"A cada cual su reino, el cielo para Dios, para nosotros la tierra. Hacerla, si se puede, más habitable, es asunto nuestro".
"A la dicha hay que beberla fresca, el disgusto puede esperar".
"Beber ahoga la sed, el amor y la memoria".
"Cada cual lleva en sí mismo un pequeño cementerio a los que ha amado".
"Cada hombre lleva veinte hombres diferentes, el que ríe, el que llora, el indiferente, el lobo y el cordero, el santo, el bandido, el sabio y el ignorante, el suicida y el cobarde.Pero uno de los veinte es el más fuerte y domina a los otros diecinueve".
"Conserva los pies calientes, mantén vacías las tripas no veas a Margarita y así todo mal evitas".
"Cuando el orden es injusticia, el desorden es ya un principio de justicia".
"Cuando se discute no existe superior, ni inferior, ni títulos, ni edad, ni nombre: sólo cuenta la verdad; delante de ella todo el mundo es igual".
"Cuando un niño se cura es como si se viera la creación del mundo, los soles despiertan y todo se llena de luz".
"Cuanto más locos estamos, más reímos; y cuanto más reímos más sensatos somos".
"Donde mujer hay silencio no hay".
"El encanto de la infancia es mágico, hasta el más fiero se humaniza".
"El enemigo mortal del alma es el desgaste de los días".
"El escepticismo, acribillando la fe de ayer, preparó la fe de mañana".
"El espíritu crea lo que falta".
"El peor de los vicios es el que aburre".
"En ausencia del señor se conoce al servidor".
"Es de la inteligencia el acabar la obra de la intuición".
"Es el trabajo del artista crear luz cuando el sol falla".
"Es más fácil no dar el poder a ciertos hombres que impedir que abusen de él".
"Hay que estar carente de espíritu para desdeñar la belleza".
"La fe es lo que salva, con tal de que se crea, en todas partes se ve al que se quiera, si necesito un dios mi fe lo encontrará".
"La fortuna y el genio sólo visitan a los pueblos que han sabido merecerlos mediante siglos de paciencia valor y fe".
"La gente sólo es curiosa de lo que hace el vecino, sobre todo la vecina, lo demás está demasiado lejos para creer en ella".
"La guerra es el fruto de la debilidad y necedad de los pueblos".
"La juventud es presuntuosa y la vejez tímida, porque aquella quiere vivir y ésta ha vivido".
"La pena afina los sentidos; nos parece que todo se graba mejor en las miradas, después de que las lágrimas han lavado los rastros incoloros de los recuerdos".
"La primera de las virtudes es la alegría; es preciso que el que obra bien se regocije de su propia conducta".
"La razón es un sol severo: ilumina pero ciega"
"La tiranía es implacable y cruel porque es cobarde y débil".
"La vida es lo que soñamos. La medida de la vida, es el amor".
"La vida es un combate sin grandeza, sin felicidad, sostenido en la soledad y en el silencio".
"La vida es una serie de muertes y resurrecciones."
"La vida no se refina. La vida no se toma con guantes".
"Lo bello es lo que es más bello en su lugar".
"Lo más penoso que tiene la muerte es el silencio".
"Los cornudos se alegran siempre de que aumente la cofradía".
"Me agradan todos los dioses,cristianos, paganos ,budas krishnas y a la diosa razón por añadidura. Soy glotón, no me agrada la dieta de un solo dios. El buen dios me place mucho, pero también creo en los sabios, en los locos que ven la verdad y en los hechiceros. A todos los estimo y autorizo y dejo las puertas abiertas para otros nuevos, pero prohíbo que me quiten alguno".
"Me parece detestable la guerra, pero los elogios provenientes de los que no participan en ella más aún".
"Mi piel está más cerca de mí que mi camisa".
"Nada place tanto que ser elogiado por el talento que menos se tiene".
"Nadie nunca lee un libro. Se lee a sí mismo a través de los libros".
"No disgusta ver de tiempo en tiempo al vecino sumido en pesar, aunque sólo sea por el placer de consolarlo".
"No hay como estar entre la multitud para perder el sentido común. Cien cuerdos hacen un loco, y cien corderos, un lobo".
"No hay épocas tristes, sólo hay hombres tristes".
"No hay que intentar que la gente sea dichosa a pesar suyo. Es mejor serlo con ellos, a su manera, y después a la de uno. Una dicha vale menos que dos.
"No nos sentimos muy orgullosos cuando nos miramos".
"No sirvo para nada cuando me siento humillado".
"Paciencia, tendremos un buen fin, el frío, las heladas de los campos y los políticos, sólo tienen un tiempo, se irán; hay que hacer lugar a las vendimias por venir".
"Para dormir bien hay que tener mala memoria".
"Para mentir no hace falta venir de lejos".
"¡Qué bien piensa quien no hace nada!".
"Quien buen vino bebe a Dios ve".
"Si hay un lugar sobre la faz de la tierra donde todos los sueños de los hombres han encontrado un hogar desde el primer día en la existencia del hombre, es la India".
"Tal belleza no puede expresarse en dinero".
"Tener fe es fácil, lo difícil es creer en ella".
"Tiene más ligera la lengua que el cerebro".
"Toda raza y todo arte poseen su hipocresía. El mundo se alimenta con un poco de verdad y de muchas mentiras".
"Un buen plato es una buena acción".
"Un héroe es todo aquel que hace lo que puede".
"Uno comete errores, que es la vida. Pero nunca es un error haber amado".
"Yo no desdeño nada. Me gusta todo lo bueno, la buena mesa, el buen vino, las bellas mejillas carnosas, y las de piel más tierna, suaves y vellosas, que se gustan soñando, el dulce no hacer nada en el que se hacen tantas cosas".
*
Colás Breugnon Novela escrita en el año 1919
...En primer lugar, me poseo -es lo mejor de cuanto tengo-, yo, Colás Breugnon, buen mozo, borgoñón, redondo de tipo y de tripas, más de la primera juventud: cincuenta años bien corridos, pero lomiancho, sanos los dientes, fresco el ojo como un gardón y el pelo bien agarrado al cuero, aunque cano.
No os diré que no me gusta más rubio, ni que si me ofrecierais volver veinte o treinta años atras me hiciese el despreciativo. Pero, después de todo, ¡diez lustros es cosa bella! Burlaos jovenzuelos! No llega quien quiere. Ahí es nada haber paseado en estos tiempos la piel durante cincuenta años por los caminos de Francia...¡Mi Dios, pues no ha caído sobre nuestros hombros poco sol y poca lluvia, amiga mía! ¡Hemos sido cocidos, recocidos y relavados! ¡En este viejo saco curtido hemos echo entrar placeres y penas, malicias y bufonadas, experiencias y locuras, paja y heno, higos y uvas, frutos verdes, frutos dulces, rosas y escaramujos, cosas vistas y leídas y sabidas y tenidas, vividas! Todo mezclado dentro de nuestro morral. ¡Qué diversión revolverlo!... ¡Alto allá, Colás! Mañana lo revolveremos. Si comienzo hoy no acabaría...Por el momento, hagamos el inventario sumario de todas las mercancías de que soy propietario.
Poseo una casa, una mujer, cuatro hijos, una hija -casada (¡loado sea Dios!), un yerno (¡bien lo suda!), dieciocho nietos, un burro gris, un perro, seis gallinas y un cerdo. ¡Nada, que soy rico!. Ajustémonos las antiparras con el fin de ver más de cerca nuestros tesoros. De los últimos, a decir verdad solo hablo de memoria. Las guerras han pasado: los soldados, los enemigos y también los amigos. El cerdo está salado, el burro extenuado, la bodega vacía, el gallinero lleno... de plumas.
Pero la mujer, ¡voto al chápiro!, la tengo. Oídla gritar. Imposible olvidar mi dicha: es mío, es mío el bello pájaro, soy su poseedor. ¡Bribonazo de Breugnon! Todo el mundo te envidia... Señores, no digan más. ¡Si alguno quiere agarrarla!... Una mujer económica, activa, sobria, honrada, en fin, llena de virtudes (esto apenas la nutre, y yo, pecador, confieso que a siete virtudes magras, prefiero un pecado rollizo... Vamos, seamos virtuosos, a falta de cosa mejor, Dios lo quiere)... ¡Ay como se mueve nuestra María falta de gracia, llenando la casa con su cuerpo enflaquecido, huroneando, trepando, rechinando, refunfuñando, gruñendo, regañando, de la bodega al granero, persiguiendo el polvo y la tranquilidad! Hace cerca de
treinta años que estamos casados. ¡El diablo sabe por qué! Yo amaba a otra, que se burlaba de mí; y ella me amaba a mí, que no la quería. Por aquel tiempo era una morenucha pálida, cuyas duras pupilas me hubieran comido vivo, y ardían como dos gotas de agua que roen el acero. Me amaba, me amaba hasta dejarse morir. A fuerza de perseguirme (¡cuidado que somos bestias los hombres!), un poco por piedad, otro poco por vanidad, mucho por dejadez, con el fin (¡lindo medio!) de quitarme aquella obsesión, llegué a ser (Juan de Vrie, que se mete en el agua cuando llueve), llegé a ser su marido. Desde entonces tengo conmigo la virtud. Y la dulce criatura se venga. ¿De qué? De haberme amado. Me hace rabiar; así lo quisiera al menos; pero no hay peligro: me gusta demasiado mi reposo, y no soy tan tonto que me voy a hacer con palabras un solo de melancolía. Cuando llueve, dejo llover. Cuando truena, canto. Y cuando ella grita, río. ¿Por qué no ha de gritar? ¿Voy a tener la pretensión de impedírselo? No quiero su muerte. Donde mujer hay, silencio no hay. Que canta su canción: yo canto la mía. Con tal de que se cuide de no cerraeme el pico (y se guarda muy bien, pues sabe lo que cuesta), el suyo puede gorjear: cada cual su música.
