El Almendrado
Al pasar por delante de una confitería, el Mullah sintió unas grandes ganas de comer almendrados. Aunque no tenía ni un centavo en el bolsillo, entró y se puso a comer. Al cabo de un rato, el encargado le presentó la cuenta, pero Nasrudin no le prestó la menor atención.
El confitero blandió entonces un garrote y se puso a darle una buena tunda de palos. Pero, mientras recibía los golpes Nasrudin no paraba de acercarse para seguir comiendo.
—¡Que estupenda ciudad!, sonreía, ¡y qué habitantes tan amigables! ¡Le obligan a uno a comer almendrados a bastonazo limpio!
jueves, 3 de diciembre de 2009
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