sábado, 18 de julio de 2009

La sopa hirviente

La esposa del Mullah estaba enfadada con él; por eso le llevó la sopa excesivamente caliente, y no le avisó que podría quemarse.
Pero ella también sentía hambre, y en cuanto la sopa estuvo servida, tomó un sorbo. Lágrimas de dolor anegaron sus ojos.
Pero aún seguía esperando que el Mullah se quemara.
—Querida, ¿qué te sucede?, preguntó Nasrudín.
—Pensaba en mi querida madre. Le gustaba esta sopa cuando vivía.
Nasrudín tomó un sorbo hirviente de su taza. Las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—¿Estás llorando, Nasrudín?
—Sí, lloro al pensar que tu pobre madre ha muerto dejando a alguien como tú en el reino de los vivos.

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