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez".

"Dios totalmente se hizo hombre pero hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesís; eligió un ínfimo destino: fue Judas".

"Dormir es distraerse del mundo".

"Dormir, según se sabe, es el más secreto de nuestros actos. Le dedicamos una tercera parte de la vida y no lo comprendemos".

"Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte".

"El asco es la virtud fundamental. Dos disciplinas pueden conducirnos a ella: la abstinencia y el desenfreno, el ejercicio de la carne o su castidad".

"El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio".

"El Destino: tal es el nombre que aplicamos a la infinita operación incesante de millares de causas entreveradas".

"El éxito y el fracaso son dos impostores".

"El futuro no tiene realidad sino como esperanza presente!.

"El hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante".

"El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto".

"El Islam, lo sé, es la más pobre de las creencias que proceden del judaísmo".

"El misterio está en nosotros mismos, no en las palabras".

"El que no ha dado todo no ha dado nada".

"El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es envidiable".

"El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges".

"El tiempo no rehace lo que perdemos; la eternidad lo guarda para la gloria y también para el fuego".

"El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros".

"En épocas de mi infancia la religión era cosa de mujeres y de niños; los porteños en su mayoría eran librepensadores".

"En mi país se pasan quince minutos diciendo que no hace falta presentarme y diciendo que van a ser breves en la presentación; y así pueden estar una hora sin haberme presentado".

"En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes".

"Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones".

"Eran dos hombres de genio, pero, a primera vista, invisibles el uno para el otro".

"Escribir de manera grandilocuente no sólo es un error sino un error que nace de la vanidad. Creo con firmeza que para escribir bien hay que ser discreto".

"Estoy solo y no hay nadie en el espejo".

"Evidentemente debo muy poco a los esquimales o al Congo; pero, en realidad, hago cuanto puedo para ser digno de la universidad del mundo".

"Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real".

"¿Habrá en la tierra algo sagrado o algo que no lo sea?".

"Hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria".

"Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos".

"Hay quien busca el amor de una mujer para olvidarse de ella, para no pensar más en ella".

"Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música".

"He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre".

"He firmado tantos ejemplares de mis libros que el día que me muera va a tener un gran valor uno que no lleve mi firma".

"He paladeado numerosas palabras.Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres".

"He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.He atravesado el mar. He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres. He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud. He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes".

"He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola".

"La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras facetas de esta confusión que es la vida".

"La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica".

"La clase media es la mejor. Es tan deplorable que en un país haya millonarios como que haya mendigos".

"La duda es uno de los nombres de la inteligencia".

"La gloria es una incomprensión y quizás la peor".

"La fama, como la ceguera, me fue llegando poco a poco. Nunca la había esperado, nunca la había buscado".

"La historia del universo –y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio".

"La humildad es, en mi caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses o los chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas".

"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria, no podría imaginar".

"La inmortalidad personal no es menos creíble que la muerte: las dos cosas son increíbles!".

"La juventud me resulta mucho más cercana ahora que cuando yo joven".

"La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido".

"La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene".

"La universidad debiera insistirnos en lo antiguo y en lo ajeno. Si insiste en lo propio y lo contemporáneo, la universidad es inútil, porque está ampliando una función que ya cumple la prensa".

"La pobreza de ayer era menos pobre que la que ahora nos depara la industria. También las fortunas eran menores".

"La realidad no suele coincidir con las previsiones".

"La tarea del escritor es solitaria. Pero me di cuenta que fui leído. Entonces uno se hace de amigos invisibles. Y uno se da cuenta que lo quieren a uno. Son amigos míos, a pesar de haber leído mis libros".

"La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia".

"La vida exige una pasión"

"La vulgaridad tiene fuerza representativa: uno imagina el tipo de persona que la profiere".

"La ya avanzada edad me ha enseñado la resignación de ser Borges".

"Las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia".

"Las lenguas son en último término, simplificaciones de una realidad que siempre las rebasa, y sólo pueden justificarse con un fin práctico".

"Las metafísicas de todos los tiempos no cesan de proponer esquemas".

"Las metáforas comunes son las mejores, porque son las únicas verdaderas".

"Las mujeres me han hecho desdichado. Pero la felicidad que he obtenido compensa toda la desdicha. Es mejor ser feliz y desdichado que no ser ninguna de las dos cosas".

"Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida".

"Las tiranías fomentan la estupidez".

"Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual".

"Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo".

"Lo que decimos no siempre se parece a nosotros".

"Lo que más admiro en los demás es la ironía, la capacidad de verse de lejos y no tomarse en serio. Después, el valor y la humildad, siempre que no sea ostentosa".

"Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo las palabras con que la cuento".

"Los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota".

"Los peronistas no son buenos ni malos, simplemente son incorregibles".

"Los verbos vivir y soñar son rigurosamente sinónimos".

"Llegué a abominar mi cuerpo, llegué a sentir que dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan monstruosos como dos caras".

"Me gustaría ser valiente. Mi dentista asegura que no lo soy".

"Mi alucinación personal importaría menos que la prueba de que en el universo cabe el desorden. Si tres y uno pueden ser dos o pueden ser catorce, entonces la razón es una locura".

"Mi carne puede tener miedo, yo no".

"Mi madre siempre estuvo preocupada por mi felicidad. Yo nunca fui feliz, siempre fingí serlo. Por eso pensé que la había defraudado".

"Mientras dura el arrepentimiento dura la culpa".

"Morir por una religion es mas simple que vivirla con plenitud".

"Nada está construido en la piedra. Todo está construido en la arena. Pero debemos construirlo como si la arena fuese piedra".

"Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy".

"Nadie es patria, todos lo somos".

"Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores"

"Nadie puede enseñar nada".

"No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan que es un órgano de la divinidad para tener consciencia del universo, pero nadie sabe con certidumbre si hay tal divinidad".

"No espero ni castigos ni recompensas. El cielo y el infierno me quedan grandes".

"No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas".

"No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil".

"No hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas".

"No hay hombre que esté libre de culpa".

"No hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo".

"No hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca".

"No hay un instante que no pueda ser el cráter del Infierno, no hay un instante que no pueda ser el agua del Paraíso".

"No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total".

"No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto".

"No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo".

"No podría definirme como ateo, porque declararme ateo correspone a una certidumbre que no poseo".

"No sé aún cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo".

"No sé si la instrucción puede salvarnos, pero no sé de nada mejor".

"Noches hubo en que me creí tan seguro de poder olvidarla que voluntariamente la recordaba".

"Noto que estoy envejeciendo; un síntoma inequívoco es el hecho de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas variaciones".

"Ocurre que la primera impresión que causaron personas que son importantes en la vida de uno, suele ser bastante vaga".

"Para el argentino, la amistad es una pasión y la policía una mafia".

"Para el cerebro el propósito de dormir es consolidar en la memoria una parte limitada de lo que hicimos
durante el día, podando los recuerdos superfluos".

"Para mí la democracia es un abuso de la estadística".

"Para morir no se precisa más que estar vivo".

"Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer".

"Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo; consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos".

"Por el temor de ser defraudado, no me entregué a la generosa esperanza".

"¿Por qué voy a morirme, si nunca lo he hecho antes? ¿Por qué voy a cometer un acto tan ajeno a mis hábitos? Es como si me dijeran que voy a ser buzo, o domador, o algo así, ¿no?".

"Prefiero las obras ajenas a las propias. Publicamos nuestro libros para librarnos de ellos, para no pasar el resto de nuestras vidas corrigiendo borradores".

"Que cada hombre construya su propia catedral. ¿Para qué vivir de obras de arte ajenas y antiguas?".

"Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible".

"Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mi me enorgullecen las que he leído".

"Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra".

"Que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía".

"Quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirse a doctrinas contrarias a las suyas".

"Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones".

"Quizás me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana –la única- está por extinguirse..."

"Quizá porque ya no veo la felicidad como algo inalcanzable; ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y que no se debe perseguir".

"Quizá sus pobres vidas rudimentarias no poseían otro bien que su odio y por eso lo fueron acumulando. Sin sospecharlo, cada uno de los dos se convirtió en esclavo del otro".

"Repudio todo pensamiento sistemático porque todo sistema conduce necesariamente a la trampa".

"Sé la Verdad pero no puedo razonar la Verdad".

"Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal".

"Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas".

"Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo".

"Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista aunque mi lugar sea el infierno".

"Si me dan algunos años para pensar, soy inteligente. Si me hacen preguntas como las suyas, inmediatas,
soy más bien estúpido".

"Si nos explicaran el sentido de la vida, seguramente no lo entenderíamos".

"Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres".

"Siempre hay un alivio en librarse de alguien. Es salir del sueño, volver a la normalidad, encontrarse a sí mismo".

"Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas. Es un amor así, celoso".

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca".

"Siempre que sus palabras no invaliden la fe ortodoxa, el Islam tolera la aparición de amigos confidenciales de Dios, por indiscretos o amenazadores que sean".

"Siempre sentí que ser poseedor de un secreto me halagaba más que contarlo".

"Siempre uno acaba por asemejarse a sus enemigos".

"Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire; la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí".

"Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece".

"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos".

"Soñar es la actividad estética más antigua".

"Soy simplemente un hombre de letras. No estoy seguro de haber pensado nada en toda mi vida. Soy un creador de sueños".

"Soy un hombre cobarde; no le dejé mi dirección, para eludir la angustia de esperar cartas".

"Todas las cosas del mundo me llevan a una cita o a un libro. He encontrado placer en muchas cosas: nadar, escribir, contemplar un amanecer o un atardecer, estar enamorado. Pero el hecho central de mi vida ha sido la existencia de las palabras y la posibilidad de entretejer y transformar esas palabras en poesía".

"Todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí".

"Todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo".

"Todas las palabras fueron alguna vez un neologismo".

"Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas".

"Todo entre los mortales tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”.

"Todo hombre da por sentado que su patria encierra algo único".

"Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será".

"Todo, según se sabe, ocurre inicialmente en otros países y a la larga en el nuestro".

"Todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene un valor metafórico".

"Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare".

"Todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros.

"Todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales".

"Tuve el peor de los pecados, no fui feliz".

"Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud".

"Un hombre no debe pensar en mujeres, sobre todo cuando le faltan".

"Un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país".

"Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos".

"Un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos".

"Una vez hecho algo, no puede valer mucho; es una obra humana con todas las imperfecciones de lo humano, pero el hecho de ejecutarla sí es interesante".

"Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única".

"Uno por cortesía tendría que tratar de no tener razón en las discusiones".

"Unos pocos argumentos me han hostigado a lo largo del tiempo; soy decididamente monótono".

"Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo".

"Ya que el deseo no es menos culpable que el acto, los justos pueden entregarse sin riesgo al ejercicio de la más desaforada lujuria".

"Yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".

"Yo creo que habría que inventar un juego en el que nadie ganara".

"Yo diría que es barroca la etapa final de todo arte, cuando éste exhibe y dilapida sus medios".

"Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un momento; el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".

"Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son el quijote, la divina comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente".

"Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón".

"Yo nunca busco temas, dejo que los temas me busquen y yo los eludo, pero si el tema insiste, yo me resigno y escribo".

"Yo odiaba a tres personas y ahora sólo recuerdo el nombre de una, pero ya no sé por qué la odiaba".

"Yo siempre seré el futuro Nóbel. Debe ser una tradición escandinava".

*


Poesías


El cómplice


Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.

El enamorado


Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.

El amenazado


Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre
es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes:
el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje
de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de
la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven
amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos,
la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que
miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal, ella no la ha visto)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Límites


De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando el ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me han querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

Yo

La calavera, el corazón secreto,
los caminos de sangre que no veo,
los túneles del sueño, ese Proteo,
las vísceras, la nuca, el esqueleto.
Soy esas cosas. Increíblemente
soy también la memoria de una espada
y la de un solitario sol poniente
que se dispersa en oro, en sombra, en nada.
Soy el que ve las proas desde el puerto;
soy los contados libros, los contados
grabados por el tiempo fatigados;
soy el que envidia a los que ya se han muerto.
Más raro es ser el hombre que entrelaza
palabras en un cuarto de una casa.

El truco


Cuarenta naipes han desplazado a la vida.
Pintados talismanes de cartón
nos hacen olvidar nuestros destinos
y una creación risueña
va poblando el tiempo robado
con floridas travesuras
de una mitología casera.

En los lindes de la mesa
la vida de los otros se detiene.
Adentro hay un extraño país:
las aventuras del envido y quiero,
la autoridad del as de espadas,
como don Juan Manuel, omnipotente,
y el siete de oros tintineando esperanza.

Una lentitud cimarrona
va demorando las palabras
y como las alternativas del juego
se repiten y se repiten,
los jugadores de esta noche
copian antiguas bazas:
hecho que resucita un poco, muy poco,
a las generaciones de los mayores
que legaron al tiempo de Buenos Aires
los mismo versos y las mismas diabluras.

