Justa recompensa
Nasrudin había hecho quedar mal al imam tantas veces delante de todos, que el hombre finalmente alquiló a un grupo de matones para que le dieran una lección y aprendiera a respetarle. Una noche, los rufianes arrinconaron a Nasrudín en un oscuro callejón y estaban a punto de cumplir sus órdenes cuando el Mullah se escurrió por entre ellos y escapó. Corriendo por la ciudad se topó con el imam.
—¿Qué ocurre para que estés sin aliento, Nasrudín? Huyes como si una manada de leones hambrientos te persiguiera de cerca.
—Ya me gustaría que fueran sólo leones, dijo jadeando el Mullah. En realidad, el pueblo entero me persigue, ¡quieren hacerme alcalde!
El imam había soñado con llegar a ser alcalde durante mucho tiempo.
—Si me encontrara en tu lugar, aceptaría el cargo enseguida.
—Coge toda mi ropa y el puesto será tuyo, dijo el Mullah Nasrudín e intercambiando su ropa con él. Mis partidarios llegarán de inmediato; y no digas nada cuando se acerquen a ti; cuando descubran el error, será demasiado tarde.
El farsante ocultó su rostro en la capa de Nasrudín y silenciosamente esperó al tropel. Confundiéndole con el Mullah, el grupo de rufianes le propinó una buena tunda.
miércoles, 1 de octubre de 2014
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