—¡Doctor, tengo un problema terrible!
—¿Ah, sí? ¿Qué le sucede?
—Mi mujer habla dormida, toda la noche. Doctor ya no se qué hacer.
—No se preocupe, será fácil, tráigame a su mujer para que yo la cure.
—Pero no, doctor. No quiero que usted cure a mi mujer. Quisiera que me cure a mí. Cada noche ella dice cosas sublimes, ¡pero desgracia la mía! acabo durmiéndome. Deme un remedio para quedarme despierto la noche entera, escuchándola.
miércoles, 14 de octubre de 2009
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