sábado, 26 de diciembre de 2009

Nasrudin

¿Quién, por el amor de Dios, soy yo?

Después de un largo viaje, Nasrudín se encontraba entre la bulliciosa muchedumbre de Bagdad. Nunca había visto un lugar tan grande y la gente que llenaba las calles lo confundía.
—Yo me pregunto, cómo se las arregla la gente para no extraviarse y saber quiénes son en un lugar así, reflexionaba el Mullah. Oh, debo recordarme bien, de lo contrario podría perderme.
Presuroso se dirigió a una posada. Un bromista estaba reposando en una cama ubicada al lado de la que había sido asignada a Nasrudín, quien quería dormir una siesta, pero tenía un problema: cómo hacer para encontrarse a sí mismo nuevamente cuando despertara. Y se confió a su vecino.
—Es muy sencillo, dijo el bromista. Aquí hay una vejiga inflada. Átela alrededor de su pie y váyase a dormir. Y cuando se despierte, busque
al hombre con el globo y ése, será usted.
—Excelente idea, dijo Nasrudín.
Un par de horas más tarde, el Mullah se despertó. Buscó la vejiga y la encontró atada a la pierna del bromista. Balbuceó: "Sí, ese soy yo". Entonces, enloquecido de miedo, empezó a zarandear al otro hombre:
—¡Despierte! Algo ha sucedido, tal como yo pensé. ¡Su idea fracasó,
no ha dado resultado!
¡Eh!¡Qué pasa! ¿Por qué me despierta así?, ¿Cuál es su problema, está loco? protestaba el bromista.
—Me doy cuenta por la vegija que, usted soy yo. Pero, si usted soy yo. ¿Quién, por el amor de Dios, soy yo?

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