El turbante
Nasrudin ingresó en la corte real con un magnífico turbante pidiendo dinero para caridad.
—Vienes a pedirme dinero y sin embargo, estás usando un adorno muy costoso sobre tu cabeza. ¿Cuánto te costó esta pieza extraordinaria?, preguntó el soberano.
—Quinientas monedas de oro, respondió el Mullah.
—Mentiras. Ningún turbante cuesta esta fortuna, susurró el ministro.
—¡Qué va!, no vine sólo para pedir, vine además para hacer negocio. Compré el mejor turbante porque sabía que en el mundo entero, sólo un soberano sería capaz de comprarlo por seiscientas monedas, para que yo pudiese dar esa ganancia a los pobres.
El sultán, lisonjeado, pagó lo que Nasrudin le pedía.
Al salir, el Mullah comentó al ministro:
—Tú puedes conocer muy bien el valor de un turbante, pero soy yo quien conoce hasta donde la vanidad puede llevar a un hombre.
miércoles, 15 de julio de 2009
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