sábado, 29 de agosto de 2009

¡Soy yo, si Dios quiere!



Cierta tarde, bajo un cielo de nubes el Mullah le dijo a su esposa:
—Si mañana llueve, iré al bosque a recoger leña. Si no llueve, iré a arar nuestro terreno…
—¡Dí si Dios quiere! como un buen creyente!, le aconsejó su mujer.
—¿Para qué?, dijo con rebeldía Nasrudin. ¡Que llueva o no llueva, ya tengo algo que hacer!
Al día siguiente salió un sol esplendoroso. El Mullah se preparó para arar su campo.
En el camino hacia su trabajo se topó con un grupo de soldados.
—¡Eh, tío!, le gritaron. ¿Por dónde debemos ir para llegar a tal aldea?
—No recuerdo por dónde, respondió Nasrudin, no queriendo perder tiempo explicando tal cosa.
—Bien, veamos, quizás esto te refresque la memoria, le dijeron los soldados, y comenzaron a vapulearlo con sus bastones.
—¡Ahora recuerdo!, gritó Nasrudin.
—Entonces, guíanos hasta allá, le ordenaron los soldados.
Mientras caminaban comenzó a llover; y horas más tarde el Mullah dejaba a los soldados en la aldea que buscaban. Turbado emprendió
el camino de un regreso empapado, agotado y con los pies doloridos.
Muy tarde en la noche, casi al alba, llegó medio arrastrándose hasta
la puerta de su hogar y golpeó en la puerta, que estaba trancada.
—¿Quién es? gritó desde adentro su mujer:
El Mullah Nasrudin, al borde de las lágrimas, respondió:
—¡Soy yo, si Dios quiere!

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