...Mi cascarón, mi casucha, está situada extramuros: lo que hace que cada vez que de la torre se ve en la llanura a un enemigo, la ciudad cierre sus puertas y el enemigo venga a mi casa. Aunque a mi me gusta charlar, me pasaría muy bien sin estas visitas. Lo regular es que me vaya y les deje la llave en la puerta. Pero cuando retorno, ocurre que no encuentro ni la llave ni la puerta: Quedan los cuatro muros. Entonces vuelvo a construír de nuevo. Se me dice:
-¡Bruto! Trabajas para el enemigo. Deja tu topinera y vente a las murallas. Estarás protegido.
Respondo:
-¡Recorcho! Estoy bien donde estoy. Sé que detrás de un grueso muro estaré mejor protegido. Pero, ¿qué veré detrás de un grueso muro? Me secaría de fastidio. Quiero estar a mis anchas, Quiero extenderme al borde de mi Beuvrón, y, cuando no trabaje, desde mi jardincito mirar los reflejos dibujados en el agua calma, los círculos que hacen los peces en la superficie, las hierbas cabelludas que se mueven en el fondo, y pescar con caña, y lavar mis trapos, y vaciar mi jarro. Después de todo, que mal o bien, ahí he estado siempre. Nada peor puede ocurrirme de lo que ya me ocurrió. ¿Decís que la casa será destruída una vez más?. Es posible. Buenas gentes: no pretendo edificar para la eternidad. Pero no será fácil arrancarme de donde estoy incrustado. Dos veces la he rehecho y la volveré a hacer diez. No es que eso me divierta. Pero me fastidiaría diez veces más cambiar. Sería como un cuerpo sin piel. ¿Me ofrecéis otra más bonita, más blanca, más nueva? Se tambalearía sobre mí o yo la haría crujir. Nada, nada; prefiero la mía...
...Trabajar después de beber; beber después de trabajar. ¡Qué bella existencia!... Veo en torno mío torpes que gruñen. Dicen que se escoger el momento para cantar, que es ésta una época triste... No hay épocas tristes; sólo hay gentes tristes. No lo soy yo a Dios gracias. ¿Hay quienes roban, quienes se zurran? Siempre será así. Pongo la mano al fuego, de que dentro de cuatrocientos años, nuestros retataranietos se encolerizarán hasta cardarse el pelo y comerse la nariz. No digo que no sepan cuarenta maneras nuevas de hacerlo mejor que nosotros. Pero respondo de que no encontrarán manera nueva de beber, y los desafío a que lo hagan mejor que yo...
¿Quién sabe lo que harán esos bribones dentro de cuatrocientos años? Tal vez gracias a la hierba del cura de Meudón, el mirífico Pantagruelión, puedan visitar las regiones de la luna, la oficina de los rayos y las compuertas de la lluvias, tomar alojamiento en los cielos y charlar con los dioses... Bien iré con ellos. ¿No son simiente mía y han salido de mi panza? ¡Enjambrar, pequeños míos! Pero donde estoy es más seguro. ¿Quién me dice que dentro de cuatro siglos será tan bueno el vino?
Mi mujer me reprocha que me gusta mucho la jarana. Yo no desdeño nada. Me gusta lo que es bueno: la buena comida, el buen vino, las hermosas mejillas carnosas, y las de piel más tierna, suaves y velludas que se gustan soñando, ¡el divino no hacer nada, en que se hacen tantas cosas! (se es dueño del mundo, joven, hermoso, conquistador, se transforma la tierra, se oye crecer la hierba, se habla con los árboles, los animales y los dioses), y tú, viejo compañero, mi Acates, mi trabajo, tú, que no traicionas, amigo mío... Qué agradable es encontrarse ante el banco, con la herramienta en la mano, cepillando, cortando, aserrando, contorneando, claveteando, limando, manoseando, triturando la materia bella y firme que se rebela y doblega; la madera de nogal dulce y grasa, que palpita bajo la mano como espalda de hada, los cuerpos rosáceos y rubios, los cuerpos morenos y dorados de las ninfas de nuestros bosques, despojados de sus velos, cortados por el hacha. ¡Gozo de la mano exacta, de los dedos inteligentes, los gruesos dedos, de los que se ve salir la frágil obra de arte!¡Gozo del espíritu que manda sobre las fuerzas de la tierra, que inscribe en la madera, en el hierro o la piedra el capricho ordenado por su noble fantasía! Me siento el monarca de un reino de quimera. Mi campo me da su carne y su sangre mi viña. Los espíritus de la savia hacen crecer para mi arte, alargándolos, engrasándolos, ensanchándolos y puliéndolos a la vez, los hermosos miembros de los árboles que quiero acariciar. Mis manos son obreros dóciles que dirige mi maestro y compañero, mi viejo entendimiento, el cual estando sometido a mi también, organiza el juego que place a mi ensoñación. ¿Quién estuvo nunca mejor servido que yo? ¡Oh, qué gran reyezuelo! ¿No tengo, pues, derecho a beber a mi salud? Y no olvidemos (no soy un ingrato) las de mis bravos súbditos. ¡Bendito sea el día en que vine al mundo! ¡Qué de gloriosas cosas sobre la máquina redonda, rientes para ser miradas, suaves para ser saboreadas! ¡Gran Dios, qué buena es la vida! Por mucho que quiera atracarme, siempre tengo hambre, babeo; debo estar enfermo: a cualquier hora del día, la boca se me hace agua, ante la mesa puesta de la tierra y el sol...
...Mi bodega estará pronto vacía. Los soldados que el señor de Nevers, nuestro duque, nos envió para defendernos, acaban de espitar mi última pipa. ¡No perdamos tiempo, vayamos a beber con ellos! Me parece bien arruinarme, pero arruinarme alegremente. ¡No es la primera vez! Si place a la Bondad Divina, no será la última...
¡Buenos mozos! Se afligen más que yo cuando les digo que el líquido baja... Sé de algunos vecinos míos que lo toman por lo trágico: yo he ido con harta frecuencia al teatro durante mi vida y no tomo en serio las payasadas. Desde que estoy en el mundo, he visto muchas máscaras de esas: suizos, alemanes, gascones, loreneses,animales de guerra, el arnés a la espalda y empuñando las armas, tragadores de guisantes grises, lebreles hambrientos, nunca hartos de comer a la gente de campo. ¿Quién supo saber nunca la causa por la que combaten? Ayer, fué por el rey; hoy, por la Liga. Unas veces son las cucarachas y otras los hugonotes. Todos los partidos hacen de las suyas, el mejor no vale la cuerda para colgarlo. ¿Qué más nos da que sea ese ladrón que este otro quien nos roba el corral? Y en cuanto a su pretensión de mezclar a Dios en sus asuntos...¡por los clavos de Cristo, buenas gentes, dejad hacer a Dios! ¡Es hombre de edad!
Si la piel os pica, almohazaros a solas, Dios no tiene necesidad de vosotros. Que yo sepa, no es manco. Se rascará, si le place...
Lo peor es que también pretenden forzarme a hacerle la barba...
Señor, yo te honro y creo, sin jactancia, que nos encontramos más de una vez al día, si es verdad el dicho, el buen dicho gaulois:
"Quien buen vino bebe, a Dios ve". Pero nunca se me vendrá a la imaginación decir, como esos santurrones, que te conozco bien, que eres mi primo, que me has confiado tus treinta y seis voluntades. Tu me haces la justicia de reconocer que te dejo en paz, y todo lo que te pido es que hagas lo mismo conmigo, Tenemos bastante que hacer los dos en nuestra casa: tú en tu universo, yo en el mío pequenito. Señor, me hiciste libre. Y yo hago lo mismo contigo. Pero no que esos faquines pretendan que administre tus negocios, que hable por tí, que digas cómo quieres que te coman, y quien te coma de otro modo lo declare enemigo tuyo y mío... ¿Mio? Nones. No tengo enemigos. Todos los hombres son amigos míos. Si combaten, es por su gusto. por lo que a mí respecta, retiro mi alfiler del juego... Si puedo. Porque esos bribones no quieren. Si no soy enemigo de uno, tendré a los dos por enemigos. Pues ya que me han de combatir entre los dos campos, combatamos también. Me gustan lo mismo. Mejor que yunque, yunque, yunque, seamos yunque y martillo.
Pero ¿quién me dirá por qué han sido puestos sobre la tierra todos esos animales, esos atrapahombres, esos políticos, esos grandes señores que son los amos de nuestra Francia., y que cantando siempre su gloria, vacían limpiamente sus bolsillos; que nunca hartos de roer nuestro dinero, pretenden devorar los graneros extraños, amenazando a Alemania, codiciando a Italia y metiendo la nariz en el gineceo del Gran Turco; que quisieran absorber la mitad de la tierra y que no sabrían plantar siquiera unas berzas?...¡Vamos, amigo mío, paz, no almacenes bilis! Todo está bien como está...en espera de un día en que lo hagamos mejor (lo que ocurrirá lo más pronto que nos sea posible).
