miércoles, 15 de octubre de 2014

Juan Laurentino Ortiz

Fuí al río

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.

Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!



El Gualeguay (algunas estrofas)

Qué dulce calor, allá
de la hondonada que dejara, cuándo? el mar,
subió en una nube de paloma?
O venía de él
con el hálito, gris y blando, del mar?
Y qué viento, qué viento, vino al encuentro de la nube
para una hija que cayera, pálida,
o con todo el día en sus cintillos?:
Cómo fue aquella lluvia:
de arpa ciega o de penumbra
o de juncos de vidrios que huían
o plantaba una hada brusca?
Y de qué mes, de cuál, sus cabellos o sus varas?

*

Pero cuando se detenía él?
No era siempre él, también, la propia música naciendo,
muy delante de sí, siempre, en una gama sin fin, como la vida,
o como eso, acaso, que se abría más allá,
o de dónde él venía?
Y no discurría, él, además, en el seno de la melodía sin medida…
él, que improvisaba libremente, o mejor, él
en la línea sin límites de un espíritu de latidos y de ciclos,
hecho todo de “élan”,
en la aventura de los rumbos, inventando siempre pétalos
para una rosa que crecía y crecía
desde la raíz del ritmo...

*

El río era todo el tiempo, todo...
ajustando todas las
direcciones de sus líneas
como la orquesta del edén bajo la varilla del amor...

*

Sí, era también todo el don, todo...
en el oro y en la plata de su seno
con todos los estremecimientos del amanecer y del véspero
y una ternura pálida...
Pero por qué la vida o que se llamaba la vida,
siempre tragándose a sí misma para ser o subsistir,
en la unidad de un monstruo que no parecía tener ojos
sino para los `finales equilibrios´?
Por qué todo, todo para un altar terrible,
o en la terrible jerarquía de una deidad toda de dientes?

*

Debía volver un medio siglo, acaso,
para tocar aquella herida?
Y dónde, la herida, dónde, si él era irreversible?
Pero si él era, al mismo tiempo, otro sentimiento del aire,
y en el aire nada se perdía?

*

Pero, de nuevo, su sensibilidad no podía ser la del cristal:
no era el ‘idilio’, no,
o al menos solo el ‘idilio’, siempre,
eso que doblaba, todavía, su palidez de orilla
al volverse, indecisamente, sobre sí.

*

Sí, eran una sola cosa con los follajes, y las ramas, y las hierbas,
y lo que latía debajo de las hierbas...
Una, con todos los ojos y todas las palpitaciones,
y los deslizamientos y los vuelos...
Uno, aún, a su pesar, con el mismo terror todo de piel
o deshecho de los cielos, o respirando,
o a veces menos que de aire...
Una, con él, el río, como otros hijos, con el cordón todavía
en la misma fuga nómade.
Una, casi, con su edén, en fin,
en su presente de pesadilla:
pero sólo podían, al parecer, sobre la agonía general,
alzar unos arcos y unas boleadoras y una flechas

*

Y el río entonces devenía, así,
un niño,
un niño perdido, perdido, en un destino de llovizna,
con angustias de zinc,
entre unos aparecidos de herrumbre, humillados, humillados,
por los caminos de las ráfagas...
hasta el anochecer todo de hilas y clavado todavía
sobre su ceguedad lívida,
lívida
por el llanto de los perros cimarrones que lo excedía, aún,
hacia no se sabía, no, qué espectros...
Y era él mismo, el que, bajo el más allá de los miedos,
se volvía en la penumbra
que había ahogado, extrañísima, toda la selva y todo el cielo?:
abajo, abajo, en su mirada, la villa de su nombre
con un reflejo pajizo
y tierra seca...
en una brisa de contemplación, íntima, muy íntima,
que no se percibía...
Mayo también, no? enajenándolo aún más
en esos "linos" sólo suyos
y que apenas, muy apenas, era como el recuerdo casi ido
de un pliegue o de una fimbria

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