La rosa


la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable

Llaneza


Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.
Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean
bien saben mi congoja y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922


Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra del cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge de un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, lo árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?

Amanecer


En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.

Mi vida


Aquí otra vez, los labios memorables,
único y semejante a vosotros.
Soy esa torpe intensidad que es un alma.
He persistido en la aproximación de la dicha
y en la privanza del dolor.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una
mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca,
y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple
una insaciada inmortalidad de ponientes.
He mirado unos campos donde la carne viva
de una guitarra fue dolorosa
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo
y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan
en pobreza y en riqueza a las de Dios
y a las de todos los hombres.

Casi juicio final


Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo: He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos las ciudad que me ciñe y los arrabales que me desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños he exaltado y cantado.
He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento que pudo haberse disipado en ternura.
El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón. Como el caballo muerto que la marea inflige en la playa, vuelve a mi corazón.
Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?

Calle con almacén rosado


Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle
y es como una sequía husmeando lluvia.

Ya todos los caminos están cerca,
y hasta el camino del milagro.

El viento trae el alba entorpecida.
El alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene encima.

Toda la santa noche he caminado
y su inquietud me deja
en esta calle que es cualquiera.

Aquí otra vez la seguridad de la llanura
en el horizonte
y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres
y el almacén tan claro como la luna nueva de ayer tarde.

Es familiar como un recuerdo la esquina
con esos largos zócalos y la promesa de un patio.

¡Qué lindo atestiguarte, calle de siempre, ya que te miraron tan pocas cosas mis días!
Ya la luz raya el aire.

Mis años recorrieron los caminos de la tierra y del agua
y sólo a vos te siento, calle dura y rosada.

Pienso si tus paredes concibieron la aurora,
almacén que en la punta de la noche eres claro.

Pienso y se me hace voz ante las casas
la confesión de mi pobreza:
no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,
pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.

Calle grande y sufrida,
eres la única música de que sabe mi vida.

A un gato


No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

Ajedrez


En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Insomnio


De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.

Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios,
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.

El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.

En vano quiero distraerme del cuerpo
y del espejo de un desvelo incesante
que lo prodiga y que lo acecha
y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.

En vano espero
las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.

Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.

(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.)

Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros, charcos de plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.

Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.

Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún
muerto,
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o
muertos
—aunque se oculten en la corrupción y en los siglos—
y condenarlos a vigilia espantosa.

Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados.

Soneto del vino


¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.

Al vino


En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.

Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.

En la aurora ya estabas. A las generaciones
les diste en el camino tu fuego y tus leones.

Junto a aquel otro río de noches y de días
corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías,

Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo
vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.

En tu cristal que vive nuestros ojos han visto
una roja metáfora de la sangre de Cristo.

En las arrebatadas estrofas de sufí
eres la cimitarra, la rosa y el rubí.

Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.

Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.

Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.

Milonga a un soldado


Lo he soñado en esta casa,
entre paredes y puertas,
Díos permite que los hombres
sueñen cosas que son ciertas.

Lo he soñado mar afuera,
en unas islas glaciares,
que no digan los demás
la tundra y los hospitales.

Una de tantas provincias,
del interior fue su tierra,
no conviene que se sepa
que muere gente en la guerra.

Lo sacaron del cuartel,
le pusieron en las manos
las armas y lo mandaron
a morir con sus hermanos.

Oyó las balas arengas
de los vanos generales,
vió lo que nunca habia visto,
la nieve y los arenales.

Oyó vivas, y oyó mueras
oyó el clamor de la gente,
él sólo quería saber
si era o no era valiente.

Lo supo en aquel momento
en que le entraba la herida,
se dijo no tuve miedo,
cuando lo dejó la vida.

Cristo en la cruz


Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro con los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

Poema conjetural


Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí ... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

Poema de los dones


Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dió a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el oriente
y el occidente, siglos, dinastías.
Símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Otro poema de los dones


Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de preciosos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio,
por Schopenhauer,
que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa
que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura
arrean los animales y el alba.
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron
de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del Islam que abarcó
Mil Noches y una Noche,
por aquel otro sueño del infierno,
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swendenborg,
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales
que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba,
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez,
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre,
que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines
o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos
por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte,
esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.

A un poeta menor de la antología


¿Dónde está la memoria de los días
que fueron tuyos en la tierra, y tejieron
dicha y dolor y fueron para ti el universo?

El río numerable de los años
los ha perdido; eres una palabra en un índice.