..."Paciencia. Tenemos el buen fin. El frío, las heladas, la canalla de los campos y de la corte, sólo tienen un tiempo, se irán. La buena tierra permanece y nosotros para fecundarla. Nos reparará con un solo parto... Mientras esperamos, bebamos, bebamos el fondo de mi pipa. Hay que hacer lugar a las vendimias por venir".
...Yo rompí a reír. Entonces se dieron cuenta de que yo no había dicho nada y por mi mismo lo advertí en aquel instante. Hasta ahora me ocupé en verlos, en oírlos, divirtiéndome con sus argumentos, invitándolos con los ojos, con la frente, repitiendo por lo bajo sus palabras, moviendo sin ruido los labios como un conejo que masca una col. Pero los rabiosos habladores me intimaron a que declarase por cual de los estaba. Respondí:
-Por los dos, y por algunos más aún. ¿Es que ya no hay más que discurrir? Cuando más loco se es más se ríe, y cuando más se ríe más cuerdo se está...Cuando queréis saber lo que poseéis, comenzáis a alinear en un papel todas vuestras cifras y luego la sumáis. ¿Por qué pues no ponéis uno tras de otro vuestros antojos? Todos juntos acaso hagan la verdad. La verdad os saca la lengua cuando queréis acapararla. El mundo, hijos, tiene más de una explicación: porque cada cual no explica más que un lado de la cuestión. Yo estoy con todos vuestros dioses, paganos y cristianos, y con la diosa razón por añadidura.
A estas palabras se unieron los dos contra mi enfurecidos y me llamaron pirrónico y ateo.
-¡Ateo! ¿qué necesitáis? ¿que queréis de mí? ¿Vuestro Dios , o vuestros dioses, vuestra ley, o vuestras leyes, quieren venir a mí? ¡Que vengan! Las recibo. yo recibo a todo el mundo soy hospitalario. El Dios bueno me place mucho, y mucho más sus santos. Los amo, los honro y les sonrío y no desdeñan (son buena gente) venir a echar un rato de charla conmigo. Pero os confieso, para hablaros con franqueza, que no tengo bastante con un solo Dios. ¿Qué hacer? ¡Soy glotón... y me ponéis a dieta! Tengo mis santos, mis santas, mis hadas y mis espíritus, en el aire, en la tierra, en los árboles y en las aguas; creo en la razón también creo en los locos, que ven la verdad, y creo en los hechiceros. Me gusta mucho pensar que la tierra se balancea suspendida en las nubes y quisiera tocar, desmontar y volver a montar todos los bellos mecanismos del reloj del mundo. Pero esto no quita que sienta placer en oír cantar a los celestes grillos, las estrellas de ojos redondos, y espiar al hombre del fagot en la luna... ¿Alzáis los hombros? Estáis por el orden. ¡Eh, el orden tiene también su precio! Pero no sirve para nada y se hace pagar. El orden no es hacer lo que se quiera, sino hacer lo que no se quiere. Es saltarse un ojo para ver mejor por el otro. Es talar los bosques para que pasen las rectas carreteras. Es cómodo, cómodo... ¡Pero cuidado que es feo, mi Dios! Soy galo viejo: muchos jefes, muchas leyes, todos hermanos, y cada cual para sí. Creo, si quieres, y dejame creer y no creer, si quiero. ¡Honro la razón! ¡Y sobre todo, amigos míos, no toquéis a los dioses! Saltan, llueven , de arriba, de abajo, sobre nuestras narices, bajo nuestros pies, el mundo está hinchado como jabalina preñada. A todos los estimo, y os autorizo a que me traigáis otros. Pero os prohibo que me quitéis uno solo, y que me decidáis a despedirle, a menos que el bribón haya abusado de mi credulidad.
... si véis que dos perros están royendo vuestro asado, y uno de ellos es extraño y otro vuestro, espantáis a éste, pero apaleáis a aquél. Por espíritu de justicia, por contradicción, dije que no hay que castigar a un perro sólo, sino a los dos, pues de oír a las gentes, parece que en Francia, todo el mal es italiano, cuando gracias a Dios, no nos faltan otros males, ni otros bergantes. A lo cual todos, al unísono, respondieron que un pícaro italiano vale por tres y que tres italianos honrados no valen la tercera parte de un honrado francés. Repliqué que tanto aquí como allá, donde hay hombres, hay animales, y que una bestia vale lo que otra, y que un hombre bueno, sea de donde sea, es bueno siempre, y que cuando lo encuentro, lo quiero, aunque sea italiano. Me cayeron todos encima, burlones, diciendo que conocían mis gustos, y me llamaron viejo loco, Breugnon el inquieto, el peregrino, el vagabundo; Breugnon trotacaminos...Es verdad que antes anduve mucho. Cuando nuestro buen duque, el padre del actual, me envió a Mantua y a Albisoa, con objeto de que estudiase los esmaltes, la cerámica y las industrias de arte, que después implantamos en nuestra tierra, no escatimé los caminos ni la suela de mis botas. Todo el trayecto de San Martin a San Andrés el Mantuano, lo he hecho el bastón en la mano y sobre mis piernas. Es agradable ver cómo se ensancha bajo nuestros talones la tierra y pisar la carne del mundo...Pero no pensemos en ello mucho: volvería a empezar...¡Se burlan de mí! ¡Ah, soy un galo, hijo de aquellos que saquearon el universo!"
¿Qué diablos has agarrado tú y qué conseguiste?", me dijeron riendo. "Tanto como ellos. Están llenos mis ojos. Los bolsillos vacíos, es verdad. Pero la cabeza repleta..." ¡Mi Dios, cuidado que es bueno ver, oir, gustar y recordar! Bien sé que no se puede ver todo ni saberlo todo. ¡Pero al menos, lo que se pueda! Yo soy como una esponja que chupa el Océano. O mejor aún, un racimo ventrudo, maduro, lleno hasta reventar del hermoso zumo de la tierra. ¡Qué vendimia se haría si se le prensara! No soy tan bestia, hijos míos: soy yo quien se lo beberá. Porque vosotros lo desdeñáis. ¡Y mejor para mí! No insistiré. Años atrás hubiera querido compartir las migajas de dicha que recogí, todos los bellos recuerdos de los países de luz. Pero nuestras gentes no son curiosas sino de lo que hace el vecino y, sobre todo, la vecina. Lo demás está demasiado lejos para creer en ello. ¡Si tú quieres, vas a verlo! Aquí veo lo mismo.
"Agujero detrás, agujero delante, los que vienen de Roma valen menos que antes". ¡Muy bien! Yo dejo decir y no fuerzo a nadie. Puesto que no lo queréis, guardo lo que he visto bajo mis párpados, en el fondo de mis ojos. No hay por qué querer que la gente sea dichosa a pesar suyo. Vale más serlo con ellas, a su manera, y luego a la nuestra. Una dicha vale menos que dos.
... El encanto de la infancia es como una música; penetra en los corazones seguramente más que la que nosotros ejecutamos. Los más fieros se humanizan; se vuelven niños, se olvidan por un instante de su orgullo y su rango. La señorita de Termes sonrió a mi Glodia gentilmente, la besó, la sentó sobre sus rodillas, la tomó de la barbilla y, partiendo por la mitad un bizcocho, dijo: "Tiende tu pico, partamos...", y puso el grueso extremo en el pequeño horno redondo. Entonces yo, en mi alegría, grité a plena voz: -¡Viva la buena, la bella flor de Nivernais!
Y en mi flautín hice un alegre arpegio que hendió el aire, lo mismo que con su grito agudo una golondrina.
Todos ríen y se vuelven hacia mí, y Glodia bate palmas exclamando:
-¡Abuelo!
El señor de Asnois me llama:
Es este loco de Breugnon...
(A fe mía que se conoce. Lo es tanto como yo).
Me hace un signo. Avanzo con mi flautín, subo con paso ligero y saludo...
(Cortesía en la boca, mano al bonete
Cuesta poco y es bueno).
...saludo a derecha y a izquierda, saludo atrás y adelante, saludo a cada una, a cada uno. Y sin embargo, con ojo discreto, observo y trato de dar la vuelta a la damisela, suspendida en su vasto guardainfante ( se hubiera dicho un badajo de campana) y desnudándola (con el pensamiento, se entiende), río de verla perdida, menudita y desnuda dentro de sus bagatelas. Era alta y delgada, un poco negra de piel y muy blanca de polvos, de hermosos ojos oscuros brillantes, como rubíes, nariz de cerdito huroneador y glotón, boca buena para besar, roja y voluptuosa, y rizos sobre las mejillas. Al verme, dijo, con aire condescendiente:
-¿Es de usted esta hermosa niña?
yo replico friamente:
-¡Qué sabemos, señora? Aquí está mi señor yerno. A el le toca responder. No he de responder yo por él. En todo caso, es nuestro bien. Nadie nos lo reclama. Esto no es como el dinero: "Los niños son la riqueza de los pobres".
Ella se dignó sonreír y mi señor de Asnois ríe con estrépito. Florimundo ríe también; pero su risa era amarilla; yo permanezco serio, hago el polluelo. Entonces, el hombre de la gorguera y la dama de la campana quisieron condescender y preguntarme (los dos me habían tomado por un músico callejero) sobre lo que podía reportarme mi oficio.
Yo respondo como es justo:
-Tanto como nada...
Sin decir lo que hago, además. ¿Para que iba a decirlo? No me lo preguntaban. Espéré, quería ver, me divertía. Encontré bastante chistosa la altanería familiar y ceremoniosa con que todos estos buenos señores, estos ricos, creen que deben tratar a los que nada tienen y son míseros. Parece que como siempre le están repasando la lección. Un pobre es un niño, no tiene su razón...Y luego (no se dice pero se piensa) es culpa suya: Dios lo ha castigado, está bien; bendito sea el Dios bueno.
