viernes, 3 de febrero de 2012

Nasrudin

Los modales

Nasrudín visitaba Samarcanda durante el reinado de Tamerlán.
Entrando en la ciudad, se perdió en sus callejuelas desembocando en un lugar oscuro, repleto de escombros y casas vacías.
Temeroso de los ladrones y asesinos que seguramente pululaban esas calles, rezó, invocó, imploró, a una miríada de dioses y sin olvidarse de santos, patronos y otras yerbas, mientras conducía a su burro por los desolados y sórdidos callejones.
Para su infortunio, no advertía que se desplazaba, por delante de la vista del gran conquistador Tamerlán, quien avisado de los disturbios civiles, se disfrazó de vagabundo y recorría las zonas más arrasadas y deprimidas de la ciudad en busca de agitadores. Al ver al desdichado Mullah, el cruel conquistador abruptamente le cortó el paso y vociferó:
—¡Cómo se atreve alguien como tú intentar atravesar esta ciudad como si fuera suya. Desmonta enseguida o tu burro será confiscado y tú serás decapitado!
—Gran Tamerlán, dijo balbuceando Nasrudín, ten misericordia, este animal es la última de mis posesiones mundanas.
—¡Por el Profeta!, vociferó Tamerlán. ¿Es tan mísero mi disfraz que incluso un palurdo como tú puede identificarme?
—No es tu traje, tus modales te delatan. Un hombre que ordena a un extranjero que desmonte bajo pena de muerte, no puede ser otro que el conquistador responsable de la matanza de tantas vidas inocentes, replicó el Mullah.

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