viernes, 5 de agosto de 2011

Nasrudin.


La sombra

Un matrimonio cuyo mayor disfrute era obtener dinero, tanto y como fuera, repasaban contando sus últimas ganancias, moneda a moneda, sonrisa a sonrisa.
El codicioso terrateniente al distinguir, a través de la ventana, gente reunida bajo la sombra de un árbol buscando frescor, dijo a su mujer:
—Ha llegado una nueva oportunidad de ganar dinero.
El árbol estaba precisamente fuera de su jardín, se dirigió hacia él e increpó duramente a los pobres y cansados mercaderes:
—¡Salgan todos de aquí, inmediatamente!
—Señor, nos hemos detenido a descansar bajo la sombra del árbol, pues el sol es agobiante.
—No, no está autorizado, este árbol es mío, y por lo tanto la sombra también es mía. Cualquier persona que quiera tomar fresco bajo la sombra de mi árbol debe pagarme primero.
—¿Para tomar fresco bajo la sombra de este árbol hay qué pagar?
—¡Si, y ahora mismo. Acaso, qué cosa se obtiene sin pagar, sólo la arena del desierto se obtiene sin pagar!, vociferó cínicamente.
—Señor, íbamos a la feria a vender algunas cosas para obtener un poco de dinero.
—Si no tienen dinero para pagar, refunfuñó, aceptaré sus mercancías como forma de pago, y dicho esto se apoderó de varias pertenencias de los pobres mercaderes.
En ese instante llegó Nasrudin, que al enterarse de lo ocurrido dijo:
—Señor, el espíritu maligno admiraría su idea sobre los medios para enriquecerse, pero si nadie viene aquí a tomar fresco, no obtendrá nada, por eso le aconsejo que venda la sombra, y así ganará mucho dinero y de una sola vez.
—La gente siempre elogia tu inteligencia, Nasrudin. Por cierto eres merecedor de tu fama. Supuestamente me has dado una buena idea, pero, quién querrá comprar la sombra.
—Yo la compraré, dijo Nasrudin.
¿Tú, acaso tienes suficiente dinero? No venderé la sombra por menos de una bolsa de monedas de oro.
—De acuerdo, tengo ese dinero, pero haremos el negocio delante de un juez.
Cerrado el trato y obtenida la bolsa de dinero, el vendedor se sentía tan orgulloso como contento, pero al volver a su casa, por la tarde, encuentra precisamente frente a la puerta de su finca, a Nasrudin y sus amigos, sentados sobre una alfombra, charlando alegremente.
—Por qué se han sentado sobre mi puerta, protestó el terratenoente.
—Pues he invitado a mis amigos a gozar del frescor que nos regala la sombra, y ya caída la tarde la sombra se ha alargado hasta tu puerta, y recuerda que si entras a mi sombra tendrás que pagarme.
—Yo no soy responsable de que tu sombra llegue hasta mi puerta, dime como entro a mi casa sin pisar la sombra de tu árbol.
—Pues, tendrás que pagarme, obligado, pues pisarás mi sombra para entrar, es tu decisión.
—Entonces, te compraré la sombra.
—Dame dos bolsas de monedas de oro y será tuya nuevamente.
—Pero, yo te la vendí solamente por una bolsa... por qué, ahora, la sombra vale dos bolsas de monedas de oro.
—Es que, por la tarde la sombra es más larga y más grande, y por supuesto es mayor el precio.
Contrariado, el terrateniente decidió aceptar finalmente la propuesta, pero una vez llegada la noche, Nasrudin y sus amigos se encontraban sentados y platicando plácidamente dentro de la finca, quedando sus asnos sueltos y rebuznando dentro del predio.
—Nasrudin, por qué has entrado a mi casa, he comprado la sombra, protestaba indignado el propietario de la finca.
—Yo, te he vendido la sombra del sol, pero no la de la luna, y estamos disfrutando de ella.
—Pues, también la compraré, balbuceó trémulo, el terrateniente.
—Sólo, si erradicas la codicia y usura de tu mente será tuya, será tu decisión, y es mi propuesta. Y, terminó diciendo el Mullah Nasrudin, no canses a tu corazón, un corazón tranquilo es mejor que una bolsa llena de oro.

2 comentarios:

  1. Sin lugar a dudas! Una buena lección y muy a tener en cuenta.
    Que mala es la codicia.
    Saludo cordial.
    Ramón

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  2. La codicia es mala consejera, siempre te lleva por malos caminos.
    Un saludo,Elsa

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