jueves, 27 de agosto de 2009

La recompensa

En Oriente se beneficia a los portadores de regalos y buenas nuevas. Esta costumbre es considerada muy importante y nunca se la viola.
El Mullah había hecho un largo viaje por la región del Kurdistán y se había encontrado con monarcas amigos del suyo. Fue atiborrado de regalos para su majestad.
Eran buenas noticias para el rey. Que aunque por tradición cualquier súbdito tenía derecho a un acceso inmediato a la corte, sólo después de grandes dificultades el Mullah logró una audiencia.
El monarca se veía sumamente complacido por todo lo que escuchaba y cuando Nasrudín concluyó su extenso pero fascinante relato dijo:
—Quiero que elijas tu propia recompensa.
—¡Cincuenta latigazos! Eso es lo que quiero, pidió el Mullah.
—¿Seguro que quieres esa recompensa?, murmuró asombrado el rey.
—¡Cincuenta latigazos!, insistió.
El verdugo comenzó a descargar golpes sobre la espalda de Nasrudín, pero cuando llegó a veinticinco, el Mullah exclamó: ¡Basta!
—¿Qué quieres ahora?, volvió a preguntar el monarca.
—Majestad, quiero que traigan a mi socio para que reciba ya, la otra mitad de la recompensa.
—No entiendo nada, ¿quién?
—Vuestro chambelán, majestad, que no me hubiera permitido verlo a usted a menos que jurara entregarle exactamente la mitad de lo que recibiera como recompensa, por traerle mis buenas noticias.

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