Dieron a otros gloria interminable los dioses,
inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;
de ti sólo sabemos, oscuro amigo,
que oíste al ruiseñor, una tarde.

Entre los asfodelos de la sombra, tu vana sombra
pensará que los dioses han sido avaros.

Pero los días son una red de triviales miserias,
¿y habrá suerte mejor que ser la ceniza,
de que está hecho el olvido?

Sobre otros arrojaron los dioses
la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,
de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera;
contigo fueron más piadosos, hermano.

En el éxtasis de un atardecer que no será una noche,
oyes la voz del ruiseñor de Teócrito.

Dónde se habrán ido


Según su costumbre, el sol
Brilla y muere, muere y brilla
Y en el patio, como ayer,
Hay una luna amarilla,
Pero el tiempo, que no ceja,
Todas las cosas mancilla—
Se acabaron los valientes
Y no han dejado semilla.

¿Dónde están los que salieron
A liberar las naciones
O afrontaron en el Sur
Las lanzas de los malones?
¿Dónde están los que a la guerra
Marchaban en batallones?
¿Dónde están los que morían
En otras revoluciones?

—No se aflija. En la memoria
De los tiempos venideros
También nosotros seremos
Los tauras y los primeros.

El ruin será generoso
Y el flojo será valiente:
No hay cosa como la muerte
Para mejorar la gente.

¿Dónde está la valerosa
Chusma que pisó esta tierra,
La que doblar no pudieron
Perra vida y muerte perra,
Los que en duro arrabal
Vivieron como en la guerra,
Los Muraña por el Norte
Y por el Sur los Iberra?

¿Qué fue de tanto animoso?
¿Qué fue de tanto bizarro?
A todos los gastó el tiempo,
A todos los tapa el barro.
Juan Muraña se olvidó
Del Cadenero y del carro
Y ya no sé si Moreira
Murió en Lobos o en Navarro.

—No se aflija. En la memoria...

El suicida


No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.

A Don Nicanor Paredes


Venga un rasgueo y ahora,
con el permiso de ustedes,
le estoy cantando, señores,
a Don Nicanor Paredes.
No lo vi rígido y muerto.
Ni siquiera lo vi enfermo.
Lo veo con paso firme
pisar su feudo, Palermo.

El bigote un poco gris,
pero en los ojos el brillo,
y cerca del corazón
el bultito del cuchillo.
El cuchillo de esa muerte
de la que no le gustaba
hablar... Alguna desgracia
de cuadreras o de tabas.

(Recitado)
De atrio más bien fue caudillo,
si no me marra la cuenta,
allá por los tiempos bravos
del ochocientos noventa.
Si entre la gente de faca
se armaba algún entrevero
él lo paraba de golpe,
de un grito o con el talero.

Ahora está muerto y con él
cuánta memoria se apaga
de aquel Palermo perdido
del baldío y de la daga.
Ahora está muerto y me digo:
—¡Qué hará usted, Don Nicanor,
en un cielo sin caballos,
sin vino, retruco y flor!

Milonga de Manuel Flores


Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Y sin embargo me duele
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.

Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con estrañeza las miro
como si fueran ajenas.

Vendrán los cuatro balazos
y con los cuatro el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:
morir es haber nacido.

¡Cuánto cosa en su camino
estos ojos habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo.

Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente:
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

El títere


A un compadrito le canto
Que era el patrón y el ornato
De las casas menos santas
Del barrio de Triunvirato.

Atildado en el vestir
Medio mandón en el trato;
Negro el chambergo y la ropa,
Negro el charol del zapato.

Como luz para el manejo
Le firmaba un garabato
En la cara al más garifo,
de un solo brinco, a lo gato.

Bailarín y jugador,
No se si chino o mulato,
Lo mimaba el conventillo,
Que hoy se llama inquilinato.

A las pardas zaguaneras
No les resultaba ingrato
El amor de ese valiente,
Que les dio tan buenos ratos.

El hombre según se sabe,
Tiene firmado un contrato
Con la muerte. En cada esquina
Lo anda acechando el mal rato.

Ni la cuerpeada ni el grito
lo salvan al candidato
la muerte sabe señores
llegar con sumo recato.

Un balazo lo tumbó
En Thames y Triunvirato;
Se mudó a un barrio vecino,
El de la Quinta del Ñato.

