domingo, 19 de julio de 2009

El morral mágico

Cierto día, un vendedor ambulante que pensaba instalar su puesto en el mercado, vio a Nasrudín que venía hacia él contando un puñado de monedas. Inmediatamente lo detuvo. Podría obtener un buen botín.
—Parece usted un hombre perspicaz, ¿Le gustaría poseer un morral mágico?
—Qué cosas puede hacer?, preguntó el Mullah.
—Solamente mire y verá.
El prestidigitador introdujo una mano en el morral y sacó primero un conejo, luego una pelota, y finalmente una planta, en una maceta.
Nasrudín no necesitaba nada más, sacó su dinero y se lo dio.
—Hay algo que deseo advertirle, agregó el prestidigitador, queriendo ganar tiempo para alejarse, no lo haga enojar y recuerde que estos morrales son temperamentales. Y no haga demasiadas confidencias sobre este asunto.
Nasrudín había pensado pasar la hora de la siesta en la casa de té, pero ahora estaba tan excitado que fue directamente a su casa con el morral en la mano. Paulatinamente la temperatura fue aumentando. El Mullah estaba demasiado cansado y sediento. Se sentó a la vera del camino, y ordenó:
—Morral mágico, dame un vaso de agua.
Metió la mano en el morral, pero estaba vacío.
—Ah, se dijo Nasrudín, por ser temperamental sería probable que sólo ofrezca conejos, pelotas y plantas.
Pensó que no haría daño alguno si lo ponía a prueba.
—Muy bien; entonces, dame un conejo.
Ningún conejo apareció.
—Oh, no te enfades conmigo; Sucede que no entiendo a los morrales mágicos.
El Mullah reflexionó que cuando su burro se enojaba, le compraba un morral.
Así es que volvió al pueblo y compró un burro para su nuevo morral.
—¿Qué haces con dos burros?, alguien le gritó.
—Usted no entiende, dijo el Mullah. No son dos burros. Es un burro y su morral, un morral y su burro.

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