martes, 7 de julio de 2009

Diógenes

Alejandro Magno acercándose a Diógenes dice:
-Yo soy Alejandro, el gran rey.
-Pues yo soy Diógenes, el gran can.
—¿Y por qué te apodan así?
—Porque halago a los que dan, ladro a los que no dan, y muerdo a los malos.
Alejandro se quedó impresionado y le dijo que podía pedir lo que quisiera, que se lo concedería.
—Lo que quiero es que te apartes porque me estás tapando el sol.
—¿Acaso no me temes?, le preguntó un poco incrédulo por la respuesta anterior del sujeto.
—Depende ¿Tú eres un bien o un mal?
—Un bien, naturalmente.
—¿Y por qué iba a temerte entonces?
—Si tengo una nueva oportunidad de volver a la tierra, le pediré a Dios que me convierta en Alejandro de nuevo y si esto no es posible, que me convierta en Diógenes.
Diógenes rió y dijo: "¿Quién te impide serlo ahora? ¿Adónde vas? Durante meses he visto pasar ejércitos ¿Adónde van, para qué?".
Dijo Alejandro: "Voy a la India a conquistar el mundo entero".
"¿Y después qué vas a hacer?", preguntó Diógenes.
Alejandro dijo: "Después voy a descansar".
Diógenes se rió de nuevo y dijo: "Estás loco. Yo estoy descansando ahora. No he conquistado el mundo y no veo que necesidad hay de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿Por qué no lo haces ahora? Y te digo: Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje".
Alejandro se lo agradeció y le dijo que lo recordaría, pero que ahora no podía detenerse.

A uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un tiempo y, riéndose, exclamó: "Un atún ha echado a perder nuestra amistad".

A los que se inquietaban por sus sueños, les censuraba que descuidaran lo que hacían despiertos y se preocuparan en cambio tanto de lo que imaginaban dormidos.

Al reconocer en los baños a un ladrón de mantos, Diógenes le pregunta:
—¿Tú vienes a desnudarte o a vestirte?

Antístenes, muy enfermo y dolorido ya, se lamentaba ante su discípulo Diógenes.
-Ay!! ¿Quién me librará de estos males?, bramaba.
—Éste te librará, maestro, contestó Diogenes con un puñal en la mano.
—¡De los males, estúpido, no de la vida!

A uno que estaba siendo calzado por su criado, le dijo: "No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos".

—¿Cual es la mejor hora para comer?
A la absurda pregunta, Diógenes contesta:
—Si eres rico, cuando quieres; si eres pobre, cuando puedas".

Cuando le invitaron a una lujosa mansión le advirtieron de no escupir en el suelo, acto seguido le escupió al dueño, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio.

Diógenes decía irónicamente de sí mismo que, en todo caso, "era un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar".

Diógenes en un viaje a Egina, fue capturado por los piratas y vendido como esclavo. Cuando fue puesto a la venta como esclavo, le preguntaron qué era lo que sabía hacer, respondió: "Mandar. Comprueba si alguien quiere comprar un amo".

Diógenes llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo.
Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acercó a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente.
Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:
—No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.

Diógenes solía entrar en el teatro topándose con los que salían. Cuando le preguntaron que por qué lo hacía, contestó: —Es lo mismo que trato de hacer a lo largo de toda mi vida.

El sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades, le replicó: "¿Por qué, entonces, no te suicidas?".

En mitad de un banquete, algunos invitados comenzaron a arrojarle huesos como si se tratara de un perro. Diógenes se les plantó enfrente y comenzó a orinarles encima, tal como hubiera hecho un perro.

En otra ocasión, gritó: "¡Hombres a mí!" Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: "Hombres he dicho, no basura".

En una ocasión, Alejandro encontró al filosofo mirando atentamente una pila de huesos humanos. Diógenes dijo: "Estoy buscando los huesos de tu padre pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo".

En Otra ocasión apareció en pleno día por las calles de Atenas, con una lámpara en la mano diciendo: "Busco un hombre". Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino diciendo que solo tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra.

Estaba Diógenes pidiéndole dinero a una estatua.
¿Por qué haces esto?, pregunta uno.
—Para acostumbrarme a los que se quedan como estatuas cuando les pido limosna".

Estando ya en Atenas, Antístenes no lo quiso aceptar en su escuela, pero Diógenes se negaba a irse, entonces Antístenes trata de ahuyentarlo, pegándole con un bastón; mientras, Diógenes le grita: "Pégame Antístenes, pero nunca encontrarás un bastón lo suficientemennte fuerte para quitarme de tu presencia mientras continúes diciendo palabras que valgan la pena".

Frente al escándalo que provocó al masturbarse públicamente en el ágora, comentó desdeñosamente que desearía poder saciar el hambre simplemente frotándose el vientre".

Iba Diógenes a tomar un baño cuando reparó que la tina estaba muy sucia, entonces le pregunta al propietario:
-Los que se bañan aquí... ¿Donde se bañan luego?

Le preguntan: ¿por qué la gente les daba propina a los pobres y no a los filósofos? Diógenes responde: "Porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos".

Le preguntaron que mordedura de animal hacía más daño, a lo que respondió:
—De los salvajes, la del calumniador; de los domésticos, la del adulador".

Necesitando dinero, les decía a sus amigos que no se los pedía sino que se los reclamaba. Y si se demoraban, decía:
—Te pido para mi comida, no para mi entierro.

Observando cierta vez un niño que bebía con las manos, arrojó el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: "Un niño me superó en sencillez". Asimismo se deshizo de su escudilla cuando vio que otro niño, al que se le había roto el plato, recogía sus lentejas en la cavidad de un pedazo de pan.

Observó a una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula, se le acercó y le dijo: —¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente?

Pedía limosna a un individuo de mal carácter. Éste le dijo: "Te daré, si logras convencerme".
"Si yo fuera capaz de persuadirte, contestó Diógenes te persuadiría para que te ahorcaras".

Platón y Diógenes eran muy antagónicos. Cuando Platón definió en cierta ocasión al hombre como "bípedo implume", Diógenes cogió un gallo, lo desplumó y lo soltó ante el auditorio diciendo:
—He aquí el hombre de Platón.

Presenciando a un arquero practicando, y viendo que no daba nunca en el blanco, decide Diógenes sentarse junto a la diana.
—¡Apartate de ahí, loco, o saldrás herido!
—Al contrario, eres tan malo disparando, que éste es el único lugar seguro.

Se acercó a Anaxímenes, el orador, que era extremadamente obeso, y le propuso:
"Concede a nosotros, mendigos, parte de tu estómago; nosotros saldremos ganando y para ti será un gran alivio".
Cuando el mismo orador peroraba, Diógenes distrajo a su audiencia esgrimiendo un pescado. Irritado aquél, Diógenes concluyó:
"Un pescado de un óbolo desbarató el discurso de Anaxímenes".

Se le acercó Aristipo y le dice:
—¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y visitaras la corte de Dionisio, no tendrías que estar ahí lavando hierbas.
—Míralo de esta forma, le replicó: si tú aprendieras a lavar hierbas, no tendrías que servir a Dionisio".

Solía decir que, cuando observaba a los pilotos, a los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre.

También le gritaron: 'perro', mientras comía en el ágora y él profirió:
—¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!
Con idéntica dignidad respondió al mismísimo Platón, que le había lanzado el mismo improperio:
—Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron".

Un hombre lee en voz alta un texto larguísimo; Diógenes, que está cerca de él, ve que falta poco para que termine y vocifera al grupo que escucha:
"Aleluya, amigos, por fin diviso la orilla".

Un joven le dice "todos se ríen de ti".
"Probablemente los asnos se rían de ti, pero a ti no te importa. Así, a mí no me importa que los demás se rían de mí".

Uno le reprocha: "Te dedicas a la filosofía y nada sabes. Diógenes responde: "Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía".

Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: "Los ladrones grandes llevan preso al pequeño".

Y se maravilla por todas las cosas que se venden y dice para si mismo: "Cuántas cosas tan bellas hay aquí que no necesito".

Zenón estaba explicando su teoría sobre el movimiento... Entonces, Diógenes se levanta, se pone a caminar y dice: "El movimiento se demuestra andando".


"Bueno es que haya ratones, para que no se sepa quien se come el queso".

"Callando es como se aprende a oír; oyendo es como se aprende a hablar; y luego, hablando se aprende a callar".

"Cuando estoy entre locos me hago el loco".

"Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro".

"El elogio en boca propia desagrada a cualquiera".

"El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe".

"Es preferible consolarse que ahorcarse".

"Es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquéllos devoran a los muertos; éstos, a los vivos".

"Hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse."

"La costumbre es la falsa moneda de la moralidad. En lugar de preguntarse qué está mal en verdad, la gente sólo se preocupa de lo que convencionalmente está mal".

"La envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros".

"La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de ornato a los ricos".

"Los hombres obedecen a sus deseos como los esclavos a sus amos".

"Un hombre debe vivir cerca de sus superiores como cerca del fuego: ni tan cerca que se queme ni tan lejos que se hiele".

"Un pensamiento original vale más que mil citas insignificantes".

"Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo".

"Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste, porque más triste que la sonrisa triste es la tristeza de no saber sonreír".

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