Como si yo no estuviera allí; el Maillebois dice en alta voz a su comadre:
Puesto que nada tenemos que hacer, señora, aprovechemos este pobre pelele, tiene el aire un poco bobalicón, va de aquí para allá tocando el flautín: debe conocer bien el pueblo de las tabernas. Inquiramos de él lo que la provincia piensa, si es...
-¡Chist!
... si es que piensa.
Yo repito:
-¿El espíritu? -tomando el aire de un atontado.
Y guiñé el ojo a mi gordo señor de Asnois, que se tiraba de la barba y me dejaba ir, riendo para sí a pata ancha.
-El espíritu no tiene el aire de correr por la provincia -dice el otro con ironía-.
Te pregunto, buen hombre, lo que se piensa, lo que se cree. ¿Son buenos católicos? ¿Son devotos al rey?
Yo respondo:
-Dios es grande y el rey es muy grande, A los dos se le quiere bien.
-¿Y qué se piensa de los príncipes?
-Son grandes señores.
-Así, pues, ¿se está con ellos?
-Si monseñor, si.
-¿y contra Concini?
-También se es para él.
-¡Diablos! ¿Cómo, cómo? Pero ¡son enemigos!
-No digo...Es posible... Se es para los dos.
-¡Por Dios, hay que elegir!
-¿Y que necesidad hay, señor? ¿No puedo dispensarme de eso? En ese caso, lo quiero yo. ¿Para quién soy yo?...Señor, yo se lo diré un lunes de estos. Pensaré en ello. Pero necesito tiempo
-¿Qué esperas?
-Señor, saber quien es el más fuerte.
-¡Bribón! ¿No tienes verguenza? ¿No eres capaza de distinguir el día de la noche y al rey de sus enemigos? -A fe mía, no señor. Me pregunto demasiado. bien veo que es de día, no estoy ciego; pero entre gentes del rey y gentes de los señores príncipes, para la elección, verdaderamente no sabría decir quienes beben mejor y hacen más estragos. No digo nada de mal, tienen buen apetito: se portan bien. A vos os deseo buena salud parejamente. Me placen los buenos comedores; yo haría otro tanto. Y para no ocultar nada, me gustan más los amigos que coman más en casa de los otros.
-¡Insolente! ¿No amas pues a nadie?
-Señor amo mi bien.
-¿No puedes inmolarlo a tu señor, el rey.
-Así lo quiero, señor, si no puede ser de otro modo.
Pero quisiera saber, sin embargo, si no somos en Francia algunos que amamos nuestras viñas y nuestros campos, lo que el rey podría meterse entre dientes. A cada uno su oficio. Unos comen. Otros..., son comidos. La política es el arte de comer. Pobres gentes ¿qué podemos hacer nosotros? Para vosotros la política, para nosotros la tierra. No es negocio nuestro tener una opinión. Somos ignorantes. Qué sabemos nosotros sino, como nuestro padre Adán -también lo fue vuestro, según dicen, en cuanto a mí no lo creo, perdón...tal vez vuestro primo...-, qué sabemos nosotros sino preñar la tierra y hacerla fecunda, hender, labrar sus costados, sembrar, hacer crecer la avena, el trigo, tallar, injertar la viña, segar, recoger las gavillas, batir el grano, pisar los racimos, hacer el vino, el pan, partir la madera, tallar la piedra, cortar el paño, coser el cuero, forjar el hierro, cincelar, carpintear, abrir los canales y los caminos, construír, levantar ciudades con sus catedrales, ajustar con nuestras manos sobre la frente de la tierra el adorno de los jardines, hacer que florezcan sobre los muros y los tableros el encanto de la luz, desnudar de la vaina de piedra que la cubre los hermosos cuerpos blancos y desnudos, atrapar al acecho en el aire los sonidos que pasan y aprisionarlos entre los costados dorados oscuros de un violín tembloroso o en mi flauta hueca; en fin, hacernos amos de la tierra de Francia, del fuego, del agua, del aire, de los cuatro elementos y hacer que sirvan para vuestra diversión...; qué sabemos nosotros más, y como podríamos tener la pretensión de creer que comprendemos nada de los asuntos públicos, de las querellas de los príncipes, sagrados designos del rey, juegos de la política y otras metafísicas? No hay que pedorrear, señor más alto que su culo. Somos bestia de carga y hechos para que nos apaleen, ¡De acuerdo! Pero, ¿qué puño nos gusta más y qué látigo nos es más blando en la espalda?... Grave cuestión, señor, demasiado fuerte para mi cerebro. A decir verdad, uno u otro poco me agradan. Necesitaría para responderos tener el látigo en la mano, sopesar uno y otro y ensayarlos muy bien. A falta de lo cual, ¡paciencia! Sufre, sufre, yunque. Sufre mientras seas yunque. Golpea cuando seas martillo...
El otro, indeciso, me miraba frunciendo la nariz, y no sabía si reír o enfadarse.
-Monseñor , ya conozco a éste extravagante: buen obrero, fino carpintero, gran charlatán. Es en su oficio escultor. No pareció por esta advertencia modificar el noble señor su opinión sobre Breugnon...
... mas cuando supo por el escudero y por su huésped, monseñor de Asnois, qué hacían caso de mis obras tal príncipe y tal otro...
...El Maillebois, para honrarme, juzgó conveniente asombrarse de que me quedase en este lugar alejado, distante de los grandes espíritus de Paris y permaneciese encantonado en estos trabajos de paciencia, de verdad, no de invención...sin ídeas, si símbolos, alegorías...nada de todo cuanto el conocedor asegura que es de la gran escultura.
...-¡El arte útil! Las dos palabras juntas -asegura- suenan a cosa tonta. Sólo lo inutil es lo hermoso.
-¡Gran palabra! -acepto yo- Harta verdad es. En todos lados, en el arte y en la vida. Nada hay más hermoso que un diamante, un príncipe, un rey, un gran señor, una flor.
Se fué contento de mí. El señor de Asnois me tomó del brazo y me sopló al oído:
-¡Maldito farsante! ¿Has acabado ya de ridiculizarte? Sí, haz la bestia, corderillo, bee, te conozco. No digo que no. Para ese buen alechugado de París, agarra a tu gusto, ve, hijo mío. Pero cuídate, Breugnon, de no meterte también conmigo. Porque llevarás palos
Yo protesté:
-¡Yo, monseñor! ¡Atacar a Vueastra Grandeza! ¡Mi bienhechor! ¡Mi protector! ¿Es posible creer en Breugnon esa maldad?...¡Y pase aún ser malo, pero bestia! Para otros si les place. No es nuestro modo de obrar. Gracias a Dios amo mucho mi piel para no respetar a quien sabe hacerse respetar. No me zurran; no soy tan tonto. Porque vos sois no solamente el más fuerte (eso está a la vista), sino más malicioso que yo. Yo no soy más que un zorrillo, junto al zorro en su castillo. ¡Cuántas veces en vuestro saco! ¡Que vois habéis metido a jóvenes y viejos, locos y prudentes!
El señor de Asnois se ensanchó. Nada place tanto como ser elogiado por el talento que menos se tiene.
...A pesar de mi turbación, conservé el buen sentido nuestro para decirme:
-Hijo, los médicos no saben de eso más que nosotros. Tomarán tu dinero y, en resumidas cuentas, te enviarán a yacer en un parque de apestados, donde no dejarás tu de apestar enseguida´. ¡Guárdate de decirles nada! No eres seguramente un loco. Si se trata de morirse, ya lo haremos bien sin ellos. Y por Dios, ya está escrito: "A despecho de los médicos, viviremos hasta la muerte".
Hacía gala de aturdirme y pasar por alegre, pero comencé a sentir removido el estómago. Me toqué aquí, luego allá, después... ¡Ay, esta vez sí que es ella!...Y lo peor es que a la hora de comer, ante un guisado de judías rojas cocidas en vino con trozos de tocino salado (al hablar hoy de ello lloro de pesar), no tuve valor de abrir las mandíbulas. Pensé con el corazón en un puño:
"Seguramente, me voy.El apetito está difunto. Es el comienzo del fin..."
En fin, sepamos al menos poner en orden nuestros asuntos. Si me dejo morir aquí, estos bergantes de concejales harán quemar mi casa con el pretexto (¡pararatas!) de que otros pueden contraer la peste. ¡Una casa que es nueva! ¡Es preciso que el mundo sea malo o bestia! ¡Antes que esto, prefiero reventar sobre mi estiércol! ¡Los atraparemos bien! No hay que perder el tiempo...
Me levanto, me pongo el traje más viejo, tomo tres o cuatro buenos libros, algunas hermosas sentencias, cuentos sabrosos de la Galia, apotegmas de Roma, Las pabras Doradas de Catón, las Serées de Bouchet y el Nuevo Plutarco de Gilles Corroset, los meto en mis bolsillos con una candela y un pedazo de pan; di vacaciones al aprendíz, cierro mi casa y bravamente me voy a mi couta , fuera de la ciudad, pasada la última casa, en la carretera de Beaumont. El cuarto no es grande. Una bicoca. Una pieza de desembarazo, donde se meten los útiles, un jergón viejo y una silla desfondada. Si hay que quemarlos, el daño no será grande.
