domingo, 11 de abril de 2010
Nasrudin
Lo prometido
Nasrudin decidió un viaje en alta mar a bordo de un barco pequeño.
Una gran tormenta se levanta, con fuertes vientos, grandes olas, y
una lluvia incesante. Parecía imposible la posibilidad de sobrevivir.
El Mullah era propietario de un hermoso palacio, que amaba mucho.
Un palacio de mármol, situado en la capital y que era su orgullo.
Incluso el rey estaba celoso de él, y le había ofrecido e insisitido en comprárselo pero, el Mullah se negaba siempre.
Pero, ahora su vida estaba en peligro, oraba y ofrendaba a su Dios:
—Oh Dios todopoderoso, ten piedad. Si salvas mi vida te prometo vender mi magnífico palacio y distribuir el dinero entre los pobres.
De repente la tormenta comienza a suavizar. A medida que el mar
se calmaba, Nasrudin dudaba:
—¡Era demasiado! Tal vez la tormenta iba a desaparecer de todos modos e innecesariamente he arriesgado mi más preciado tesoro.
Pero, Nasrudin, absorto en sus pensamientos no se percata que la tormenta va retomando su fuerza, hasta que las ráfagas de viento
y olas feroces comienzan a azotar la nave peligrosamente.
Contrito vuelve a su Dios y le dice:
—Oh, Dios mío, que no te molesten mis pensamientos, yo soy un hombre insensato, pero lo dicho lo voy a cumplir. Te prometo que
voy a vender el palacio y distribuir el dinero entre los pobres.
La tormenta comienza a ceder y el Mullah, a dudar nuevamente, pero ya tenía miedo de la retribución divina.
Llega a tierra de manera segura, y al día siguiente le informa a todo el pueblo que iba a subastar su magnífico palacio.
Aún más que sorprendidos por el cambio de actitud del Mullah, toda la gente rica: el rey, el primer ministro, demás ministros y generales, todos vinieron, porque todo el mundo deseaba poseer el gran palacio de Nasrudin.
En el día de la subasta, frente al palacio, Nasrudin puso un gato. Cuando todas las personas se habían reunido Nasrudin anunció:
—El precio del gato es de diez rupias lakh, y el precio del palacio es sólo una rupia, pero sólo se venden en conjunto.
Todo parecía una locura, diez rupias lakh por un gato. Sólo un gato común. Se veía como cualquier gato ordinario errante. Y sólo una rupia por el magnífico palacio.
Pero la gente pensó: "¿Por qué preocuparse? no es asunto nuestro."
Y el rey, que fue su comprador, pagó diez rupias lakh por el gato y una rupia por el palacio.
El Mullah Nasrudin se embolsó los diez rupias lakh y con una sonrisa condescendiente en su rostro daba la rupia a un mendigo.
Miró hacia el cielo y le dijo a Dios:
—Mira, lo que te había prometido lo he cumplido. El dinero obtenido de la venta del palacio, se distribuyó a gente pobre.
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