domingo, 19 de julio de 2009

Las bendiciones divinas

La lluvia caía con tanta fuerza. Agá Akil, uno de los habitantes más santurrones del pueblo, corría para resguardarse.
—Oh, ¿Cómo te atreves a huír de la generosidad de Dios, del líquido celestial?, tronó Nasrudín al verlo. Como un buen feligrés, deberías saber que la lluvia es una bendición para toda la creación.
El Agá Akil estaba ansioso por mantener su reputación.
—No pensé en ello desde ese punto de vista, refunfuñó. Aminorando el paso, llegó a su casa totalmente mojado. Por supuesto, pescó un enfriamiento.
Al poco tiempo, estando sentado pegado a la ventana y envuelto en frazadas, vio al Mullah correr bajo la lluvia y lo increpó:
—¡Eh! ¿Por qué escapas de las bendiciones divinas, Nasrudín? ¿Cómo
te atreves a despreciar la bendición que contiene?
Ah, pareciera no darte cuenta que no quiero profanarla con mis pies, contestó el Mullah,

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