No hice más que llegar, que ya castañeaba los dientes como un cuervo. La fiebre me quemaba, sentí una punzada en el costado, y el buche torcido, como si le hubieran dado vuelta...¿Qué hice, buenas gentes? ¿Qué os voy a contar? ¿Puede haber actos heróicos y puede haber frente magnánima opuesta, a imitación de los grandes señores de Roma, a la fortuna enemiga y al mal de vientre?...Bravas gentes, estaba solo, nedie me veía. ¡Pensad si me sentaría molesto para representar ante las paredes el papél de Régulo romano! Me dejé caer en el jergón y me puse a quejarme. ¿No habéis oído nada? Mi voz era fuerte y clara. Hubiera podido llegar hasta el árbol de Sembert.
_¡Ay! -plañí-. ¿Es posible, Señor, que persigas a un hombrecillo tan bueno, que no te ha hecho nada?...¡Oh, mi cabeza! 'Oh, mis costados! ¡Ay! ¿Te importa verdaderamente llamarme tan pronto?...Oh, oh, mi espalda!...Es cierto que estaría encantado -honrado quise decir- con hacerte una visita; pero ya que debemos vernos más tarde o más temprano, ¿para qué esa prisa?...¡Ah,ah, el bazo!...Yo no tengo prisa...¡Señor, yo no soy más que un pobre gusanillo! Si no hay otro remedio, hágase tu voluntad. Ya ves que soy humilde, dulce y resignado... ¡Charlatán! ¡Quieres levantar el campo! ¿Por que me roe este animal el costado?...
Cuando hube plañido a mis anchas, no sufrí por eso menos, pero gasté mi vigor patético. Me digo:
-Pierdes el tiempo. O él no tiene orejas, o es lo mismo. Si es verdad, como dices, que tú eres su imagen. Él no hará más que lo que esté en su cabeza, te desgañitas en vano. Economiza tu aliento. Ya no te queda más que para una hora o dos, y tú imbécil, lo despilfarras al viento. Gocemos de lo que nos queda de este viejo y bello esqueleto que tendremos que abandonar (¡Amigo será muy a pesar mío!) No se muere más de una vez. Satisfagamos al menos nuestra curiosidad. Veamos qué se hace para salir de la piel. Cuando era niño, nadie sabía mejor que yo fabricar hermosas flautas con ramas de sauce. Con el mango de mi cuchillo golpeaba la corteza hasta que se desollaba. Supongo que Aquél que me mira desde allá ariba, está en plan de divertirse con la mía de igual forma. ¡Osado! ¡Se irá la corteza?...¡Ay, el golpe fue bueno!
...Encogido sobre el jergón me esforcé en leer. Los apotegmas heróicos de los romanos no tuvieron éxito. ¡Al diablo esos charlatanes! "Todo el mundo no ha nacido para ir a Roma". Odio el orgullo tonto. Quiero tener el derecho de quejarme, hasta que no pueda más, cuando estoy de cólico... Sí; pero cuando se detiene, quiero reír, si puedo. Y río...¿No me creéis? Pues cuando me apretaba el dolor, que me parecía como nuez entre el partidor por lo que me chascaban los dientes, abriendo al azar, el libro de Humoradas de este buen señor de Bouchet, encontré una tan bella, incitante y dorada...,¡por los veinte Dioses!, que rompí en una carcajada. Me decía: _Eres demasiado bestia. No rías. Te puede hacer daño...
¡Ah, bien! No dejaba de reír mas que para quejarme, y de quejarme para reír. Y me quejé y reí...¡La peste se rió también! ¡Ah, pobre pilluelo mío, te lamenté y te reí!
Cuando apuntó el día estaba bueno para enterrarme.
....Distingo en la carretera a dos buenas figuras gruesas que enarcaban los ojos con espanto. Eran Antonio Paillard y el cura Chamaille. Estos bravos amigos, para verme aún con vida, habían devorado el camino. Debo decir que, después de ver, su fuego comenzó a humear, Sin duda, con objeto de contemplar mejor el cuadro, dieron los dos tres pasos atrás. Y aquel insigne Chamaille, para darme ánimos, repetía:
-¡Señor qué feo estás!...¡Ah, pobre chico! Estás tan feo... Feo como tocino amarillo.
Yo les digo (al humear la salud de ellos, por un efecto contrario, sentí que se reanimaban mis espíritus animales):
-No os invito a entrar. Me parece que tenéis calor.
-No, gracias; no, gracias -exclamaron los dos- Se está muy bien acá.
Acentúan su mirada y se atrincheran en el coche para darse una actitud conveniente, Paillard daba tirones del bocado a su caballo, que no tenía culpa ninguna.
-Y, ¿Cómo te encuentras? - me pregunta Chamaille, que tenía costumbre de hablar con los difuntos.
-¡Eh amigo mío, quien está enfermo no está muy a gusto! -respondo moviendo la cabeza.
-¡Lo que somos! Ya ves, mi pobre Colás, lo que siempre te he dicho: Dios es todopoderoso. Nostros no somos más que humo, polvo. Hoy de comida y mañana de ataúd. Hoy de flor, mañana de lloro. Tú no querías creerme, sólo pensabas en divertirte. Bebiste lo bueno, bebes las heces. ¡Vamos, Breugnon, no te aflijas!
El Dios bueno te llama. ¡Ah qué honor, hijo mío! Pero necesitas para verle adecentarte convenientemente. Ven que yo te lave. ¡Prepárate, pecador!
Yo respondo:
-Enseguida. tenemos tiempo, cura.
-¡Desgraciado! -me apostrofa- El coche no espera.
-No importa -le digo-. Iré a pie
El cura agitó los brazos.
-¡Breugnon, amigo mío, hermano!...¡Ah, bien veo que sigues sujeto a los falsos bienes de la tierra! ¿Que tiene de placentera? No es más que inanidad, vanidad, calamidad, duelo, cautela y malicia, red miserable, emboscada, dolor, decrepitud. ¿Qué hacemos aquí?
Yo le replico:
-Me desgarras. Jamás, Chamaille, tendré valor para dejarte.
...-Lo haré -dije-, lo haré por tí, por mí y por Él.
¡Dios me libre de faltar a los respetos que debo a toda la companía! Pero si te place, quiero antes decir dos palabras a mi señor notario.
-Después se las dirás.
-No. Primero el señor Paillard.
-¿Eso piensas, Breugnon? Hacer pasar al Eterno después del escribano.
-El eterno puede oír o pasearse, si le place: yo lo encontraré bien. Pero la tierra me abandona. La cortesía quiere que se visite a quien se ha recibido antes que a quien nos recibirá...acaso.
Insistió, rogó, amenazó, gritó. Yo no desistí. Antonio Paillard sacó su recado de escribir y, sentado en el mojón, rodeado de curiosos y perros, redactó mi testamento público. Después de lo cual dispuse de mi alma gentilmente, como había hecho con mi dinero. Cuando todo se acabó (Chamaille seguía en sus exhortaciones), dije con voz muriente:
-Bautista, recobra aliento. Es muy hermoso lo que dices. Pero, para el hombre sediento, consejo de oído no vale una grosella. Ahora que mi alma está dispuesta a montar a la silla, al menos quisiera beber el trago de despedida. ¡Gentes de bien, una botella!
¡Ah, qué buenos muchachos! Los dos son tan buenos cristianos como buenos borgoñones y comprendieron mi último pensamiento. En lugar de una botella, me trajeron tres: Chablis, Pouilly e Irancy. Por la ventana de mi barco que iba hacia el áncora, tiré, una cuerda, El palurdo ató un viejo cesto de mimbre y con mis últimas fuerzas icé a mis últimos amigos.
A partir de aquel momento, caído yo otra vez sobre el jergón y habiéndose marchado los otros, me sentí menos solo.
...Las botellas están vacías. Consumatum est No hay nada que hacer aquí. Vamos con la música a otra parte.
Y me parece también que quería agarrar ajos, porque se dice que son soberanos contra la peste, o porque a falta de vino hay que contentarse con ajos.
...Los frutos de mi vergel me parecían estrellas.
Todos se inclinaban sobre mí para mirarme. Me sentí espiado por millares de ojos. Por el fresal corrieron risitas. En el árbol, por encima de mí, una perita de mejillas rojas y doradas, con un hilillo de voz clara y azucarada, me cantó:
Majuelo,
hecha raíces,
hombrecito gris.
Como los zarcillos de la viña
agarrate a mi espinazo
para subir al Paraíso.
Echa raíces, echa raíces,
hombrecito gris.
Y de todas las ramas del vergel de la tierra y del cielo, un coro de vocecitas rumoreantes y trémulas, repetía:
Echa raíces, echa raíces.
Entonces hundí los brazos en mi tierra y dije:
-¿Me quieres? Yo sí te quiero.
Mi buena tierra jugosa y blanda; hundí los brazos hasta el codo, y se enternecía como un seno, y la removí con las rodillas y las manos. La medí hasta medio cuerpo y marqué mi huella desde los pies hasta la frente, hice con ella mi cama y me tendí cuan largo era, miré al cielo y sus racimos de estrellas, con la boca abierta, como si esperase que una de ellas fuera a lloverme sobre la nariz. La noche de julio entonaba un Cantar de los Cantares. Un grillo borracho trinaba, trinaba hasta morir. La voz de San Martín dió de pronto las doce, o quizá catorce o dieciseis(seguramente aquello no era un campaneo ordinario). Y he aquí que las estrellas, las estrellas de allá arriba y las de mi jardín, se pusieron a sonar...¡Oh, Dios, qué música! El corazón me saltaba y mis ojos retemblaban como los cristales cuando truena. Y en mi hoyo vi erigirse un árbol de Jessé: una cepa, toda derecha, toda empenechada de pámpanos, que me subía por el vientre; yo subí con ella y me escoltaba todo mi vergel, cantando. Suspendida en la rama más alta una estrella bailaba como una perdida, y con la cabeza hacia atrás para verla, para tenerla, trepé, trepé, gritando a plenos pulmones:
Grano de albillo
no te vas.
¡Ánimo, Colás!
Colás te tendrá. ¡Aleluya!
...Al otro día, como suele decirse, honré al sol. ¡No le disputé el honor de levantarme. Me levanté cuando había pasado ya el mediodía. ¡Ah que placer sentí a volverme a ver, amigo mío, en el fondo de mi hoyo! Y no era que la cama fuera blanda y no tuviese dolor de riñones. Pero que bueno es decirse que todavía se tienen riñones. De modo que no has partido, Breugnon. ¡Ven que te abrace, hijo mío! ¡Que toque ese cuerpo y ese buen hociquillo! Eres tú. ¡Que alegría! Si me hubieses abandonado, jamás, Colás, hubiera sentido consuelo. Salud, ¡oh jardín mío! Mis melones me ríen con agrado. Madurad pequeños.
...-¿No te has muerto, Breugnon?
Ríen y lloran de contentos. Yo les saco la lengua:
-El buen muchacho vive aún...
¿Creeréis que aquellos malditos me dejaron quince días encerrado en mi torre, hasta que estuvieron seguros de que yo no tuviera nada? Debo a la verdad añadir que no dejaron que me faltara ni el maná ni el agua de la roca (me refiero a la de Noé). Hasta adquirieron la costumbre de venir de vez en cuando debajo de mi ventana para darme las noticias del día.
Cuando pude salir, el cura Chamaille me dijo:
-Amigo mío, el gran San Roque te ha salvado. No puedes por menos que ir a darle las gracias. ¡Hazlo, te lo ruego!
Le respondo:
-Creo que más bien han sido San Irancy, San Chablis o San Pouilly.
-Bien, Colás, ya meteremos lo nuestro. Cortemos en dos la pera. Ve a San Roque por mí. Y yo daré las gracias a Santa Botella por tí.
Como hicimos juntos este doble peregrinaje (el fiel Paillard completaba el trío). les digo:
-Confesad, amigos míos, que hubierais trincado menos a gusto cuando os pedí el trago final. No parecías dispuetos a seguirme.
-Yo te quiero mucho -dice Paillard-, te lo juro, pero, ¿que quieres? También me quiero a mi mismo. El otro dijo verdad: "Mi piel está más cerca de mí que mi camisa".
-Mea culpa, mea culpa - gruñe Chamaille, golpeándose su pecho como a pellejo de borrico-. Soy poltrón de naturaleza.
-¿Que has hecho, Paillard, de las lecciones de Catón? Y tú, cura, ¿de qué sirve tu religióm?
-¡Ay, amigo mío, es tan bueno vivir! -exclamaron los dos con un gran suspiro.
Entonces nos abrazamos los tres riendo, y nos dijimos:
-Un buen hombre no vale mucho. Hay que tomarlo como es. Dios lo ha hecho: está bien hecho.
...Estaba en vías de volver a tomar el gusto a la vida.
No me costaba mucho trabajo, podéis creerme. Hasta, no sé cómo, la encontraba todavía más suculenta que antes: tierna, blanda y dorada, cocida en su punto, incitante, crujía entre los dientes y se fundía sobre la lengua. Apetito de resucitado. ¡Qué bien debió comer Lázaro!
Un día en que después de haber trabajado gozosamente con mis compañeros en las armas de Sansón, he aquí que entra un campesino que venía de Morván:
-Maestro Colás -me dice-. Anteayer vi a su mujer.
-Qué suerte has tenido, bribón -le contesté-. Y ¿cómo va la vieja?
-Muy bien, Se va.
-¿Adónde?
-A todo correr hacia un mundo mejor.
-Dejará de serlo- dijo un pésimo chistoso.
Y otro:
-Ella se va. Tú te quedas. A tu salud, Colás. Una dicha no viene nunca sola.
Yo, por hacer como los demás (estaba conmovido, sin embargo), replico:
-Choquemos. Dios ama al hombre, compadres cuando le quita a su mujer... Pero el vino me pareció súbitamente picado y no pude acabar el vaso. Y, agarrando mi bastón, me marché sin saludar siquiera a la compañía. Ellos exclamaron:
-¿Dónde vas? ¿Qué mosca te ha picado?
Yo estaba ya muy lejos, no respondí, tenía el corazón encogido... Ved, presumimos de no querer a la vieja, nos enrabiamos uno a otro, día y noche, durante veinticinco años, y cuando la muerte viene a buscar a aquella que ha estado pegada a nuestro lado en la cama estrecha, mezclando su sudor al nuestro y entre sus enjutos costados hizo crecer la simiente de la raza que nosotros plantamos, sentimos algo que nos aprieta el gaznete: es como si un pedazo de nosotros se nos fuera, y aunque no fuera bello y nos haya molestado mucho, sentimos piedad de él y de nosotros y nos lamentamos y lloramos...
¡Dios me perdone!, uno la quiere...
Llegué al día siguiente, a la caída de la noche. Desde el primer golpe de vista vi que el escultor había trabajado mucho. Bajo la cortina estropeada de la carne agrietada, aparecía trágico, el rostro de la muerte. Pero lo que me reveló el signo más cierto del fin, fue que al verme me dijo:
-¡Pobrecito mío! ¿No estás cansado?
Ante esta muestra de bondad que me conmovió, me dije:
No hay duda. La pobre vieja se acaba.
...Pero sin duda, sus viejos huesos, antes de conocer el reposo, debían pasar por última vez, con el fin de ser purificados, por la miseria, el fuego de la tierra (es nuestro destino). Porque justamente en ese momento la puerta de al lado se abrió y precipitándose en la habitación, la hospedera, con voz anhelante, gritó:
-¡Aprisa, venga maestro Colás!
Sin comprender, pregunto:
-¿Qué hay? Hable más bajo.
Pero mi mujer, sobre la cama, que había partido ya para el gran viaje, como si desde lo alto del coche a que acababa de subir, pudiera, volviéndose, ver por encima de nuestra cabeza lo que yo no veía, se irguió en su coche fúnebre, rígida como aquél a quien despertó Jesús, tendió hacia nosotros los brazos y gritó:
-¡Mi Glodia!
Comprendí, a mi vez, traspasado por aquel grito y por la ronca tos que venía de la habitación inmediata. Corrí, encontré a mi pobre alondrita con la garganta anudada, tratando con sus manitas de deshacer el nudo, toda roja y ardiente, implorando socorro con los ojos espantados y debatiéndose como un pájaro herido...
No puedo contar lo que fué aquella noche. Aún ahora, que ya han pasado cinco días bien contados, siento que se me doblan las piernas. Necesito sentarme.
¡Ay dejadme que respire!...¿Por qué habrá en el cielo un Señor que se complace en hacer sufrir lentamente a estos pequeños seres y sentir y crujir entre los dedos su frágil cuello, ver cómo se debaten y poder soportar su mirada de reproche asombrado? Comprendo que se almohace a los viejos asnos como yo, que se haga daño a quien pueda defenderse, a los gansos sólidos, a las hembras forzudas. ¡Probad, buen Dios, a divertiros en hacernos gritar, si podéis! El hombre está hecho a vuestra imagen. Que fueseis como él, no muy bueno todos los días, caprichoso, malicioso, que se complace en hacer daño de tiempo en tiempo por necesidad de destruír, por probar sus fuerzas, por acritud de sangre, porque se está mal lunado, o por pasatiempo, no me extrañaría, en suma, enormemente. Nosotros somos de edad para haceros frente: cuando nos fastidiáis sabemos decíroslo. Pero tomar como blanco a esos pobres corderillos, a quienes si se les torciera la nariz saldría leche, ¡alto allá! ¡Eso no, es demasiado, no lo admitimos, Dios o rey, que el hecho sobrepasa vuestros derechos!
Os lo prevenimos, Señor; uno de estos días, si continuáis, nos veremos obligados, a pesar nuestro, a descoronaros...
Pero no quiero creer que sea eso obra vuestra, os respeto demasiado. Para que tales crímenes sean posibles, Padre Nuestro, es preciso una de estas dos cosas: o no tenéis ojos o no existís...¡Ay, he ahí una palabra incongruente, la retiro! ¡La prueba de que existís es que conversamos en este momento! ¡Cuántas discusiones hemos tenido juntos! Y entre nosotros, Señor, ¡cuántas veces os reduje al silencio! Durante aquella noche nefasta os llamé, injurié, amenacé, negué, supliqué bastante. Os tendí mis manos juntas y os mostré mi puño cerrado. No sirvió de nada, no soltasteis prenda. al menos no podéis decir que descuidé nada para llegaros al corazón. Y, pues que no quisistéis, ¡buena sangre!, no os dignasteis escucharme, tanto peor para vos, Señor. Conocemos a otros, en adelante a ellos nos dirigiremos.