Jacinto Chiclana


Me acuerdo, fue en Balvanera,
en una noche lejana,
que alguien dejó caer el nombre
de un tal Jacinto Chiclana.
Algo se dijo también
de una esquina y un cuchillo.
Los años no dejan ver
el entrevero y el brillo.

¡Quién sabe por qué razón
me anda buscando ese nombre!
Me gustaría saber
cómo habrá sido aquel hombre.
Alto lo veo y cabal,
con el alma comedida;
capaz de no alzar la voz
y de jugarse la vida.

(Recitado)
Nadie con paso más firme
habrá pisado la tierra.
Nadie habrá habido como él
en el amor y en la guerra.
Sobre la huerta y el patio
las torres de Balvanera
y aquella muerte casual
en una esquina cualquiera.

Sólo Dios puede saber
la laya fiel de aquel hombre.
Señores, yo estoy cantando
lo que se cifra en el nombre.
Siempre el coraje es mejor.
La esperanza nunca es vana.
Vaya, pues, esta milonga
para Jacinto Chiclana.

Milonga de dos hermanos


Traiga cuentos la guitarra
de cuando el fierro brillaba,
cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.

Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche—
ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.

Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombres de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.

Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia:
también el coraje envicia
a quien le da noche y día—
el que era menor debía
más muertes a la justicia.

Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le armó no sé qué lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.

Sin demora y sin apuro
lo fue tendiendo en la vía
para que el tren lo pisara.
El tren lo dejó sin cara,
que es lo que el mayor quería.

Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.

Alguien le dice al tango


Tango que he visto bailar
contra un ocaso amarillo
por quienes eran capaces
de otro baile, el del cuchillo.
Tango de aquel Maldonado
con menos agua que barro,
tango silbado al pasar
desde el pescante del carro.

Despreocupado y zafado,
siempre mirabas de frente.
Tango que fuiste la dicha
de ser hombre y ser valiente.
Tango que fuiste feliz,
como yo también lo he sido,
según me cuenta el recuerdo;
el recuerdo fue el olvido.

Desde ese ayer, ¡cuántas cosas
a los dos nos han pasado!
Las partidas y el pesar
de amar y no ser amado.
Yo habré muerto y seguirás
orillando nuestra vida.
Buenos Aires no te olvida,
tango que fuiste y serás.

El tango


¿Dónde estarán? Pregunta la elegía
De quienes ya no son como si hubiera
Una región, en que el Ayer pudiera
Ser el Hoy, el Aún y el Todavía.
¿Dónde estará (repito) el malevaje
Que fundó, en polvorientos callejones
De tierra o en perdidas poblaciones,
La secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron
Dejando a la epopeya un episodio,
Una fábula al tiempo, y que sin odio
Lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco, en su leyenda, en la postrera
Brasa que, a modo de una vaga rosa
Guarda algo de esa chusma valerosa
De los Corrales y de Balvanera.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo
Del otro mundo habitará la dura
Sombra de aquél que era una sombra oscura
Muraña, ese cuchillo de Palermo?

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
Mató a su hermano el Ñato, que debía
Más muertos que él, y así igualó los tantos?

Una mitología de puñales
Lentamente se anula en el olvido;
Una canción de gesta se ha perdido
En sórdidas noticias policiales.

Hay otra brasa, otra candente rosa
De la ceniza que los guarda enteros;
Ahí están los soberbios cuchilleros
Y el peso de la daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
El tiempo, los perdieron en el fango,
Hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
Muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
De la terca guitarra trabajosa,
Que trama en la milonga venturosa
La fiesta y la inocencia del coraje.

Gira en el hueco la amarilla rueda
De caballos y leones, oigo el eco
De esos tangos de Arolas y de Greco,
Que yo he visto bailar en la vereda.

En un instante que hoy emerge aislado,
Sin antes ni después, contra el olvido,
Y que tiene el sabor de lo perdido,
De lo perdido y lo recuperado.

En los acordes hay antiguas cosas:
El otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
El Sur guarda un puñal y una guitarra)

Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
Los atareados años desafía;
Hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
Menos que la liviana melodía.

Que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
Pasado irreal que de algún modo es cierto.
Un recuerdo imposible de haber muerto
Peleando, en una esquina del suburbio.

