viernes, 5 de noviembre de 2010

Nasrudin

Yo soy yo

Un joven y tontuelo Nasrudin, iba al mercado del pueblo a vender un paño que había tejido su madre.
En el trayecto se cruza con un viajero
y comienza una charla.
Las fantasías del joven, le indica a su acompañante ocasional cuan fácil sería engañarlo.
—Dame esa tela, no te es necesaria, le dice el hombre.
—¡Un momento, amigo! Mi madre me pidió venderla, porque somos pobres,
y necesita el dinero.
—Muy bien, Yo te daré veinte monedas

de plata, no las tengo conmigo, así que te las daré en otro momento.
Su madre le había comentado que era de un valor aproximado a tres monedas de plata. Nasrudin decidió no perderse tamaña oportunidad: ¡Veinte monedas de plata!
—Bien, entonces sí, acepto, responde el joven Nasrudin e imitando a los mercaderes, agrega: 'aunque estoy perdiendo dinero'.
—Hecho, me voy, nos vemos, se despide el hombre.
—¡Alto ahí! Debo saber tu nombre para poder encontrarte.
—Yo soy yo, dijo el viajero, es fácil, y agrega: ahora sabes quien soy.
Presuroso, vuelve a la casa a contarle a su madre la buena nueva.
—Todo lo que tengo que hacer es encontrar a 'Yo' y que me pague, termina entusiasta.
—¡Qué tonto!, protesta la madre. ¡Todos se llaman 'yo'! Tu eres 'yo' para ti mismo. Yo soy 'yo' para mi misma. Y también aquel hombre es 'yo' para él.
—Lo que dices es demasiado complicado, determina Nasrudin, pero no importa, pues mañana iré a buscar a 'Yo' y me pagará.
Al día siguiente se dirige al mercado. A mitad del camino un hombre estaba sentado a la sombra de un árbol y como el imberbe Nasrudin no recordaba el aspecto del hombre que se había llevado el paño, le vino a la mente que pudiera ser él y decide salir de dudas.
—¿Quién eres? le pregunta al hombre, directamente.
Por supuesto al hombre no le cae bien el descaro del joven y le hace señas de que se vaya:
—No te importa. ¡Fuera, fuera!
Para el joven y tontuelo Nasrudin, el hombre se estaba comportando mal. Una pregunta debía contestarse con cortesía.
Entonces levantó una gran piedra y sosteniéndola sobre la cabeza del hombre le insiste:
—¿Quién eres? y agrega: Creo que tú eres Yo.
—Está bien, responde el hombre nerviosamente, si eso te place, yo soy yo.
—Es lo que pensé, dice Nasrudin. Ahora dame las veinte monedas de plata.
Temeroso de que el joven fuera un peligroso lunático, el hombre le arroja presuroso las monedas y escapa convencido de haber salvado su vida.

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