lunes, 12 de abril de 2010

Nasrudin



La pequeña casa

Un vecino se lamentaba ante el Mullah Nasrudin.
—Querido Mullah, mi casa es tan, tan pequeña. Mi esposa, mi suegra, mis tres hijos y yo. No cabemos en ella. Ay, estamos tan apretujados en nuestra pequeña casa de campo, que ya no queda casi espacio. Tu eres un hombre sabio y tal vez puedas encontrar alguna solución a mi problema, ¡por favor, dime qué hacer!
—He visto algunos pollos, ¿cuántos tienes en tu granero, detrás de tu casa?, preguntó Nasrudin.
—Tengo cinco gallinas y un gallo, dijo el vecino.
—Pon a todos en la casa.
—¿Qué?, preguntó el vecino, horrorizado, ¿cómo es posible? Mi casa ya es tan pequeña y superpoblada. ¿Dónde está el lugar para los pollos?
—¡Hazlo!, insistió el Mullah. Estoy seguro que vendrás mañana y me dirás que tu problema ha sido resuelto.
El vecino, estaba nada convencido, pero no se atrevió a cuestionar la sabiduría de Nasrudin e integró las cinco gallinas y el gallo en la casa.
A la mañana siguiente volvió más desconsolado al hogar de Nasrudin.
—Nuestro problema, va de mal en peor, Mullah. Yo, mi esposa, mi suegra, tres niños, cinco gallinas y un gallo. ¡Es imposible cohabitar dentro de la pequeña casa, no hay espacio en absoluto!, se lamentaba el vecino.
Sin embargo, Nasrudin ignoró sus lamentos y preguntó al hombre:
—Usted tiene un burro, ¿no? He visto uno amarrado fuera de su casa.
—Sí, tengo un burro viejo, contestó el vecino.
—Pon el burro dentro, le dijo el Mullah al hombre.
Por mucho que el vecino protestó, Nasrudin sostuvo que era lo mejor. El desventurado vecino hizo lo que se le dijo.
A la mañana siguiente, desencajado y en desesperación total, sollozó:
—¡Mullah, es agobiante. Mi esposa, mi suegra, los niños, las gallinas, el gallo y el burro! Tuvimos la noche más terrible. No hay espacio, ni siquiera para respirar!
—Si no recuerdo mal, tiene dos corderos, ¿no?, preguntó Nasrudin.
—Oh, no! Por favor, no me pedirás que entre los corderos. Habrá un caos total.
—No te preocupes, querido amigo, interrumpió el Mullah, aseverando al desesperado vecino: Me darás las gracias por resolver tu problema, finalmente.
El vecino, aguardando, contra toda esperanza, que el loco consejo de Nasrudin pudiera milagrosamente funcionar, llevó esa noche a sus dos corderos a su abarrotada casa.
A la mañana siguiente, el sumiso vecino, en un estado ya totalmente inconsolable, aterrizó en la puerta del Mullah Nasrudin, y se declaró en agonía.
—Nasrudin, ¿por qué nos torturas, nos hace sufrir así? Mi casita está llena, llena de cuerpos y maloliente. Mi suegra está amenazando con matarme, mi esposa está a punto de abandonarme y mis hijos están furiosos. Es lamentable, repugnante, tus consejos nos ha empeorado.
El Mullah escuchó pacientemente a su vecino y le dijo sosegadamente:
—Ya, definitivamente, a sacar todos los animales de la casa, pollos y gallos, burros y ovejas, todos de vuelta al jardín, de nuevo al establo.
Ahora, todos ellos fuera de la casa, al lugar que pertenecen.
A la mañana siguiente, el vecino, tremendamente agradecido, le dice al Mullah Nasrudin.
—Señor, tú eres un hombre sabio. Has resuelto mi problema. Y ahora nuestra casa es tan grande, tan amplia y aireada. Tanto espacio para todos. Los niños pueden jugar. Se puede dormir. Todos están alegres. Muchísimas gracias.

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