Oda Intima a Buenos


Los mayores hicieron la ciudad,
la hicieron con una cruz y una espada,
la hicieron con sudor, con años, con lagrimas,
también con el coraje y con el destierro,
la hicieron también para los ejércitos que volvían después de la victoria,
la hicieron para aquellos que no volvieron,
que ahora son polvo del planeta,
la hicieron para la guitarra de Echeverría,
la hicieron para el patio profundo que hoy borran altas torres,
la hicieron para lentos crepúsculos,
la hicieron para el tiempo y las agonías,
la hicieron para rostros que miran en espejos futuros,
la hicieron para que Fernández Moreno la viera para siempre,
la hicieron para una rama y su pájaro,
la hicieron para esta música que oyen,
la hicieron para mí, que soy los otros,
la hicieron para el hombre que no oirá jamás estos versos,
la hicieron para ti desdichado,
porque en la tierra hay una sola mujer
y ella no te quiere.

Ya no es mágico el mundo...


Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

A mi padre


Tú quisiste morir enteramente.
La carne y la gran alma. Tú quisiste
entrar en la otra sombra sin el triste
gemido del medroso y del doliente.
Te hemos visto morir con el tranquilo
ánimo de tu padre ante las balas.
La roja guerra no te dio sus alas,
la lenta parca fue cortando el hilo.
Te hemos visto morir sonriente y ciego.
Nada esperabas ver del otro lado,
Pero tu sombra acaso ha divisado
los arquetipos que Platón el Griego
soñó y que me explicabas. Nadie sabe
de que mañana el mármol es la llave.

El sueño


Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete


Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.

Montevideo


Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio.

Los enigmas


Yo que soy el que ahora está cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.

Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.

¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura

la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.

La cierva blanca


¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra,
de qué lámina persa, de qué región arcana
de las noches y días que nuestro ayer encierra,
vino la cierva blanca que soñé esta mañana?

Duraría un segundo. La vi cruzar el prado
y perderse en el oro de una tarde ilusoria,
leve criatura hecha de un poco de memoria
y de un poco de olvido, cierva de un solo lado.

Los númenes que rigen este curioso mundo
me dejaron soñarte pero no ser tu dueño;
tal vez en un recodo del porvenir profundo

te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño.
Yo también soy un sueño fugitivo que dura
unos días más que el sueño del prado y la blancura.

Ausencia


Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

H.O.


En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.

Ewigkeit


Torne en mi boca el verso castellano
a decir lo que siempre está diciendo
desde el latín de Séneca: el horrendo
dictamen de que todo es del gusano.

Torne a cantar la pálida ceniza,
los fastos de la muerte y la victoria
de esa reina retórica que pisa
los estandartes de la vanagloria.

No así. Lo que mi barro ha bendecido
no lo voy a negar como un cobarde.
Sé que una cosa no hay. Es el olvido;

sé que en la eternidad perdura y arde
lo mucho y lo precioso que he perdido:
esa fragua, esa luna y esa tarde.

El hacedor


Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.

Alguien


Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que no corra el albur
de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.

El golem


Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'

'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

Everness


Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.

La Plaza San Martín


En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza,
serena y sazonada,
bienhechora y sutil como una lámpara,
clara como una frente,
grave como un ademán de hombre enlutado.
Todo sentir se aquieta
bajo la absolución de los árboles
—jacarandás, acacias—
cuyas piadosas curvas
atenúan la rigidez de la imposible estatua
y en cuya red se exalta
la gloria de las luces equidistantes
del leve azul y de la tierra rojiza.
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos!
Abajo
el puerto anhela latitudes lejanas
y la honda plaza igualadora de almas
se abre como la muerte, como el sueño.

Elegía del recuerdo imposible


Qué no daría yo por la memoria
de una calle de tierra con tapias bajas
y de un alto jinete llenando el alba
(largo y raído el poncho)
en uno de los días de la llanura,
en un día sin fecha.
Qué no daría yo por la memoria
de mi madre mirando la mañana
en la estancia de Santa Irene,
sin saber que su nombre iba a ser Borges.
Qué no daría yo por la memoria
de haber combatido en Cepeda
y de haber visto a Estanislao del Campo
saludando la primer bala
con la alegría del coraje.
Qué no daría yo por la memoria
de un portón de quinta secreta
que mi padre empujaba cada noche
antes de perderse en el sueño
y que empujó por última vez
el 14 de febrero del 38.
Qué no daría yo por la memoria
de las barcas de Hengist,
zarpando de la arena de Dinamarca
para debelar una isla
que aún no era Inglaterra.
Qué no daría yo por la memoria
(la tuve y la he perdido)
de una tela de oro de Turner,
vasta como la música.
Qué no daría yo por la memoria
de haber oído a Sócrates
que, en la tarde la cicuta,
examinó serenamente el problema
de la inmortalidad,
alternando los mitos y las razones
mientras la muerte azul iba subiendo
desde los pies ya fríos.
Qué no daría yo por la memoria
de que me hubieras dicho que me querías
y de no haber dormido hasta la aurora,
desgarrado y feliz.

El Remordimiento


He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado

Buenos Aires


Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto
será por eso que la quiero tanto.

Buenos Aires


Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.

En la memoria de Palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de las inútiles aldabas,

con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del Sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente

su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
suerte, esas cosas que la muerte apaga.

La luna


Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.

(Esto el Norte profético lo sabe
Y tan bien que ese día los abiertos
Mares del mundo infestará la nave
Que se hace con las uñas de los muertos.)

Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse. como todos, la secreta
Obligación de definir la luna.

Con una suerte de estudiosa pena
Agotaba modestas variaciones,
Bajo el vivo temor de que Lugones
Ya hubiera usado el ámbar o la arena,

De lejano marfil, de humo, de fría
Nieve fueron las lunas que alumbraron
Versos que ciertamente no lograron
El arduo honor de la tipografía.

Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre,

Ariosto me enseñó que en la dudosa
Luna moran los sueños, lo inasible,
El tiempo que se pierde, lo posible
O lo imposible, que es la misma cosa.

De la Diana triforme Apolodoro
Me dejo divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
Y un irlandés, su negra luna trágica.

Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día

Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre.

Los Espejos


Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso no alarman.

Fundación mítica de Buenos Aires


¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados
entre los camalotes de la corriente zaina.

Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.

Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitad del campo
expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas.

La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga.

Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba YRIGOYEN,
algún piano mandaba tangos de Saborido.

Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.

Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.

La lluvia


Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

Las cosas


El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

Arte poética


Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

La noche cíclica


Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.

En edades futuras oprimirá el centauro
con el casco solípedo el pecho del lapita;
cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita
noche de su palacio fétido el minotauro.

Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.
La mano que esto escribe renacerá del mismo
vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo.
(David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa).

No sé si volveremos en un ciclo segundo
como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica
noche a noche me deja en un lugar del mundo

que es de los arrabales. Una esquina remota
que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste,
pero que tiene siempre una tapia celeste,
una higuera sombría y una vereda rota.

Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres
trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
esta rosa apagada, esta vana madeja
de calles que repiten los pretéritos nombres

de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez...
Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas,
las repúblicas, los caballos y las mañanas,
las felices victorias, las muertes militares.

Las plazas agravadas por la noche sin dueño
son los patios profundos de un árido palacio
y las calles unánimes que engendran el espacio
son corredores de vago miedo y de sueño.

Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
"Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras..."

Soy


Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.

Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.

Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,

del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Los justos


Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

El reloj de arena


Está bien que se mida con la dura
Sombra que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locura

El tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.

Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.

Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento

Del alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio
Del polvo, del azar y de la nada.

¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?

Por el ápice abierto el cono inverso
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.

Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana.

La arena de los ciclos es la misma
E infinita es la historia de la arena;
Así, bajo tus dichas o tu pena,
La invulnerable eternidad se abisma.

No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito
De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.

En los minutos de la arena creo
Sentir el tiempo cósmico: la historia
Que encierra en sus espejos la memoria
O que ha disuelto el mágico Leteo.

El pilar de humo y el pilar de fuego,
Cartago y Roma y su apretada guerra,
Simón Mago, los siete pies de tierra
Que el rey sajón ofrece al rey noruego,

Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.

4 comentarios:

  1. Me encanta este poeta, de hecho en mi blog de poemas ya he recitado varios poemas de él...

    Esas citas del final me han cautivado y algunas me dejaron muy pensativa..

    Besos.
    Mar

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  2. ¡Que entrada genial! Qué genial era Borges... Gracias por toda la información. Saludos.

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  3. Muy buena esta entrada y muy completa. Me he divertido y pensando hasta no poder más. algo de este material, lo conocía en forma diversificada. Pero nunca había leído tanta información toda justa sobre el maestro. Gracias y saludos.

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  4. Genial, inteligente, ocurrente, rápido como un chispazo de luz. No estoy en nada de acuerdo con sus posturas frente a los acontecimientos de la realidad pero es inmensa su producción literaria. Muy buena la entrada, y todo el blog. Saludos . Omar

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