¡Qué desperdicio!
Nasrudín pasó delante de un puesto colmado de tentadores alimentos. Cantidades de albaricoques y de higos; grandes tarros de pistachos, almendras y piñones; cestos llenos de huevos; cuencos de nata, queso y mantequilla; y multitud de bandejas de diferentes dulces. El Mullah observó como el dependiente esperaba a los clientes y rellenaba los cuencos, cestos y bandejas sin probar bocado de las mesas.
—¿Estás vigilando el puesto para el dueño?, preguntó.
—¿Qué quieres decir?, cuestionó el comerciante. Yo soy el dueño.
—¿Pero cómo es entonces que no comes?
—Estoy aquí para vender, no para comer.
—¡Qué desperdicio!, exclamó el Mullah Nasrudin. Si el puesto fuera mío, empezaría con nueces y frutos secos. Seguiría después con diez huevos revueltos. Y dulces de postre.
domingo, 18 de enero de 2015
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