Estaba solo con la vieja hospedera para velar. Martina, que había sentido en el camino los dolores del parto, se quedó en Dornecy, dejando a Glodia con la abuela. Cuando a la mañana vimos que nuestra pequeña mártir iba a morir, recurrimos a los grandes remedios. Tomé en mis brazos su menudo cuerpo rendido, no más pesado que una pluma (ya no tenía fuerza ni para moverse, y con la cabeza colgante, palpitaba apenas con sobresaltos, como un gorrión). Miré por la ventana. Hacía lluvia y viento. Una rosa, en su tallo, se asomaba por el cristal como si quisiera entrar. Anuncio de muerte. Hice la señal de la cruz y, a pesar de todo, salí. El viento húmedo y violento se coló por la puerta. Yo protegía con la mano la cabeza de mi avecilla, por miedo a que la borrasca apagase su candela. Fuimos. Delante iba la hospedera, que llevaba presentes. Entramos en los bosques que bordeaban el camino, y pronto vimos al borde de un pantano un álamo blanco que temblaba. Reinaba, alto y recto como una torre, sobre un pueblo de juncos, de flexibles riñones. Le dimos la vuela una vez, dos veces, tres veces. La pequeña gemía y como ella, el viento en las hojas daba diente con diente. Atamos a la manito de la niña una cinta y el otro extremo a una rama del viejo árbol tembloroso.Y la hospedera desdentada y yo entonamos:
Tiembla, tiembla, bonito mío,
toma mi escalofrío.
Te lo ruego y te requiero a ello
por las personas
de la Santa Trinidad.
Pero si eres terco,
si no quieres escucharme,
¡cuidado!, te partiré.
Luego hizo la vieja un hoyo entre las raíces, vertió en él un cuartillo de vino, dos dientes de ajo y una loncha de tocino y puso encima un ochavo, Dimos otras tres vueltas en torno de mi sombrero, puesto en tierra, lleno de cañas. Y a la tercera vuelta escupimos dentro, diciendo:
-¡Sapos encenagados, acurrucados, que la difteria os ahogue!
Luego nos volvimos a la salida del bosque y nos arrodillamos ante un majuelo; a sus pies pusimos a la niña y suplicamos al Hijo de Dios por la Santa Espina.
Cuando al fin regresamos a casa la pequeña parecía muerta. Al menos nosotros habíamos hecho cuanto podíamos
Durante ese tiempo mi mujer no quiso morirse. El amor a su Glodia la ataba a la vida; se agitaba y gritaba:
-No, no me iré, buen Dios, Jesus, María, antes de saber lo que es de la niña y si curará o no. Se curará, lo quiero, lo quiero: está dicho.
No estaba aún dicho, sin duda, por completo, porque después de haberlo dicho lo repitió. ¡Mi Dios, qué aliento tenía! ¡Y yo que ahora mismo creía que iba a exhalar el último! Si era el último tenía, tenía gran talla...¡Breugnon, mala persona, ríes ¿No te da verguenza? ¿Qué quieres, amigo soy como soy. Reír no me impide sufrir; pero sufrir no impedirá jamás reír a un buen francés. Y ría o llore, necesita, ante todo, ver. ¡Viva Jano bifronte, siempre con los ojos abiertos!...
Así,pues no tenía menos pena en oír cómo se sofocaba y respiraba la pobre vieja comadre, y a pesar de que yo estuviese tan angustiado como ella, quise calmarle y le dije esas palabras que se dicen a los niños, y la envolví en sus sábanas con solicitud. Pero ella se destapó furiosa y gritó:
-¡No vales para nada! Si fueras hombre, ya habrías, encontrado un medio de salvarla. Bien supiste salvarte tú. ¿Para qué sirves? Tu eres quien debieras estar muerto.
Yo le respondo:
-Soy de tu opinión, vieja; tienes razón. Daría mi piel si alguien la quisiere. Pero lo probable es que no estimen el negocio allá arriba: está muy usada y servido con exceso. uno ya no es bueno (es verdad), como tú, más que para sufrir. Suframos, pues, sin hablar. Tal vez sea eso, poco más, poco menos, lo que tenga que llevar la pobre inocente.
Apoyó su vieja cabeza contra la mía y mezclamos la sal de nuestros ojos. En la habitación se sentía pasar la sombra de las alas del arcangel fúnebre.
Y, de pronto, partió el arcángel. La luz volvió. ¿Quién causó este prodigio? ¿Fue el Dios de lo alto o los de los bosques, mi Jesús compadecedor de todas las desgracias o la tierra temible, que sopla y bebe los males; fué efecto el de todas las oraciones o el miedo a mi mujer, o bien porque al temblor le unté la mano? Nunca lo sabremos, y en la certidumbre, doy las gracias (es lo más seguro) a toda la compañía, sin olvidar a quienes no conozco (Tal vez son éstos los mejores). En todo caso, lo cierto y lo único que me importa es que desde aquel momento en la que fiebre desapereció, circuló la respiración por la débil garganta, y mi pequeña muerta, escapando al abrazo del arcángel, resucitó.
Sentíamos entonces que nuestros viejos corazones se derretían. Los dos entonamos el Nunc dimitis, Señor... Y mi vieja, desmayándose, con lloros de gozo, dejó caer, la cabeza en la almohada, como una piedra que se hunde, y suspiró:
-¡Ya puedo irme!...
Su mirada se tratornó y se hundió su cara, como si un golpe de viento le hubiera quitado el aliento. Y yo, inclinado sobre la cama, donde ya no estaba ella, miré, como en el fondo de un hoyo, en el río, donde la forma de un cuerpo que acaba de desaparecer queda un instante impresa y desaparece dando vueltas. Cerré sus pupilas, besé su frente cerosa, enlacé una con otra sus manos de trabajadora que jamás han estado en reposo y , sin melancolía, dejando la lámpara apagada, cuyo aceite se había quemado, fuí a sentarme junto a la llama nueva que debía ahora alumbrar la casa. Contemplé cómo dormía, la velé con sonrisa enternecida y pensé (no se puede evitar que pensemos):
-¿No es muy extraño que nos apeguemos así a esta cosilla? Sin ella nada nos agrada. Con ella todo está bien y hasta lo peor ¡qué importa! Con tal de que viva me burlo de lo demás. Es un poco fuerte, sin embargo. Estoy aaquí vivo, tengo buena salud, soy dueño de mis cinco sentidos, de algunos otros más y del mejor de todos, que es mi buen sentido: Jamás he puesto mala cara a la vida y llevo en mi vientre diez varas de tripas vacías siempre para festejarla, cabeza sana , mano precisa, jarrete sólido y pantorrilla, buen obrero y borgoñón alegre y estaría dispuesto a sacrificar esto por un animalito que ni siquiera conozco. Porque, ¿Qué es , en fin? Un cogollito, un juguete gracioso, cotorrilla que se ensaya, un ser que no es nada, pero que será tal vez. Y por este "tal vez" dilapidaría mi " yo soy y estoy a gusto, pardiez"...¡Ah, es que ese "tal vez" es mi más bella flor, por la cual vivo! Cuando los gusanos se hayan atracado de mi carne, cuando mi carne se haya derretido en el cementerio, reviviré, Señor, en otro yo más hermoso, más feliz y mejor...¡Que sé de eso? ¿Por qué ha de valer más que yo? Porque habrá puesto los pies sobre mis hombros y verá más lejos marchando sobre mi tumba...¡Oh, vosotros, salidos de mí, que beberéis la luz, en la que mis ojos que la amaban no se bañarán ya; por vuestros ojos saboreo las vendimia de los días y de las noches por venir, veo como se suceden los años y los siglos, y gozo de todo, tanto de lo que presiento como de lo que ignoro. Todo pasa en torno mío; pero es que yo paso, voy siempre más lejos y más alto, llevado por vosotros. No estoy ya atado a mi pequeño dominio. Más allá de mi vida, más allá de mi campo se alargan los surcos, abrazan la tierra y recorren el espacio; como una Vía Láctea, cubren con su red toda la bóveda azul. Vosotros sois mi esperanza, mi deseo y mi grano que, a través del infinito, siembro a manos llenas.
...¿Anotamos este día? Es un duro bocado. Todavía no está digerido. ¡Vamos, viejo, valor! Será el mejor medio de hacerlo pasar.
Se dice que la lluvia de verano no causa pobreza. Con arreglo a esto yo debía ser más rico que Creso, porque no deja de llover este verano sobre mis espaldas y heme aquí, no obstante, sin camisa y sin zapatos, como un San Juanote. Apenas salí de aquella doble prueba -Glodia está curada y mi vieja también, la una de su enfermedad y la otra de la vida- cuando recibí de las potencias que gobiernan el universo (debe haber allá arriba una mujer que me quiere mal: ¿qué diablos le he hecho yo?...Me ama, ¡pardiez!) un asalto furioso del que salgo desnudo, tundido y molido hasta los huesos, pero (es lo principal, al fin y al cabo) con todos mis huesos.
Por más que mi nieta estuviese al presente restablecida, yo no me apresuraba a volver a mi tierra; permanecía cerca de ella gozando aún más que ella de su convalecencia. Un niño que cura es como si se viese la creación del mundo; todo el universo me parece tierno y lechoso. Así pues, yo vagabundeaba oyendo las noticias que traían al irse al mercado las comadres, cuando un día cierta conversación me hizo poner alerta el oído, viejo mulo que ve venir el látigo del arriero. Decían que se había declarado un incendio en Clamecy, en el barrio de Beuvrón.
..."¡Qué bestia, gran Dios! Es la primera vez que abandono Clamecy sin dejar nada al abrigo. En todos los demás casos, ante las aproximaciones de los enemigos, lo llevo todo detrás de las murallas, al otro lado del puente, a mis dioses lares, mi dinero, los trabajos de mi arte de que estoy más orgulloso, mis útiles y mis muebles, y esos chismes que son feos y molestos, pero que no daría por todo el oro del mundo, porque son las reliquias de mis pobres dichas... Esta vez lo dejé todo..."
Y oigo que mi vieja recrimina mi estupidez desde el otro mundo. Yo le replico:
-Culpa tuya es, por tí me apresuré tanto.
Después de zamarrearnos los dos de lo lindo (al menos eso me ocupó parte del camino), traté de convencerme de que me inquietaba por nada.
...-¡Pobre chico!
Sentí como si recibiera un golpe en el estómago. Quedé con la boca abierta al borde del camino. Jojot sigue:
-¿Dónde vas? ¡Vuélvete atrás, Colás! No entres en la ciudad. Te revolverá la bilis. Está todo quemado, arrasado. Ya no queda nada.
El animal, a cada palabra, me retorcía las tripas. Quise hacer el valiente, tragué saliva, me burlé, dije:
-¡Ya lo sé, caray!
-Entonces -dijo él, molesto-, ¿Qué es lo que vas a buscar?
-Los restos -le respondo.
-Ya te digo que no queda nada, nada, nada, ni una brizna.
Jojot, exageras; no harás que crea que mis dos aprendices y mis valientes vecinos han visto arder mi casa sin tratar de sacar del fuego algunas castañas, algunos muebles, como se hace entre hermanos...
-Tus vecinos..., -¡desgraciado!- Ellos han sido quienes prendieron el fuego.
El golpe me dejó atontado. Jojot me dice triunfante:
-¿Ves como no sabes nada?
-Ha sido la peste,- dice-. Están todos enloquecidos.
...-Es como una locura..."Eh, en el puente de Beuvrón se baila, se baila..." Si lo hubieras visto..."Ved como bailan..." Si lo hubieras visto, tal vez hubieras bailado con ellos. Piensa si ardería y petardearía la madera que tenías en el taller...¡En un instante ardió todo!
-¡Hubiera querido verlo! Debió ser hermoso -dije.
Y lo pensaba. Pero también pensaba:
"¡Estoy muerto! Me han matado".
Me guardé de decir esto a Jojot.
-¿Entonce no te causa ninguna impresión? dice.
(Me quería mucho el buen hombre, pero no disgusta -¡malhada espedie humana!- ver de tiempo en tiempo al vecino sumido en pesar, aunque sólo sea por el placer de consolarlo).
Le contesto:
-Es una lástima que no se haya esperado a San Juan para encender esa hermosa hoguera.
-¿Te vas alli?
-Sí. Buenos días, Jojot.
-¡Éste gracioso extravagante!
Dió un latigazo al caballo.
Me puse en marcha, o mejor, hice como que marchaba hasta que el carricoche despareció en el recodo. No hubiera podido dar diez pasos, las piernas se me metían en el vientre; caí en el mojón, como sentado en un orinal.
Los momentos que siguieron fueron malos momentos. Ya no tenía necesidad de hacer el fanfarrón. Podía ser desgraciado, desgraciado a mis anchas. No me privé de serlo. Pensaba:
Lo he perdido todo, mi albergue y la esperanza de construír otro, mis ahorros reunidos día a día, sueldo a sueldo, con ese lento esfuerzo que es el mejor placer, los recuerdos de mi vida engrasados en las paredes, las sombras del pasado, que parecen candelabros, Y he perdido mucho más, he perdido mi libertad. ¿Qué ocurrirá ahora? Tendré que ir a vivir con unos de mis hijos. ¡Sin embargo, me había jurado evitar a toda costa esta calamidad.!Los quiero, ¡diablos!; me quieren, claro está. Pero no soy tan tonto que no sepa que todo pájaro debe tener su nido y que los viejos molestan a los jóvenes y son molestados. Cada cual piensa en sus huevos, en los que ha puesto, y no se cuida ya de aquellos de cuales viene. El viejo que se obstina en vivir es un intruso cuando pretende mezclarse en la nueva nidada. Cree que es fácil no hacerse notar; se le debe respeto. ¡Al diablo el respeto! Es la causa de todo mal: ya no somos iguales. Yo he hecho todo lo posible por que mis cinco hijos no se vean ahogados por el respeto hacia mí; lo conseguí bastante; pero hagáis lo que hagáis y a pesar de que os quieran, siempre os miran como algo extraño: venís de comarcas donde no han nacido ellos, y vosotros no conocéis las comarcas adonde ellos van. ¿Cómo podréis, pues, comprenderos completamente? Os molestáis unos al otro y os irritáis... Y luego, es terrible de decir: el hombre más amado debe poner a prueba lo menos posible el amor de los suyos; porque es tentar a Dios. No hay que pedir demasiado a nuestra especie humana. Los buenos hijos son buenos: no tengo de que quejarme. Pero son todavía mejores cuando no hay necesidad de recurrir a ellos. Me extendería sobre el particular si quisiera...En fin, yo tengo mi altivez. No me gusta recoger su pasta a aquellos a quienes se las he dado. Parece como si se les dice: "¡Pagad!..." Los bocados que no gané se me quedan en la garganta; me parecen ver ojos que cuentan lo que trago. No quiero deber a nadie más que a mi esfuerzo. Necesito ser libre, ser dueño de mi casa, entrar y salir de ella según mi voluntad. No sirvo para nada cuando me siento humillado. ¡Ah mísero ser viejo; depender de la caridad de los suyos es peor que depender de las de sus conciudadanos: porque están forzados a ello, no se puede saber jamás si lo hacen de buen grado y se preferiría reventar a molestarlos!"
...Esta vez me lo han quitado todo, Ya pueden enterrarme. No me queda más que la piel...Sí, pero también lo que hay dentro. Como aquel sitiado que le respondió, al que amenazaba con matar a sus hijos si no se rendía: "Hazlo, si quieres. Yo aquí tengo el instrumento para fabricar otros". yo tengo el mío, no me lo han quitado, no pueden quitármelo...El mundo es una llanura árida en donde crecen, aquí y allá, los campos de trigo que nosotros, los artistas, hemos sembrado. Las bestias de la tierra y del cielo vienen a picotearlos, roerlos y pisotearlos. Impotentes para crear, no pueden hacer más que matar. Roed y destruíd, animales; removed con las patas mi trigo, yo haré crecer otro. Espiga madura, espiga muerta,¿qué me importa la cosecha? En el vientre de la tierra fermentan granos nuevos. Yo soy lo que será y no lo que ha sido. Y cuando llege el día en que mis fuerzas se extingan, ni tenga mis ojos, ni mis narices carnosas, ni el gollete por donde desciende el vino y al que está bien adherida mi lengua bulliciosa, cuando no tenga ya mis brazos, la destreza de mis manos y mi fresco vigor, cuando sea muy viejo, sin sangre ni buen sentido..., ese día, Breugnon mío, es que ya no estaré aquí. ¡Bah, no te inquietes! ¿Os imagináis a un Breugnon que ya no sienta, un Breugnon que ya no cree, un Breugnon que ya no ría y que ya no se meta en cuatro cosas a la vez? No, es que habrá salido de sus calzones. Podéis quemarla. Os abandono mi vivienda...
Me puse en marcha hacia Clamecy. Al llegar arriba de la cuesta, haciendo el fanfarrón y jugando con el bastón (en realidad me sentía ya reconfortado), vi venir hacia mí a un hombrecito rubio, corriendo y llorando. Era Robinet, llamado Binet, mi pequeño aprendiz.
...No quedé poco asombrado al verle, parecido a un tritón de fuente,con gruesas lágrimas en forma de pera cayéndole de los ojos y de la nariz. Se arroja sobre mí y me abraza, inunándome el pecho con sus lloros y mugiendo. Yo no comprendía nada y le dije:
-¡Vamos, vamos! ¿Dónde has estado? ¿Quieres soltarme? Hay que sonarse, maldito , antes de abrazar a nadie.
Pero en vez de cesar, siguió abrazado a mí y, como a lo largo de un ciruelo, se deslizó hasta mis rodillas, cayendo a tierra, y llora que te llora. Comencé a inquietarme. -Vamos, muchacho. ¡Levántate! ¿Qué te pasa?
Lo agarré por los brazos, lo levanté...,¡arriba! y ví que tenía una mano vendada, que sangraba a través de los trapos, sus ropas desgarradas y sus cejas quemadas.
-¡Bribón! ¿has hecho una tontería?
Él gimió:
-¡Ah, maestro, tengo tanta pena!...
Lo senté a mi lado en una escarpa y le insto:
-Di.
Él exclama:
-¡Todo se ha quemado Y de nuevo se ponen a rodar las grandes aguas. Entonces comprendí que todo aquél gran pesar era por mi causa, era por el incendio, y no puedo decir cuánto bien me hizo.
...¡Perdóneme maestro si no pude hacer nada más!
Deshizo piadosamente su mochila y sacó a La Magdalena envuelto en una túnica. La Magdalena mostraba, sonriendo con sus ojos inocentes y coquetuelos, sus piececitos quemados. Me conmoví tanto, que (lo que no había hecho por la muerte de mi vieja, la enfermedad de mi Glodia, mi ruina y la destrucción de mis obras) lloré.
Abracé a a la Magdalena y a Robinet y me acordé del otro:
-¿Y Cagnat?
-Ha muerto de pesar.
Me arrodillé en la carretera, besé la tierra y dije:
-¡Gracias pequeño!
Y mirando al chico que estrechaba la estatua entre sus brazos heridos, dije al cielo, mostrándoselo:
-He ahí mi más hermoso trabajo: las almas que he esculpido. No me la quitarán. ¡Quemad la madera! El alma es para mí.
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