miércoles, 15 de julio de 2009

Nasrudin

El miedo es multidireccional

El Mullah Nasrudín transitaba por un camino solitario, una noche, a la luz de la luna cuando escuchó un ronquido, en algún lugar, que parecía estar abajo suyo. De repente, le dio miedo y estaba a punto de salir corriendo cuando tropezó con un derviche acostado en una celda que se había excavado para él, en parte subterránea.
—¿Quién eres?, preguntó el Mullah.
Soy un derviche, y este es mi lugar de contemplación.
—Vas a tener que dejarme compartirlo. Tu ronquido me asustó mucho y no puedo seguir adelante esta noche.
—Toma la otra punta de esta manta, dijo el derviche sin entusiasmo y acuéstate aquí. Por favor, permanece en silencio, estoy manteniendo una vigilia. Es parte de una complicada serie de ejercicios, y mañana tengo que cambiar la rutina y no puedo soportar la interrupción.
Nasrudín se durmió por un tiempo. Luego se despertó, muy sediento.
—Tengo sed, dijo Nasrudin.
—Vuelve por el camino, encontrarás un arroyo, confirmó el deviche.
—Oh, no, todavía tengo miedo.
—Bien, tendré que ir yo en tu lugar, después de todo, proveer agua es una obligación sagrada.
—No, no vayas, voy a tener miedo si me quedo solo.
—Toma este cuchillo para defenderte, dijo el derviche.
Cuando el Mullah se quedó solo se asustó todavía más, metiéndose en una ansiedad que trató de contrarrestar, imaginándose cómo atacaría cualquier demonio que lo amenazara.
En ese momento volvió el derviche.
—Mantén tu distancia o te mato, dijo Nasrudin.
—Pero soy el derviche, dijo el hombre.
—No me importa quién eres, puedes ser un demonio disfrazado.
—Pero vine a traerte agua! No te acuerdas, tenías sed.
—¡No trates de congraciarte conmigo, demonio!
—Pero esa es mi celda, la que estás ocupando.
—Mala suerte para ti, ¿no es así? Vas a tener que encontrarte otra.
—Supongo que sí, dijo el derviche, pero estoy seguro que no sé que pensar de todo esto.
—Te puedo decir una cosa, el miedo es multidireccional, comentó el Mullah.
—Cierto, parece ser más fuerte que la sed, o la salud, o la propiedad ajena, dijo el derviche.
—Y no tienes que tenerlo tú mismo, para sufrir por su causa, agregó Nasrudin.

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