domingo, 29 de noviembre de 2009

Nasrudin

La estaca

Avanzaba la caravana en lucha con el amanecer que se adivinaba en el horizonte. Más de doscientos dromedarios y camellos forzaban el paso animados por los gritos de sus cuidadores, tan ansiosos también del merecido descanso. Y cabalgaban toda la noche para evitar el calor y aliviar a las bestias de sus pesadas cargas. Bajaban hacia Tombuctú y el camino se hacía cada vez más duro y ardiente. Con las primeras luces del alba montaban el campamento al socaire de una duna o de unas palmeras, si tenían la suerte de encontrarlas. Ponían en círculo
a los animales para descargarlos. Con las monturas e impedimenta formaban un muro de protección, dentro del que se acomodaban por grupos los camelleros, después de haber maniatado a las bestias para que no se extraviaran durante la fuerza del calor y del viento chergui del mediodia.
Estaba el jefe de la caravana, Omar ben Yussef, refrescándose con sus ayudantes cuando llegó corriendo Nasrudín, el responsable de una de las bestias más intratables.
—¡Omar, Omar!, gritaba, ¡Ay qué desgracia! ¡Ay qué desgracia!
—¿Qué sucede, Nasrudin, para qué grites de ese modo?
—Durante el camino he perdido la estaca a la que ataba mi camello.
—¿Y, entonces?
—Que no puedo amarrarlo; ¡Padre de todos nosotros! Y cuando apriete el sol y sople el chergui, se escapará con toda la carga encima ya que no puedo descargarla, ¡Ay, qué desgracia!
—Tranquilo, Nasrudín. Lleva en alto ese martillo que tienes en la mano derecha. Aprieta con fuerza el puño de la izquierda como si tuvieras una estaca y dirígete con el ceño ante tu camello.
—¿Cómo dices?
—Sí. Haz lo que te digo. Cuando llegues ante él, agáchate y comienza a cavar con fuerza, y hunde con brío el martillo en el suelo, ¡de espaldas al camello, claro! Verás cómo se arrodilla y podrás así descargarlo y maniatarlo.
—Pero...
—Haz lo que te digo, Nasrudín.
Asombrado e incapaz de responder a su amo, Nasrudín hizo lo que le había mandado. Su sorpresa fue mayúscula cuanto todo sucedió como si hubiera clavado la estaca. Pasó el dia sin dormir acercándose a vigilar a la bestia que rumiaba tranquila. No se lo podía creer; ¡su amo era sabio!
Al atardecer del día siguiente, y cuando ya todos se aprestaban para ponerse en camino, llegó Nasrudín gritando y gesticulando como el dia anterior.
—¿Qué sucede ahora, Nasrudín?
—¡Que el camello no quiere levantarse! ¡Padre de todos nosotros! Le he puesto la carga encima, lo he azuzado, y nada, allá sigue tumbado; ¡Qué desgracia! Porque todos los demás ya se ponen en reatas.
—¿Pero, tú lo has desatado?, preguntó el Jefe de la caravana.
—¿Cómo lo voy a desatar si no hay estaca?
—¿Y el camello qué sabe? Nasrudín, ¡el camello qué sabe!
Y volviéndose a sus amigos, les dijo Omar ben Yussef, hijo del sabio Tarik ben Baraka
—Así hay muchos en el mundo que creen estar amarrados a estacas que no existen.

1 comentario:

  1. Asi mismo es...creemos q algo nos amarra y muchas veces no es asi...buenos mensajes q escribes :)

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