jueves, 28 de mayo de 2009

Juan Gelman

Mujer encinta

En mí tu peso joven, hijo mío.
Esta dicha de hacerte cada día.
Tu medida mordiendo mi costado.
Tu palabra en silencio todavía.
Tu corazón de luz en mi tiniebla.
Tu manos en mi carne dividida.
El color de tus ojos y tu pelo.
El aire de tu beso y tu sonrisa.

Como un árbol de sangre, de mi sangre,
toda esta nueva vida, de mi vida.

Pero, hijo mío,¿quién te escucha, quién
te espera? ¿Quién vela entre los hilos
del lunes que vendrá o entre el oscuro
rumor del marzo aún no nacido o entre
las espiradas ciegas de los días
que aún andan bajo tierra?
¿Quién?

Están los hombres entre guerra y muerte.
Un viento de pistolas barre el mundo.
Hijo mío, te quiero, desde ya, desde el fondo,
brotando de mi carne hacia los hombres como un dios,
como una flor tan pura que no quiero
que tu piel se marchite, que tu risa
caiga a pedazos, que tu hueso vuele
convertido en ceniza, que tu sangre
se hunda en la piedra para siempre.
¡No!

¡Me vestiré de puños hasta el alma!
¡Armaré las espadas de mi leche!
¡Afilaré mi grito hasta que corte!
¡Pondré mi vida paz junto a otras vidas paz!
¡Irán mis manos paz junto a otras manos paz!

¡Para que nazcas!
¡Para que tu caricia venga a darse!

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