Una mujer llevó a su pequeño hijo a la escuela del Mullah.
—Te ruego que le asustes un poco, precisó, porque ha escapado a mi control.
Nasrudin puso los ojos en blanco, empezó a resoplar y jadear, gritó,
ejecutó distintos saltos y golpeó la mesa con ambos puños, hasta que la aterrada mujer se desmayó.
Entonces, el Mullah salió corriendo de la habitación.
Cuando volvió, la mujer ya había vuelto en sí, y le dijo:
—¡Te pedí que asustaras al muchacho, no a mí!
—Señora, replicó el Mullah, el peligro no tiene favoritos. Me asustó, incluso a mí mismo, como viste. Cuando amenaza el peligro, amenaza a todos por igual.
sábado, 18 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario