El Mullah resolvió un día llevarle al Rey, unos hermosos nabos que había cultivado. En el camino se encontró con un amigo, quien le aconsejó que regalara algo más refinado, como por ejemplo higos
o aceitunas. Compró algunos higos y el Rey, que estaba de buen humor, los aceptó y lo recompensó por ello.
A la semana siguiente compró unas naranjas y las llevó al palacio. Pero el Rey estaba enojado y se las arrojó a Nasrudín, golpeándolo.
Al levantarse del suelo, el Mullah se dio cuenta de la realidad.
—Ahora comprendo: las personas llevan cosas pequeñas en lugar
de pesadas, porque cuando les son arrojadas no les duelen tanto.
De haber traído nabos, me hubieran matado.
domingo, 19 de julio de 2009
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